Capítulo 30

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Albert

Lo siento, cariño, se me fue la pinza.

Albert

Me gustaría que lo hablásemos 😞

Albert

Es que tú te pusiste muy agresivo, yo no soy así, reaccioné sin pensar.

Albert

Por favooooooooooor...

Albert

Eres un mierdas de manual, estás jodiéndolo todo. Te arrepentirás

Era por la mañana, en cuatro horas entraba a trabajar y por supuesto, iba a ver a Albert en la caja y querrá que hablemos. Yo ya no quería saber nada de él, por razones obvias. Ya no estaba a gusto con él y temía las posibles represalias que me amenazaban en su último mensaje. Me levanté de la cama arrastrando los pies por la moqueta como un zombi. No había dormido mucho, solo me quedé horas contemplando el chat con él y el de Álvaro.

—¡Menuda cara traes! —dijo Arlet cuando llegué a la cocina. Estaba revisando su teléfono móvil frente de la cafetera carísima italiana que nuestra madre presumía a las visitas.

—He cortado con Albert —le dije sin indagar mucho en los detalles.

—¿Cómo te encuentras? —me preguntó preocupada.

—Nervioso, en unas horas lo volveré a ver en la tienda —le respondí desganado.

—¿Quieres que vaya a recogerte a la salida del trabajo? —me preguntó mientras hacía un sorbo ruidoso a su taza de cerámica con un cactus dibujado.

—No, se lo pediré a Elena y a Jordi después —le respondí, forzando una sonrisa para aparentar estar bien. La verdad es que mis amigos no me hablaban, por los pasillos dirigían la mirada a otra parte al verme, tampoco hice el esfuerzo de acercarme a pedir disculpas y reconocer que tenían razón con Albert.

—Vale, pero recuerda que hoy mamá y yo estaremos de rebajas por la zona, cualquier cosa nos dices —me explicó antes de acabar su taza de café y dejarla en el lavaplatos.

—Gracias

Estaba inmerso buscando un tazón para verter mis cereales.

—Arlet, estoy lista, ¿nos vamos? —se escuchó la voz de nuestra madre mientras abre la puerta de casa. Arlet desaparece por el pasillo—. Enric, tienes un táper de albóndigas en la nevera, hazte arroz.

Me quedé solo, sentado en el sofá durante horas en silencio. Mi cabeza tenía que procesar todas las respuestas que le iba a soltar a Albert si intentaba acercarse a mí esa tarde. Por supuesto estaría muy enfadado por no haberle devuelto sus mensajes y llamadas, pero sentía rabia. Estaba muy enfadado, con Albert, por haberme pegado, con Álvaro, por haberme abandonado, y conmigo, por haber creído en el amor. Estaba cabreado por todos los tíos con pene del universo, todos aquellos capullos que podían hundirte. ¿Qué habría hecho yo en otra vida para merecer sufrir por amor en esta?

A las 13.50 entraba por la puerta de la tienda, estaba llena de gente, no vi a Albert en su caja de siempre. Respiré aliviado. Entré solo al vestuario de trabajadores, me quité la ropa de calle y lo cambié por el uniforme de siempre. De repente sentí un cuerpo detrás de mí.

—Vamos, Henry, perdóname —dijo Albert con una voz muy gruesa.

—¿No te ha quedado claro que contigo no quiero nada? —le dije mientras me volteé para verlo de frente.

—No seas así de antipático, no te pega —dijo sonriente.

—Vete a tomar por culo —le dije en un último esfuerzo de agresividad que aún me quedaba.

Vi su sonrisa tornarse en unos labios tensos, su mirada oscurecerse, las venas de sus brazos marcarse. Con toda la furia se abalanzó sobre mí, me golpeó con los armarios metálicos que tenía a mi espalda. Me agarró las manos con las suyas que presionaban fuertemente mis muñecas.

—Dime que me quieres y te dejaré ir, ¡dímelo, maldita sea! ¿Quién coño te crees que eres para tratarme de esta manera? —empezó a llorar, yo seguía asustado—, lo siento, por favor, perdóname.

Seguía resistiéndome cuando pegó sus labios con brusquedad, los sentí rasposos. Su mano derecha se liberó, buscaba con necesidad mi pantalón, tocaba sobre mi pene, intentando hacerme una paja sobre la tela. Lloré, me temblaba todo el cuerpo.

—¡He dicho que te vayas a tomar por culo, Albert! —le grité, y sin saber de dónde, saqué toda mi rabia a flote, lo empujé a un metro de mí—, no vuelvas a tocarme en tu puta vida.

Vi su cara desconcertada, me daba igual cómo se sintiera, me había hecho daño. Y lo peor de todo es que hasta ese momento se lo había permitido. Le permití que me ridiculizara delante de mis amigos, por su culpa ellos se enfadaron conmigo y ahora estaba completamente solo. Salí del vestuario a toda prisa con mis cosas agarradas con la mano. Me crucé con algunas compañeras por el camino.

—¿Se puede saber qué estás haciendo, Enric? —dijo una.

—¿Ha ocurrido algo? —me preguntó otra.

Salí a la calle, el viento me secó las lágrimas. Decidí subir la calle e irme a recuperar lo único que merecía la pena salvar de toda esta historia. Pero antes, tenía que cambiarme de ropa. De camino a la parada del autobús, recibí la llamada de Mario, estaba molesto porque no acudí a trabajar, según él. Le conté lo que había sucedido y me disculpé, entendió perfectamente que renunciara el trabajo y se disculpó.

Me senté en el banco amarillo de la parada de autobús, a mi lado había un hombre de piel oscura. Me puse a llorar.

Papi, ¿estás tú bien? —dijo el hombre con un acento que no pude reconocer.

—Sí, estoy feliz. Solo lloro de felicidad —le mentí.

—Si tú lloras de felicidad, vida mía, yo debo estar sufriendo —me dijo, a lo que me hizo reír sutilmente.

—He dejado a un chico justo ahora, tengo el corazón roto, la autoestima por los suelos y mis amigos me dan la espalda.

Tremendo arroz con mango —dijo sorprendido.

—¿Perdón?

—Chico, los novios van y vienen, pero los amigos siempre regresan. Habla con ellos, te perdonarán.

Se acercó un autobús de la línea V13. Nos despedimos, él me dio un par de golpes a la espalda. Le despedí con una sonrisa, me sequé las lágrimas con la manga de mi camiseta y me propuse a dar el primer paso para recuperar a mis amigos. Llamé a Elena, no me lo cogía, lo intenté con Jordi, misma respuesta. Así que mandé una nota de voz por el grupo.

«Soy gilipollas, lo sé, y os pido perdón. He dejado que Albert me controlara y sé que mes estáis castigando por haberlo permitido. Pero os seré sincero, cuando Albert se atrevió a llamaros imbéciles, lo vi claro y lo dejé con la palabra en la boca. Por favor, chicos, necesito veros ahora», solté con una voz temblorosa.

De camino a casa, recibí un mensaje de Elena.

Elena

Puto zorro llorica, vente, mami está en la biblioteca y Jordi me está taladrando con sus mierdas. ¡Sálvame!

Sonreí viendo la pantalla, ese mensaje significaba que nuestra amistad no se había perdido del todo. Pasé por casa, me cambié de ropa y fui a coger el metro. Pillé el primer tren que pasó en plaza del Centro. En quince minutos estaba de nuevo en la biblioteca.

—Ven aquí rata podrida —dijo Elena mientras me abrazaba—, come de los senos de mami —me agarró la cabeza y me prensó la cara con sus pechos, no podía respirar, pero me estaba riendo dentro de su escote—, la próxima vez que le hagas algo así a mami morirás ahí dentro.

—Lo he entendido —le dije riendo.

Me perdonaron, les conté todo lo que había ocurrido y todo lo que le permití hacer a Albert. A Elena la vi sulfurarse, propuso hasta ir a la tienda para torturarle públicamente, por razones obvias no accedí. Soy de esas personas que piensa que a cada uno le cae el peso de sus acciones cuando le toca.

Después de unas cervezas en el bar de la facultad, volvíamos a ser los mejores amigos que jamás habían pisado este planeta en la historia.

Dime algo para quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora