Capítulo 51

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Me desperté con el ruido de los neumáticos que se acercaban. Sin mediar ni media palabra, una chica dejó una bandeja sobre una mesa que había en el exterior. Cuando se fue, Álvaro parecía hacer el esfuerzo de despertarse.

—Buenos días, cariño. —A lo que respondió con una sonrisa sin abrir el párpado.

—Buenos días, amor, ¿has dormido bien? —dijo mientras se retorcía sobre sí mismo.

—Claro —le besé, sentí sus manos abrazarme por detrás de la espalda desnuda.

Salimos a desayunar, en la bandeja había una pequeña cafetera italiana, un pequeño tetrabrik con leche. Un par de cruasanes recién horneados que seguían crujientes y con una fina capa de almíbar que los hacía pegajosos. Mantequilla natural, fruta cortada, un par de yogures naturales y un pequeño tarro de miel con limón.

Tras desayunar en mitad de la nada, Álvaro se propuso llegar a casa antes de la comida. Nos volvimos a subir a la moto y atravesamos de nuevo las largas filas de viñedos hasta regresar a la carretera. Sentir el aire en mi piel, mis manos acariciando su torso duro y respirar el aire fresco de una madrugada húmeda en el paisaje, fue todo un acontecimiento del que me hubiera querido inmortalizar en mi retina durante mucho tiempo después.

Al llegar frente a mi portal, Álvaro no quiso despegarse de mí, pero entraba a trabajar en poco tiempo, por lo que, a pesar de mi insistencia, no conseguí que diera su brazo a torcer. Nos fundimos en uno de esos besos de los que se alargan hasta sentir que arde algo más que el corazón.

Subí por las escaleras casi por inercia, estaba feliz. Giré el pomo de la puerta con la llave y al acceder, me di cuenta de que me habían dejado solo. Crucé el largo pasillo hasta llegar a mi habitación. Dejé el abrigo sobre la cama.

Encendí el ordenador para ver si ya habían enviado las notas del primer trimestre de la facultad. Revisé el correo y me llamó la atención un mensaje cuyo remitente era anónimo. En realidad, pensaba eliminarlo sin apenas abrirlo, pero la curiosidad me pudo, así que le di un par de golpes al ratón y ahí estaba.

Sin apenas leer el escueto mensaje que habían escrito, la imagen quedó grabada en mi memoria, era una de esas apariciones de las que te revuelven el estómago. Esa imagen me provocaba náuseas. «¿Por qué coño, me hacen esto ahora?».

Era una fotografía nuestra, de Álvaro y mía follando en el interior de la burbuja, a muy corta distancia. Tanto, que se podía apreciar todos los detalles de nuestros cuerpos. Alguien nos había seguido, pero no mejoraría tras leer las pocas palabras que la acompañaban.

«¿Cómo se sentirá tu familia, amigos y compañeros de clase si vieran la clase de puta que eres?».

←—————Fin de la primera parte ——————> 

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