Capítulo 24

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—¿Tienes los apuntes de la constitución japonesa? —me preguntó entre susurros Elena, quien estaba sentada frente a mí en la mesa de estudio de la biblioteca.

—Sí, espera —rebusqué entre los cientos de hojas que había dentro de mi carpeta con separadores—, aquí lo tienes.

Nuestro profesor de Teoría Constitucional, el señor Catalá, tenía la manía de hacer un examen cada seis semanas aproximadamente, era lo que él llamaba sistema acumulativo. Si aprobabas ese examen, esa materia no entraba al examen final, pero si suspendías el segundo o el tercero, todo lo anterior regresaba como una pesadilla al temido examen final de curso. Por razones obvias, cada examen suponía una tensión descomunal para sus alumnos, los que habían pasado el primer y segundo examen temían perderlo todo por este tercero. Se rumoreaba que quienes superaron los tres exámenes del pasado curso, en el examen final, solo les pedía poner el nombre en una hoja blanca y salían con la media de los tres exámenes. Eso era un aliciente cuando tienes seis exámenes en dos semanas de toda la materia de los últimos seis meses.

Elena parecía esforzarse titánicamente en esta ocasión, pude intuir el humo salir de su cabello. Jordi, como siempre, era de esas personas que con apenas leerlo desinteresadamente le era suficiente para retenerlo y sacar sin esfuerzo el ocho. Estábamos los cuatro, también Jon, sentados en la biblioteca de la facultad de derecho esa tarde de jueves de primavera. Las ventanas dejaban pasar un precioso atardecer como un bello manto sobre nuestras cabezas. Elena y Jon se ausentaron para recoger bocadillos para todos y poder cenar algo.

—¿Podemos parar y descansar un poco? —me preguntó Jordi.

—Claro, porque esto de las nuevas constituciones me está dejando K.O. —le respondí.

—¿Y te gusta el cajero? —me dijo con cara juguetona.

—Te gusta el chisme, mamón —le dije mientras soltaba una carcajada—. Es mono, pero después de Álvaro no me apetece tampoco conocer a nadie y que vuelvan a hacerme daño. Seamos realistas, Jordi, queda un mes para los finales ¿Crees que es el momento de estar interesado en conocer a otro tío que podría volver a engañarme?

—¿Y si no es así? ¿Y si se trata de alguien que pueda hacerte bien? —respondió.

Me quedé en silencio. No se trataba en realidad del miedo a que me partieran nuevamente el corazón, sino que se trataba de considerar en dar muerte a mi historia con Álvaro. Me aferraba como en un hierro incandescente a lo que tuve con él, con la esperanza de que me volviera a escribir y retomar nuestro romance como si nada hubiera ocurrido. Albert era simpático, también guapo, atento conmigo, y disfrutaba sentir su presencia acecharme por los rincones de la tienda cuando trabajábamos juntos en el mismo turno, cosa que no siempre ocurría.

Elena nos avisó de que estaba fuera de la biblioteca con los bocadillos con un breve WhatsApp: «¿Os pensáis que vuestra chacha os iba a subir la cena, cabrones?». Jordi y yo bajamos a toda prisa, dejando nuestros estuches sobre la mesa. Eso es un código no escrito de los estudiantes universitarios par avisar que esos puestos estaban ocupados durante un breve descanso.

Al salir nos encontramos con Elena y Jon, ambos se estaban riendo, mientras sacaban de una bolsa de plástico blanca, unas latas de refresco y unos grandes bocadillos resguardados en bolsas de papel.

—Entonces, ¿cómo describirías las constituciones modernas? —me pregunta Elena.

—Son aquellas que afectan a España, Italia, Alemania y Japón —le respondí—. Tienen en común que se tratan de constituciones impuestas por el bloque aliado después de la Segunda Guerra Mundial, menos España, que lo que hace es imitarla cuando se realiza la transición a la democracia.

Dime algo para quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora