Capítulo 45

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Esa noche me costó conciliar el sueño. Tumbado en la cama y con la mirada pegada al techo blanco de mi habitación, no dejaba de pensar en cómo se lo tomaría Carles si le contase lo que me había ocurrido con Álvaro. Por otro lado, lo disfruté, es imposible negar que mis sentimientos estaban pegados a esos brillantes ojos verdes.

Las dos... las tres... las cuatro... al fin pude dormir y de repente, la alarma del móvil. Me puse unos vaqueros, un jersey de color blanco roto con un 1993 bordado de color azul marino eléctrico. Como un zombi, me arrastré hasta la cocina, me comí un yogur con cereales, me tomé un vaso de zumo y me largué a toda prisa con la mochila colgando del hombro.

Enric

Elena, necesito verte ahora 😟

Diez minutos después, me encontré con Elena en la puerta de la facultad. No necesité decirle nada, Elena vio por mi cara que algo había ocurrido y antes de abrir la boca, me frenó.

—He besado a Álvaro —le solté.

—¡Así se hace, campeón! —Elena, a diferencia del resto de mortales que tendrían un comportamiento normal, parecía celebrar esa información.

—¿No estás molesta?

—Me gustaba mucho Álvaro, es perfecto para ti, vida mía, solo vas a volver a tener veintiún años una vez en la vida, desmelénate.

—¿Y Carles? —le corté en seco.

—Ya, aquí uno de los dos se lleva el premio, el otro le tocará joderse.

—No quiero hacerle daño. El tío es superatento, tiene detalles muy adorables conmigo y además es perfecto —intentaba justificarme.

—Pero no es para ti.

—No sé lo que quiero ahora mismo —me quedé reflexionando.

—¿Y ya has mojado el churro con Álvaro? —dijo Elena simulando con un gesto, con la boca acompañada de un puño, una mamada.

—Qué bien te veo esta mañana —dijo alegre Jon acercándose por detrás de Elena. Ambos se dieron un beso.

—Henry no sabe hacer bien una mamada y se lo estaba comentando —dirigiéndose nuevamente a mí—, y coges las pelotas, sacas la lengua y...

—¡Vale, vale, vale! Me ha quedado muy claro cómo se hace, gracias por el máster —le dije para que cortara. Los demás compañeros de la facultad giraban sus cabezas hacia nosotros para ver la técnica amatoria de Elena.

—Deberías hacerle caso, Henry, ella sabe cómo dejarme los ojos en blanco —dijo Jon.

—¡Por Dios! —me enrojecí imaginándole disfrutar de una mamada con Elena.

Entramos a clase, Carles llegó poco antes de iniciar la clase. Como era habitual desde hacía dos meses, se sentó a mi lado. Durante la clase le vi que me miraba por el rabillo del ojo. Me buscaba, me dejaba notas para que las leyera. «Feliz lunes, conejito», «He pensado hacer planes este viernes por la tarde, no hagas planes», «Te quiero». Este último mensaje lo sentí muy distante, no tenía claro si sentía lo mismo por él y eso me cabreaba.

A cada uno de los mensajes le correspondía con una sonrisa o una caricia en la mano, pero lo cierto es que no estaba sintiendo lo mismo. Estaba cabreado porque sentí que le había engañado con Álvaro y lo peor, tenía que contárselo. «¿Cómo se lo digo sin hacerle daño?».

Mientras todo eso ocurría dentro de mi cabeza, la clase avanzaba y por si fuera poco, el teléfono empezó a vibrar. Una, dos, tres veces consecutivamente. El bolsillo no paraba de vibrar y me estaba consumiendo por dentro. Sentía que podía ser Álvaro en busca de más, que me mandaría algún mensaje que me delataría de tal forma, que Carles se enteraría.

Al final no pude aguantarme, saqué el teléfono, vi la pantalla iluminarse debajo de la mesa, todos mis temores se materializaron, era Álvaro.

Álvaro

Buenos días 🧡🧡🧡

Álvaro

Pudiste dormir anoche, ¿estás bien?

Álvaro

¿Se lo has contado?

Álvaro

¿Cómo se lo ha tomado?

Álvaro

¿Te parece que me acerque a la facultad para comer contigo?

Guardé el teléfono rápidamente, intenté que Carles no viera mis mensajes y mucho menos, que se diera cuenta de que algo pasaba. Al terminar la clase me dispuse a irme de la facultad y saltarme la segunda clase del día, con tal de evitar que Carles se me acercara.

—A ti te pasa algo —dijo Carles detrás de mí.

Me giré y lo vi sobre las escaleras de acceso de la facultad.

—Sí —le confesé mientras bajaba la cabeza—, lo siento.

Le agarré de la mano y nos fuimos a unos bancos que daban a un lado de la puerta principal, lo senté a mi lado. Carles tenía una mirada de preocupación, sus ojos analizaban con desesperación cada detalle de mi comportamiento para poder deducir mi siguiente movimiento, como en una partida de póquer.

—Carles, me gustas, pero ha ocurrido algo que debes saber —necesité medir mis palabras, dijera lo que dijera iba a hacerle daño, cosa que no quería, pero sabía que era inevitable—. He vuelto a ver a Álvaro, mi ex.

—¿Dónde? —me preguntó.

—Anoche —le solté.

El silencio se apoderó de los dos, Carles no sabía cómo reaccionar.

—Pero no significó nada, Carles.

—Entiendo —dijo con aplomo—, si me aseguras que no pasó nada, haremos ver que no ha ocurrido nada. Pero prométeme que nadie se va a interponer en nuestra relación.

Le miré a los ojos, tenía una mirada paternal conmigo.

—De acuerdo —dije.

No me imaginaba que Carles tendría esta reacción. De todas las opciones que barajaba en mi cabeza, tenía más papeletas de terminar ahí mi relación con él que la de seguir como si nada. Acepté, nos besamos y regresamos con nuestros amigos en la cafetería.

De camino a la cafetería, Carles se giró y soltó:

—Me alegro de que tengamos confianza en nuestra relación, tú dime lo que te pase por la cabeza y trabajaremos para solucionarlo. Además, este viernes te he preparado un planazo que no te lo esperas, seguro —le miré confundido.

—¿Qué tienes en mente? —insistí.

—Un mago nunca rebela sus trucos, el viernes ponte ropa cómoda.

Dime algo para quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora