Capítulo 10

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Vi llegar la moto de Álvaro esa tarde de viernes, mientras subía por Roger de Flor. Cuando se quitó el casco de la moto, me apresuré para besarle.

—Así que este es tu plan —miraba con una mirada extraña las letras en blanco del skating club.

—¿Y esa cara?

—Te seré sincero Henry, nunca he patinado y no sé cómo se me va a dar esto —me dijo preocupado.

—No es tan difícil, confía en mí —le pedí clemencia mientras estiraba su brazo para entrar.

La verdad es que fuimos fuera de su horario comercial, por lo que las luces de la taquilla seguían apagadas. Dentro estaba Sergi, un colega de un colega de mi madre. Era un señor de sesenta y largos, propietario de ese centro desde que era joven. Nos recibió con mirada cansada y vestido con una gorra que trataba de ocultar su calvicie. Nos facilitó dos pares de patines. No podía parar de mirar a Álvaro con una sonrisa, me parecía adorable que ese robusto cachas tuviera miedo de un poco de hielo.

Sergi nos abandonó rápidamente y se escondió en las entrañas de lo que era el guardarropa para «hacer cosas de mantenimiento», o eso nos dijo. Nos quedamos solos los dos, en una pista de hielo vacía. El hielo había sido pulido hacía poco y no se percibía ningún corte lo que hacía que la superficie tuviera ese característico resplandor cristalino.

Empecé a caminar en la pista y me giré para contemplar como Álvaro se adentraba agarrándose fuerte del borde.

—Muy bien, ahora intenta caminar con los pies en forma de V —le dije en un tono muy educativo.

—Henry, me voy a caer —dijo con un tono más fuerte de lo normal, lo que presentía su agobio.

—Ven aquí —le dije mientras le estiraba las manos del borde de la pista hacia mi cadera.

Le regalé una sonrisa cómplice.

—¿Estás seguro? —me preguntó cada vez más encogido.

—Álvaro, si vives con miedo, nunca podrás disfrutar de las cosas que otras personas hacen con los ojos cerrados —le convencí—, solo tienes que deslizarte y caerte, así aprenderás a no hacerlo.

—Vale —empezó a deslizarse sobre el hielo con mucha cautela. Apenas se había movido veinte centímetros, vi en su cara reflejar una victoria digna de la Champions. Sonreí orgulloso de su avance.

Estuvimos un buen rato tratando de que Álvaro se familiarizara con el hielo, cuando empezó a coger carrerilla, le agarré de la mano y empezamos a dar vueltas por el centro de la pista. En un momento dado, las luces del inmenso espacio se apagaron de golpe.

—¿Nos han encerrado aquí? —oí la voz de Álvaro preocupado.

En ese momento se escuchaban las primeras sílabas de una voz ronca reproducir por el sistema de altavoces de la pista. La reconocible melodía no era otra que Si no estás de Iñigo Quintero, la reconocería en mil versiones diferentes, después de que se viralizara en TikTok y la usara hasta para mostrar como me comía un melón en la playa, el verano pasado.

A los pocos segundos, empezó a brillar todo el espacio en un tono azul oscuro que pasarían lentamente a tonos lilas. En una cabina, situada al otro extremo de la pista, se podía intuir la sombra de Sergi.

Álvaro me miró con esos ojos verdes, esa sonrisa traviesa, y nos fundimos en un vals sobre hielo que acabó siendo un abrazo eterno. Mis labios cantaban sobre la voz del solista: «Que no hay momento que pase sin dejarte de pensar». Sentí cada una de esas palabras como en una declaración por lo que sentía por él, por todo lo que me había demostrado hasta entonces. Percibí su corazón golpear al ritmo de la canción. Le besé poco antes de que terminara la canción, mientras él me tiraba para estar lo más cerca de su aliento.

—¿No ha estado mal el plan, verdad? —le dije con una mirada coqueta, a lo que Álvaro no pudo resistirse y sonrió. Sus preciosas comisuras se contrajeron.

—Me encanta la magia que desprendes, Enric —Me dijo mientras me apartaba un mechón de pelo a la oreja.

Seguimos patinando, también porque noté como en su pantalón crecía un bulto. Entre risas, música de divas de la radio del momento, acompañados de una amplia variedad de efectos de luces, esa sesión de patinaje distaba poco de una competición de patinaje artístico de la televisión. Sentía que había dado el clavo hasta cuando cayó finalmente Álvaro en el hielo. Me acerqué para escuchar el ruido de su risa. Le di las dos manos para poderlo alzar.

Le acompañé a la salida.

—Me lo he pasado genial ahí dentro —me confesó Álvaro.

—No cantes victoria, esto no ha hecho más que empezar —le anuncié con un tono pícaro.

Después de despedirnos de Sergi y ponernos los cascos, la moto empezó a dar tumbos por las preciosas y anchas calles del Ensancho hasta llegar a mi siguiente parada, de la que Álvaro no podrá deducir con mirar únicamente Google Maps.

Dime algo para quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora