Capítulo 20

43 5 9
                                    

Ese viernes salimos otra vez los cinco a tomar algo, Elena y Jon, por un lado, Jordi, Álvaro y yo por otra. Decidimos ir a una famosa pizzería del Ensancho para despejarnos después de haber entregado el enésimo trabajo. Nos adentramos en un precioso salón de paredes forradas de papel rojizo que contrastaban con el blanco de los manteles.

Mientras cenábamos, vi a Jon cortarle un pequeño triángulo de su pizza para dárselo a Elena directamente a la boca, los vi tan compenetrados que cualquiera se imaginaba que hace apenas un mes y medio se odiaban. Más bien ella a él.

Jordi se había puesto en modo zorra por la ciudad, cada vez que quedábamos nos contaba sus experiencias con sus nuevos amigos, los locales de intercambio de parejas a los que acudía y esas movidas. Me parecía extraño pensar en sus eróticas aventuras cuando siempre había creído que era asexual. Supongo que debe ser normal, viene de un pueblo y lo que se llama educación sexual se reducirá en ver en un pie de libro, un esquema de una vagina por dentro.

Por otro lado, lo entendía. Era un chico que, a nuestra edad, no había recibido el interés de otra persona, debía de ser frustrante y acabó explotando todas esas emociones reprimidas con el paso del tiempo.

Contemplaba orgulloso a cada uno de mis amigos y a mis nuevos amigos, viendo la segunda familia crecer. Vi a Álvaro más suelto hablando con Jon y con Jordi. Disfrutamos de una comida deliciosa y con la barriga llena, nos desplazamos al Kahiki. El bar de estilo hawaiano que había resurgido de las cenizas hacía poco, cuando un joven influencer lo adquirió en el traspaso por jubilación de su primer propietario.

Después de avisar al de seguridad que éramos cinco, nos acomodaron en una mesa cerca de la barra, bajo las cañas de bambú y una falsa ventana cambiante en la que se proyectaba una isla idílica a mis espaldas. Tomamos unas enormes copas de sabores exóticos como el mango, la piña o el coco en jarras en forma de máscara tribales, volcanes que desprendían vapores, e incluso en una que representaba un chamán y soltaba chispas de fuego cuando llegó a la mesa. Todos inmortalizamos la experiencia en nuestros perfiles de Instagram.

Brindamos enérgicamente. Álvaro, que seguía demostrándome lo mucho que me quería, pidió una cachimba para compartir entre todos. La pidió a escondidas cuando simulaba ir al baño, su aroma de menta me abrió las fosas nasales que hasta pude absorber el olor de la colonia del chico del fondo del local, a veinte metros de nosotros.

—No me creo que en un par de semanas tengamos otra vez exámenes —dijo Jordi lamentándolo.

—¡Maldita sea! —lamentó Elena—. ¡Es que parece, además, que a los profesores solo les guste jodernos la vida, macho!

—¡Pero, pensad que si las aprobamos, en junio ya estaremos de vacaciones! —les dije para que pararan de recordarme la lamentable vida del universitario.

—Eso es cierto —dijo Álvaro—. Por cierto, ¿no te han dicho nada aún del trabajo aquel?

—No —le respondí algo triste.

—¿Qué trabajo? —preguntó Jordi.

—Enric hizo una entrevista de trabajo hace unas semanas y aún no le han llamado —soltó Álvaro—. ¿Quién se pudo resistir a esta carita tan bonita?

—¡Qué pesado eres! —le dije mientras me apartaba de su mano, que me apretaba los mofletes—, yo solo quería un trabajo para dejar de depender de ti cuando saliéramos a cenar fuera.

«Oooooooh» se escuchó al unísono en la mesa. Se me empezaron a avivar las mejillas de vergüenza.

—Tengo un amigo que trabaja en Portal del Ángel en una tienda de juguetes —saltó Jon—, si quieres, le puedo dar tu contacto.

—Me encantaría —le dije—, me harías un gran favor Jon.

La noche terminó en un karaoke de la calle Montaner. A ritmo de los éxitos de los dos mil que apenas conocíamos de las verbenas. Elena pilló una borrachera que tuvo que ser trasladada a casa en brazos de Jon. Jordi desapareció después del Kahiki por un WhatsApp de una amiga que tenía necesidades maritales. Álvaro y yo nos quedamos solos, subiendo la rambla de Cataluña a las cuatro de la madrugada, de camino a su piso.

—Me lo he pasado muy bien esta noche, no hacía falta que pagaras esa shisha.

—No ha sido molestia alguna, tus amigos me caen genial.

Sentí su brazo rodear mi cadera y sus dedos, agarrarse en el bolsillo de mis tejanos. Pegado a él, después de todo, ya podía respirar satisfecho, éramos unos novios perfectos.

—Te agradezco mucho que hayas aparecido en mi vida.

—Y yo de que hayas estado a mi lado cuando lo del accidente —vi una lágrima deslizando con timidez.

—Álvaro, siempre que necesites algo, podrás contar conmigo —le dije mientras le besaba la mejilla. Lo vi sonreír tras ese estímulo.

En el camino nos cruzamos grupos de jóvenes que deambulaban de un antro a otro, otros solos que imagino que regresaban a la comodidad de sus camas y otros que iban tan bebidos que apenas se mantenían de pie y se rendían en los bancos para dormir la mona.

Cuando llegamos al piso de Sarriá, no tardamos en quitarnos la ropa. Esta vez sentí el aliento de Álvaro sobre mi nuca, su polla abriéndose paso por mi culo, su enorme y fuerte brazo rodearme el cuello y ambos jadeando a gusto.

Cuando cambiamos de posición, tenía los pies detrás de su cuello, con sus manos apretándome los tobillos. Álvaro podía cogerme como un saco de patatas, para él no era difícil agarrarme, no debía pesar mucho para esos fuertes brazos.

De golpe sentí la puerta del piso cerrarse, pero no le di importancia, porque ya lo habíamos cerrado cuando entramos los dos. Pensé que habían sido imaginaciones mías. Mientras seguíamos jadeando, unos silenciosos pasos cruzaron el comedor, la puerta del dormitorio se empezó a abrir y una sombra surgió al otro lado.

—¡¿Qué cojones es esto, Álvaro?! —dijo una voz grave.

Paró en seco, al darse cuenda de quién era ese misterioso interlocutor, se le borró la sonrisa, palideció de golpe hasta quedar blanco como un fantasma. Corrí a taparme mi polla con un cojín, mis ojos iban de lado a lado, analizando esa situación tan extraña. «¿Había vuelto su padre?». La pinta la tenía, hombre de cincuenta años, alguna cana en el pelo facial, pero bastante robusto, piel oscura y ojos marrones, oscuros como la noche.

—¡¿Quién demonios eres tú?! —dijo insistentemente al ver que nadie de esa habitación se atrevía a responder y mirándome con un odio crudo.

—Hola —le dije muy tímidamente, recordemos que iba en pelotas aún—, soy Enric, el novio de Álvaro. ¿Usted debe ser su padre, verdad?

—¿Eso es lo que te ha contado este maricón de mierda? —dijo burlándose mientras mantenía la mirada sobre Álvaro. No entendía nada—. Mira Enric, coge tus cosas y desaparece de la vida de Álvaro, por tu bien.

—¿Por qué debería hacerlo? —me enfrenté a él, viendo que Álvaro se había erguido sobre la pared con los brazos cruzados y sosteniendo una cara de culpabilidad constatable.

—Porque tu querido Álvaro es mi marido —dijo con orgullo.

Me quedé asombrado, miré a Álvaro buscando una pizca de algo que me ayudara a entender que eso era un malentendido. No lo encontré.

—¿Es eso cierto? —le pregunté insistiendo.

—¡Pues claro! —dijo el hombre mientras disfrutaba de mi desconcierto—. Esta putita que llamas Álvaro es mío desde hace años y este es mi piso, lárgate de su vida, ha jugado contigo.

Me puse el bóxer antes de coger con las manos el resto de piezas de ropa que había esparcido por la habitación. Salí al rellano con todo y vistiéndome antes de que llegara el ascensor. Escuché varios gritos que no alcanzaba a entender del interior del piso, cristales romperse, Álvaro gritar. Me sentía humillado y no quería saber nada más de él.

Ese amanecer, a pesar de impregnar de colores cálidos todo el ambiente en la ciudad, lo sentí el más frío en mucho tiempo. Odiaba a Álvaro, pero odiaba más en como pude creerme sus mentiras y dejar que jugara con mi corazón de esa forma. «No hay un cuento de hadas para Enric, iluso», me repetí todo el fin de semana.

Dime algo para quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora