Capítulo 32

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—¿Y sabes qué quería? —dijo Elena de camino al aula magna de la facultad para una charla sobre política Europea.

—En el mensaje ponía: «Necesito hablar contigo» —le dije mientras le mostraba el mensaje de Álvaro desde la pantalla del móvil—, recuerdo que le llamé, le dije lo mal que me había hecho sentir y le colgué.

—Bien hecho Henry, ¿pero no te apetece saber el por qué te engañó? —dijo Jordi mientras nos sentamos en la penúltima fila de butacas azules de esa imponente aula llena de alumnos de varios cursos.

—Al menos si es para pasar página, ya que el chico se ha dignado a aparecer, yo le daría la oportunidad de que me contara su versión —dijo Elena.

Me hicieron dudar, me quedé pensativo. La charla arrancó con la bienvenida del decano y a sus ponientes, un parlamentario europeo y al escritor de un libro sobre política europea.

—¿Por qué siempre tienen que ser pollas viejas los tíos que hablan en estas charlas? —dijo Elena sin preocuparse de que alguien pudiera oírla.

La charla había comenzado cuando sentí mi teléfono a vibrar. Era otro mensaje de Álvaro.


Álvaro

Me arrepiento de todo el daño que has sufrido por mi culpa.


Álvaro

Nunca he estado casado.


Álvaro

Sé que me estás leyendo.


Álvaro

Dime algo, por favor.


—¿No vas a decirla nada? —dijo Elena.

—No tengo claro qué quiero hacer ahora —le contesté. Una parte de mí necesitaba resolver algunas cuestiones que me habían surgido de la repentina ruptura con Álvaro, pero por otro lado, seguía culpándolo de todos mis encontronazos amorosos a él.

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Después de la charla que se había alargado con sus ruegos y preguntas a más de dos horas, salí corriendo hacia el baño. Me estaba meando desde hacía cuarenta minutos, pero por miedo a que la gente me prestara atención y salir a mitad del soliloquio que había protagonizado el representante parlamentario con su ego que no cabía debajo de su americana de color azul marino, me esperé hasta que la sala arrancara entre aplausos antes de salir por las puertas.

Al entrar en el baño descargué toda mi orina, casi me la echaba encima cuando la cremallera de los tejanos no querían bajarse fácilmente. Al salir para lavarme las manos, un chico se me quedó mirando sonriente. Me estaba analizando la curvatura de la espalda, cuando terminó de hacerlo, me hizo el gesto con la cabeza para que accediera a entrar en uno de los baños con él. Sabía lo que quería, pero no estaba dispuesto a contentar a más tíos. Salí con todo mi orgullo al pasillo nuevamente, dejando al chico solo esperando a otra presa.

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Tres semanas después salíamos los cuatro victoriosos del último examen del curso. Para sorpresa de todos, Elena empezaba a ver en su expediente notas que la elevaban al notable de media. Ninguno de nosotros suspendimos ninguna hasta el momento, y a falta de conocer las dos últimas asignaturas que aún no las habían publicado en la app de los estudiantes, decidimos celebrarlo.

—Mañana es San Juan, ¿os apetece ir a la playa y pasar la noche juntos? —dijo Jon.

Accedimos, nos íbamos a encontrar a las siete de la tarde en el vestíbulo de la estación de Sants. Bajamos juntos al andén número ocho y nos plantamos a la estación de Montgat cuarenta minutos después. Cenamos bocatas, Jordi trajo consigo un altavoz y su playlist de música de principios de siglo como Bob Sinclar, Daft Punk o Nelly Furtado.

Al poco rato se acercó una silueta que reconocí, salvo que con más ropa de la que recordaba.

—Chicos, os presento a Víctor, nos estamos conociendo —dijo Jordi.

Elena se le echó encima primero, después Jon le apretó fuerte la mano, cuando llegó a mí le di dos besos. El chaval tendría dos años menos que nosotros, tenía el cabello corto y rubio. Ojos azules, parecía un guiri que se podría camuflar perfectamente en un día normal en las Ramblas.

Empezamos a beber refrescos, algunos bebieron mezclas con alcohol, yo me propuse esta vez disfrutar la noche sereno. Al cabo del rato sentí la necesidad de mear. Vi a Jon abrazar a Elena al lado de la hoguera, Jordi con Víctor al otro lado.

—Ahora vuelvo —les dije.

Fui por el pueblo en busca de una esquina oscura donde poder mear. Se me complicaba la tarea cuando vi que en todas las calles había grupos de camino a la playa, luces encendidas, y ningún tramo oscuro.

Frente a la iglesia había dos turismos aparcados, pensé esconderme entre los dos mientras echaba el meo directamente a la rejilla del alcantarillado. Cuando terminé, me puse a mirar el teléfono apoyado en el capó de uno de ellos. Amplié la foto de Álvaro, se le veía sonriente frente a su moto.

Regresé con mis amigos nuevamente, la fiesta terminó después de que saliera el sol, me pasé el siguiente día sin levantar la cabeza de la almohada.

Dime algo para quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora