Capítulo 31

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No me apetecía demasiado celebrar nada tras las deplorables condiciones emocionales en las que me había envuelto recientemente. Pero Jon celebraba sus veintidós, y bajo el temor de que Elena me incendiase las cortinas del comedor de casa, ciertamente es capaz de hacerlo, he venido con mis mejores trapos, cargando un regalo improvisado. La verdad es que de Jon solo sabía que cuidaba mucho a Elena, que siempre iba sonriente por el mundo, que era un pedante sabelotodo y un buen tío.

A las ocho de la tarde, en una calle cerca de la Vía Augusta, Enric entraba aguantando una sonrisa espléndida de revista, pero falsa, al piso de Jon. Se encontraba en un principal, de maderas de barniz oscuro, bañadas por la luz amarilla de lámparas clásicas de cuerpo de latón dorado y sombreros de tela verde.

Un piso del ensanche tiene como característica el rebuscado entramado de salas y pasillos ubicados por un desordenado arquitecto, de techos altos, similar a la construcción de los hormigueros. En casa de Jon había una finura que recordaba al interiorismo de los palacios franceses, unos frescos en los techos con ángeles, motivos florales, nubes, jarrones con flores frescas en cada esquina y cuadros pintados a mano de paisajes marítimos. Un par de puertas correderas de cristal y marco de madera se abrieron ante mis ojos. En su interior, la penumbra se cortaba con los flashes del equipo de luces de un DJ, situado al fondo del alargado salón.

Decenas de jóvenes, caras que reconocía como compañeros de la facultad, gente con la que jamás había entablado conversación, pero que reconocía de haberme cruzado por los pasillos, bailaban, hablaban o brindaban por Jon.

—¡Esta es nuestra noche, Henry! —dijo Elena abrazándome por la espalda.

—He traído algo para Jon —le indiqué mientras alzaba la modesta bolsa de papel al nivel de sus ojos.

—¡Genial! Diremos que es parte de todos, luego te hago Bizum —dijo Elena—, es que con tanto folleteo, me he olvidado de comprarle algo, pensaba regalarle mi técnica ancestral del meneo de las tetas alemanas.

—Estoy flipando —no salía de mi asombro la cara dura que tenía y la espontaneidad de ponerle nombre a técnicas sexuales para que sonaran más interesantes—, ¿se puede saber que es le meneo de tetas alemanas?

—Los alemanes tienen fama de ser muy secos.

—Sí... —le corté.

—El meneo de tetas alemanas es golpearle la cara con las tetas. Mira, pones la cara en medio, y empiezas a golpearle lado a lado con todo su peso de forma violenta. Como hacéis los mariquitas con la polla —dijo en tono educacional mientras hacía bailar su pecho a los lados—, a Jon le pone que le diga: «¡Devuélveme los fondos Europeos con sexo ibérico!».

Me arrepentí de descubrir los fetiches de Jon. Así que pasé a preguntar por Jordi para evitar que se dilatara más esa conversación.

—Jordi ha ido a por bebida ahí —dijo señalando a una mesa abandonada con botellas y vasos de papel rojo.

Dejé a Elena bailando y busqué en Jordi una escapatoria rápida.

—¿Qué bebes? —le pregunté.

—Ron con cola —dijo mientras terminaba de llenar su baso con al refresco.

—Hazme uno porfa —le pedí—, oye, ¿este Jon tiene pasta, verdad?

—Su padre es el notario de los futbolistas del FC Barcelona —respondió mientras me servía en un vaso su mezcla—, la verdad que el muchacho tiene pasta.

Mientras me daba la vuelta, observaba las caras de jolgorio de los demás asistentes. La gente se había organizado en pequeños corros, entre ellos vi a Jon y a Elena disfrutar de la fiesta, regalarse algún beso y bailar. Ella estaba apoyada a su hombro y mientras contorneaba su cintura pegada a la de Jon. No quise acercarme a nadie, no me apetecía socializar, esperaba pasar un rato y permanecer en silencio en un rincón, para no aguar la fiesta de los demás.

Me serví otro vaso de cartón con una mezcla que improvisé con las botellas que permanecían casi llenas sobre la mesa. Bebía a sorbos, al terminar, me serví la tercera. Observaba mi entorno, bailaba disimuladamente alguna canción y me volvía servir otro vaso. Repetí ese proceso en varias ocasiones, tantas que no podría contarlas. Poco a poco mi vista se iba nublando. Sonó una canción de Roger Argemí que reconocí de mi playlist habitual, recuerdo cantarla a pleno pulmón y los ojos cerrados ¡He trobat a faltar aquesta llibertat!.

En el tambaleo que sintió mi cuerpo mientras saltaba durante el segundo coro de la canción, sentí la necesidad de encontrar el baño más próximo. Mi garganta sentía como mi último vaso quería salir de mi cuerpo.

Me crucé con varios asistentes mientras atravesaba la sala convertida en pista de baile. Me adentré por un pasillo y abrí la primera puerta de madera. La imagen que vi me heló la sangre, Jordi estaba siendo follado por un chico de pelo rubio y corto sobre un billar terciopelado rojo. Ambos se dieron cuenta de mi presencia, me hice el borracho y volví a cerrar la puerta. Unos metros más allá encontré el baño. Solté todo, me ardía el cuello, mi barriga empujaba con toda su fuerza, mis lacrimales dejaron escapar alguna lágrima por la presión que ejercía mi cuerpo para expulsar todas las mezclas incontroladas que me había servido minutos antes.

Al poco tiempo escuché alguien golpear la puerta, al otro lado había una chica suplicando que la dejara pasar. Me enjuagué con agua del grifo, me limpié la cara y salí algo más sereno al pasillo. La chica entró apresurada y se cerró en su interior.

Mi móvil sonó, era una notificación. Lo saqué del bolsillo, hice un esfuerzo para abrir los ojos y poder visualizar nítidamente el nombre en letras blancas y su foto de perfil. Álvaro había vuelto a dar señales de vida.

Me reí, estaba nervioso y cabreado, le eché toda la culpa de toda mi mala suerte a él. Tenía mucho que espetarle. Pulsé el botón de llamada que había junto a su nombre en el chat de WhatsApp.

—¿Enric? —dijo la voz grave de Álvaro.

—¿Cómo se te ocurre tener los huevos de escribirme después de todo? No puedes imaginarte el daño que me has hecho, maldita sabandija. Soy feliz sin ti. —Era mentira, mis ojos lo sabían y empecé a sollozar—. No te necesito, no siento nada más que pena cada vez que pienso en ti. Te perdiste la oportunidad de vivir una preciosa historia conmigo. No regresaré jamás a estar contigo y me alegro.

—Por favor —dijo Álvaro de manera muy meditada, se le escuchaba sereno—, no digas eso, necesito contártelo todo.

—¿Tu marido también? —le pregunté, sentí que esa pregunta salió de mis labios como un puñal, pero un puñal que de refilón también rebanó mi corazón.

Se hizo el silencio entre los dos, yo fui cayendo, apoyando la espalda en la pared, hasta quedarme en una esquina del pasillo, junto a la puerta del baño.

—Quiero hacer las cosas bien —me dijo.

—Haberlo hecho bien la primera vez.

Colgué sin dar tiempo a ninguna respuesta, mi orgullo se apoderó de la situación. Me quedé en silencio, escuchando el bullicio de la fiesta a lo lejos, mi alma, definitivamente, se había quebrado.

Dime algo para quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora