Capítulo 15

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—¿Familiares de Álvaro Méndez? —preguntó una voz femenina al otro lado de la sala de espera de urgencias.

Mi familia me acompañó hasta ese lugar, no era así como quería que se conocieran, pero tras la llamada no me quedaban fuerzas para llegar por mí mismo hasta aquí. Cogimos un taxi en la calle Berlín y vinimos tan rápido como el viento. Al llegar, nos cruzamos con varias ambulancias estacionadas en ese acceso subterráneo de urgencias. Se me encogió el corazón al ver en una de ellas, un charco de sangre que goteaba hasta el arcén. «¿Será esta la ambulancia de Álvaro?».

—Buenas noches, lamento haberles llamado, ¿Enric eres tú? —se dirigió a mí con la mirada aquella doctora con la bata blanca y pijama azul debajo. Le hice un gesto con la cabeza—. Álvaro está ahora estable, pero lo hemos tenido que reanimar en dos ocasiones. Siento haberte llamado, pero no consta familiar alguno en su ficha, así que hemos consultado su contacto de emergencias de su iPhone.

—¿Cuándo podré verlo? —me impacienté.

—Álvaro pasará esta noche en la UCI —se acercó a mí—. ¿Quieres sentarte?

Nos sentamos en un banco apartado del resto de personas que esperaban a sus familiares en esa sala de espera.

—Álvaro ha sufrido un accidente con un automóvil, según el informe policial, el coche se le cruzó y él salió disparado hacia delante, golpeándose con el vidrio frontal del vehículo —empieza a contar, mi mirada empezó a emborronarse—. No sé como estará cuando despierte, pero el traumatismo craneoencefálico con el que ha entrado es grave. Las probabilidades de tener secuelas son altas.

Sentí mi madre y mi hermana abrazarme por ambos costados, mi cuerpo se mantenía inerte sentado, captando esa voz que me contaba la situación.

—¿Podrá verlo? —preguntó mi madre.

—Sí, lo único que aún no se ha despertado —dijo con un hilo de compasión la doctora.

Bajamos un piso bajo tierra más por el ascensor, forcé una sonrisa, no quería que Álvaro me viera descompuesto. Todo eso me superaba. Pasamos un par de puertas correderas automáticas que cedían con el pase magnético de la doctora. En una de ellas estaba escrito: «Quirófanos del 1 al 5», en la otra: «UCI». Al pasar por el marco de esta segunda, una sala inmensa con siete boxes rodeaban una mesa circular. Camillas contiguas separadas apenas por una cortina de ducha azul. A mi derecha había siete monitores cardiovasculares, vi el latido de Álvaro en una de ellas.

—Enric, aquí detrás está Álvaro. Ahora está dormido, aún le hace efecto la anestesia. Puede oírte, si te sobrepasa el momento sal de ahí, ¿de acuerdo? —dijo la doctora.

Con un rápido gesto de mano, descubrió una camilla rodeada por seis máquinas que monitorizaban a Álvaro. Álvaro llevaba una mascarilla de aire, un inmovilizador craneal de color rojo y cientos de cables que surgían de su cuerpo por debajo de la manta que lo tapaba. Estaba dormido, como me avisó la doctora poco tiempo antes. Me acerqué con cautela, temía tocar algún cable que fuera importante para su supervivencia.

—Bueno, Enric, os dejo solos, si necesitas algo avísame, tienes cinco minutos —desapareció detrás de la cortina azul.

—Álvaro, cariño, soy yo, Enric —le dije mientras le agarraba la mano y no podía contener mis lágrimas—. Mamá y Arlet están arriba, esperándome. Han venido a traerme.

Sin un ápice de reacción por su parte, me desesperé.

—Por favor, despierta. No puedo imaginar una historia de amor sin ti. ¿Recuerdas nuestra cita en Sant Pol? Tengo miedo de que me dejes aquí solo y volver a mi vida de antes.

Un agudo pitido se prolongaba a mi alrededor, vi una lágrima caerle del ojo. En ese momento entraron tres personas vestidas de pijamas azules, detrás iba la doctora de antes. Unos brazos fuertes me agarraron como a un mueble y me arrastraron fuera de ese pequeño espacio. Al quedarme solo a mitad de esa sala, esa figura regresó y cerró la cortina tras él.

—¡Álvaro! —grité, no podía hacer nada más, la cortina azul se agitaba con el incesante movimiento de los sanitarios en su interior.

Otra enfermera, de pijama azul, apareció detrás de mí y me pidió abandonar la sala para que los sanitarios pudieran hacer mejor su trabajo. Volvimos a la sala de espera en la que se encontraban mi madre y Arlet. La enfermera les recomendó que nos fuéramos, que la noche iba a ser larga, y que nos llamarían ante cualquier novedad de su estado de salud.

Volvimos a casa, me quedé esa noche sentado en el sofá. Mientras escuchaba cómo dormían las dos. Esperaba esa llamada viendo fotos nuestras de vacaciones, en Sant Pol, en su piso. Me sentía vacío.

Dime algo para quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora