Capítulo 28

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Al regresar de mi merienda con Albert, me invitó a pasar otra noche junto a él.

«¿Me habré olvidado finalmente de Álvaro?», me dije. Me acerqué a su torso mientras caminábamos paseo de Gracia en dirección a la plaza de Cataluña. Albert me rodeó los hombros con su brazo, sentí el olor de su perfume. La gente nos miraba, algunos con muestras de desaprobación, pero me daba igual.

—Ahora que estamos tan bien, me gustaría decirte una cosa para mejorar nuestra relación y hacer que esto funcionara —le miré dubitativo—, me gustaría que cuando estemos juntos y solos, pudieras ser más masculino.

Me empecé a sentir incómodo, como si mi cuerpo no estuviera completamente presente. De repente, los colores vibrantes de la ciudad se desvanecieron y todo se volvió gris. Me invadió una sensación de desánimo que no lograba comprender.

No capté las señales en ese momento, ni tampoco vi nada malo en la sinceridad de Albert, al fin de cuentas, se trataba de mejorar nuestra relación. Solo pensaba en lo feliz que me hacía la idea de que todo funcionara entre nosotros. Sin embargo, algo dentro de mí se rompió, aunque de manera confusa, ya que no entendía por qué sentía muchas otras emociones como la confusión, el miedo o la inseguridad, cuando me debería sentir únicamente feliz.

—Perdón —le dije, casi escondiéndome bajo el cuello de mi camiseta—, no me doy cuenta de esas cosas. No volverá a ocurrir.

—No quiero que te sientas mal —dijo Albert, con una voz aterciopelada, mientras me agarraba del mentón para darme un pico. Al terminar siguió—, solo quiero que seamos completamente sinceros el uno con el otro. Si queremos que esto funcione, hay que ser honestos. Por supuesto eres como eres y no quisiera cambiar nada de ti.

—Vale —concluí.

Cuando llegamos al piso follamos, obviamente no fue ni por asomo como la primera vez. Gemí constantemente preguntándome si sonaba masculino, cada gesto intentaba meditarlo y reproducir la actuación de los actores porno que hacen el papel de activo. Al terminar, Albert se mostraba más satisfecho, más triunfante que nunca. Me pidió abrazarnos desnudos debajo de la sábana, nos abrazamos, yo le daba la espalda.

—¿Has visto, cariño, qué bien? —dijo mientras me besaba el omóplato—. Estoy muy feliz de estar contigo.

Estuvimos varios minutos en silencio, estaba paralizado, no sabía por qué me inundaba un sentimiento de remordimiento y de felicidad a la vez. Solo quería que Albert me quisiera, me gustaba él y obviamente no quería tener una relación tan intensa como con Álvaro, pero al menos Albert estaba siendo sincero y estaba trabajando para que nuestra relación funcionara. Me planteé seriamente trabajar mi pluma para contentarlo. «Ya sabes, en todas las relaciones hay que ceder un poco», me decía repetidamente en mi cabeza.

Me fui a la ducha, al poco rato después, cuando estaba a punto de terminar, Albert se asomó por el marco de la puerta del baño. Mostraba la misma sonrisa de antes.

—Me gustaría darte un regalo. —Le miré indeciso—. Como muestra de que me gustaría que esta fuera tu segunda casa, te traigo tu propia toalla para la ducha.

Mostró una preciosa toalla de color rojo. Estaba perfectamente doblada. Salí de la ducha y Albert me la puso en forma de capa en torno a mi cuello. Nos besamos y él me abrazó. Me sentía feliz y aliviado de haber superado ese bache en nuestra relación, o eso pensaba en ese momento.

Dime algo para quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora