—¿Te apetece que al salir de trabajar, vayamos al cine? —me preguntó Albert.
—¡Por supuesto! —le respondí —. ¿Qué te apetece ver?
—Hoy se estrena Antes de ti —me respondió ilusionado—, protagonizada por Emilia Clarke y Sam Claflin.
—Veo que eres cinéfilo —le dije bromeando.
—Es que adoro a Emilia desde que la vi en Juego de Tronos —me lanzó—. Trata la historia de una chica que termina en casa de un chico que, por culpa de un accidente, termina discapacitado y eso, terminan enamorándose.
—Suena bonita, ¡Cuenta conmigo!
La tarde fue bastante movida, los viernes muchas familias aprovechaban para ir de compras con los peques y entre las tiendas, les recompensaban viendo juguetes y el más afortunado, se llevaba un pequeño regalo por haber hecho bien los deberes esa semana, lavar los platos o lo que fuese.
—Disculpe, ¿podría ayudarme? —dijo una señora de pelo rizado oscuro.
—Por supuesto, ¿en qué la puedo ayudar?
—Mi hijo quiere disfrazarse de la Reina de las nieves y quisiera que me ayudara a elegir talla —me dijo dubitativa, no estaba del todo convencida.
—Mire, las tallas van por edades —le indicaba mientras sacaba la etiqueta del cuello del primer disfraz a mano—. ¿Su hijo ya ha dado el estirón?
—No, aún no —dijo algo más aliviada.
—Mi recomendación es que le pille siempre una talla más, por si decide ponérselo para salir a la calle y hace frío, le podrá obligar a llevar ropa de abrigo por debajo. Con lo que cuestan, mejor que te dure más por grande a que ahora encaje y en dos meses tirarlo —le dije mientras le dejaba un disfraz de la talla once sobre sus manos.
El disfraz era de color azul, con una tela blanca casi transparente de la que inevitablemente caía purpurina azul, hicieras lo que le hicieras. Vi en la mirada de la mujer una complicidad extraña, como si hubiera necesitado hablar conmigo de ese tema, porque se lo había escondido para sus adentros durante mucho tiempo.
—A la calle no quiero que se lo ponga —me dijo con inquietud —, me preocupan los adultos que puedan verlo vestir con falda. Me jode la homofobia de los adultos que termina salpicando a los niños. Seguro que sus amigas estarían encantadas de que fuera vestido como le saliera de ahí, pero como madre, no quiero que a mi hijo le torturen o acosen en el colegio por ser feliz.
En mis ojos no pude contener la alegría de escucharla y necesité reconocerle su mérito como madre.
—Mi mayor consejo es este, lamento que la sociedad no esté preparada aún para aceptar la diversidad —le conté—, pero usted hoy me ha dado un regalo sin saberlo. Cuando mi madre se enteró de que era gay se preocupó más de si iba a sufrir, por aguantar todo ese acoso, que de otra cosa. Su hijo tiene una excelente madre, usted eduque a su hijo como sienta que deba hacerlo, pero su hijo nació para luchar y si usted se lo recuerda, puede caerle quien sea que hará lo imposible para seguir adelante, como hemos hecho todos.
La madre sonrió orgullosa. Me arrebató el vestido azul de las manos y me pidió también los zapatos de tacón a juego y la corona. Cuando se fue dignamente a pagar el vestido de su hijo, yo me quedé escondiendo la cabeza dentro del colgador. Dejé que una lágrima de orgullo cediera.
Después de cerrar la tienda, salimos todos cargados con las bolsas con nuestro uniforme, las chicas, además, con sus bolsos. A los lados de la puerta de entrada había varias bolsas de plástico para reciclar y cajas de cartón plegadas, esperando al camión de la basura. El Portal del Ángel brillaba de manera especial con sus farolas reflejadas sobre el húmedo suelo, tras el paso del camión de limpieza. Nos despedimos con brevedad, Albert y yo nos fuimos juntos en dirección a las Ramblas.
—¿Te apetece cenar algo antes de ir al cine? —me preguntó.
—¡Por Dios, sí! —exclamé—, tengo un hambre que me muero.
—Te noto algo más feliz que de costumbre y eso que tú siempre sonríes en la tienda —dijo Albert mientras se ponía la cazadora marrón—. ¿Ha ocurrido algo?
—He tenido a una clienta que quería un disfraz de la princesa de las nieves para su hijo de nueve años —le conté—, sentí como ella entró cohibida y salió con el vestido orgullosa de su hijo. He comprendido la preocupación que debió pasar mi madre cuando se enteró de que su hijo era homosexual.
—Ah, sí, cuando la he recibido a la caja, me ha felicitado por tus consejos. Se lo he comentado a mi abuelo, estaba seguro de que esto se te iba a dar muy bien. Una vez vino a la tienda un chaval de aspecto humilde que se llevó un bolígrafo rosa con los personajes de una peli musical adolescente y se lo escondió para que nadie viera que eso le gustaba. De hecho, me dejó el recibo en la mano, se largó a toda prisa.
Sonreí entristecido, sentí la suerte que tenía de vivir felizmente mi orientación sexual sin reparos o miedos por el qué dirán. Algo que no ocurre incluso a metros de mí, en la misma ciudad.
—Es una pena —retomó un Albert pensativo—, que haya personas que tengan que esconderse por miedo. Si el chico de esa madre pudiera vestirse de princesa, sería el niño más feliz del mundo y por culpa de la sociedad, lo será en la sombra de su casa. ¡Qué rabia!
Torcimos en las Ramblas hasta pasar por un humilde restaurante sin mesas, casi era un local de recogida para los repartidores. Tenía una entrada tan estrecha que apenas podía recibir a un único cliente. Detrás de los cristales había un cocinero que, sin cesar, se afanaba en preparar unos fideos de arroz con verduras en un enorme wok. Mientras su compañero atendía y hacía de cajero, el otro se entretenía elaborando todos los pedidos como si se tratase de un hombre pulpo.
Pedimos un par de cajas de fideos orientales con verduras y pollo y unos dim sums de vegetales que estaban herméticamente protegidos en un modesto táper de plástico. Al llegar al centro comercial de las Arenas, el único centro con planta redonda y cuya fachada recordaba su pasado como plaza de toros, subimos a la tercera planta, lugar en el que se situaba el cine. La sala estaba desierta a diez minutos de empezar la proyección.
Mientras comíamos empezaron los anuncios, vi como Albert era un desastre comiendo con los palillos, así que convertía sus dim sums en Chupa Chups clavándolos al palo para llevárselos a la boca. Me reía para mis adentros. Cuando intenté mostrarle como se hacía, él me confirmó que prefería hacerlo a su manera.
A medida que avanzaba la película, más me hundía en esa butaca tan cómoda. En una de las escenas, de las que los protagonistas se distancian, empecé a emocionarme. Sentía la tristeza del personaje de Emilia. Albert se había percatado y vi su mano acariciarme la mejilla, tumbé la cara para dedicarle una sonrisa y me plantó un tímido beso en los labios. No cerré los ojos, me había quedado mudo y sin ubicarme en ese momento, cuando reaccioné, le cogí de los brazos y me acerqué más a él. Le entregué mi lengua y mis labios a los suyos, reconocía el sabor de la salsa Teriyaki en su boca.
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Dime algo para quedarme
RomanceEnric, un joven con una vida tranquila y predecible, nunca imaginó que un encuentro casual con Álvaro cambiaría su mundo para siempre. Desde el primer momento, el magnetismo de Álvaro despierta en Enric sentimientos y deseos que jamás había experime...