Capítulo 43

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Álvaro empujó con esfuerzo una vieja puerta de madera, en su interior había un pequeño piso de techo tan bajo que si alzabas los brazos, conseguías tocarlo. El suelo estaba cubierto por maderas oscuras y en lamentables condiciones, alguna crujía cuando apoyabas el pie encima. Una cortina de polvo en suspensión rodeaba la estancia, La poca luz natural entraba por los huecos de una vieja sábana roja convertida en cortina improvisada.

Sobre las maderas del suelo había dos alfombras viejas superpuestas en una esquina de color rojo y con tramados de flores azules que apenas se podían ver debido a la capa de polvo que los cubría.

En esa estancia se percibía un olor a vejez, pero con un aroma de fondo de rosas, seguramente debido al perfume de Roberto cuando era Judit. En una pared había una pequeña estantería con algunos libros viejos, alguno estaba tan mal cuidado que tenía el lomo completamente despojado. A su lado, había una mesilla alta de madera negra de la que reposaba una pequeña lámpara de oro y con una pantalla de cristal blanco en forma de flor.

—Cuidado con tocar nada, Roberto es muy suyo con sus cosas, dice que su desorden está ordenado —dijo Álvaro intentando cerrar la puerta.

—De acuerdo —dije paseándome por la pequeña estancia con sumo cuidado.

—Damas, caballeros y maricones simpatizantes, postraros ante la gran, única e igualable, Judit Mas Carpone —proclamó una voz muy grave al otro lado del marco de una puerta.

—¡Bravísima! —dije sorprendido por esa increíble figura.

Al otro lado del hueco de la puerta había una mujer de metro noventa, piel oscura como el café con leche. Vestía una gran peluca rubia, algo alborotada, un ceñido vestido rojo, acompañado de una boa de plumas blancas, largos guantes de encaje blanco y unos enormes pechos que duplicaban el tamaño de su cabeza. Era una desproporcionada diva, casi caricaturesca, mujer de un gánster.

—Hola, soy Enric, Álvaro me ha hablado de ti, Judit —le dije ofreciéndole la mano.

Judit observó el gesto, reflexionó y un segundo más tarde, dejó caer su mano sobre la mía. Entonces sus grandes ojos azules se postraron en mí, esperando un acto reflejo. Asentí y le besé la mano como si se tratase de la realeza. Ella se inclinó ligeramente con mucha elegancia.

—Si alguna vez ves a una reina, deberías reverenciarte —dijo con un tono de superioridad. Nos quedamos en silencio, Judit no dejaba de observarme con una extraña mueca—. ¡Tú eres el chico triste de la parada del guagua!

—¿Perdona? —le dije extrañado por su repentina aparición.

—Sí, muchacho, te vi una vez llorando en una parada del bus, como le llamáis los de aquí —dijo orgulloso por haber hilado cabos en su cabeza—, habías dejado a un muchacho y estabas feliz.

Álvaro me miraba dudando.

—¡Es cierto! —reaccioné al reconocer debajo de todos sus accesorios al hombre que me encontré en la parada de autobús que había cerca de la tienda y que intentó animarme —¡Qué memoria tienes!

—Claro, un gusto conocerte Enric, yo soy Judit, la compañera de piso de Álvaro. Puedes ahorrarte los detalles de vuestra relación, me he suscrito a su podcast —dijo señalando a Álvaro con el dedo—. No veas como acabó la fiesta del Guatao, lo vuestro.

—No entiendo esa expresión, pero supongo que sí.

—Se refiere que terminamos mal la primera vez —completó Álvaro.

—Pero ahora estás aquí, mi querido Enric. Pasa a la cocina que te daré de probar un mojito de verdad y no la mierda que sirven en los bares —me agarró de la mano y me hizo entrar a una modesta cocina de muebles blancos y antiguos. En el centro había una mesa con tres sillas de diferente diseño.

Dime algo para quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora