Capítulo 38

28 5 2
                                    

Los lunes son, sin lugar a dudas, los peores días de la semana. La facultad de derecho se llenaba de gente que manifestaba la resaca de la fiesta en sus rostros, mientras que otros contaban las horas que les separaban de otro merecido descanso que ofrecía el siguiente fin de semana. Llegué temprano al aula, hacía buen día, poco a poco empezaron a llegar mis compañeros. De repente Elena entró con la mandíbula tensa, se sentó a mi lado y empezó a sacar su portátil, unas hojas y un bolígrafo sin intercambiar ni una triste palabra.

Jordi entró un par de minutos después, estirando los brazos para acompañar un bostezo que resonó en todo el aula. Se sentó a mi otro lado. Mientras sacaba su libreta y bolígrafo de la suerte, un bolígrafo azul, que hasta la fecha usaba para no suspender ningún examen, como si se tratase de un amuleto.

—¿Qué le ocurre a Elena? —le pregunté cuidadosamente para que Elena no pudiera oírme.

Jordi echó su cuerpo hacia atrás para poder obtener un mejor campo de visión de Elena detrás de mí.

—Elena, ¿te pasa algo? —preguntó sin el más mínimo reparo.

—Nada —respondió Elena de forma hostil.

Jordi se acercó a mí y me miró con preocupación.

—Tío, eres imbécil —le espeté—, te pregunto si le ocurre algo y vas y se lo lanzas, así como si no fuera contigo.

—¿Cómo quieres que sepa lo que le ocurre a Elena si no se lo pregunto? —dijo Jordi algo molesto.

—Déjalo —me rendí.

Me giré hacia Elena, la vi contemplando la pizarra blanca del aula en busca de otro universo. La verdad es que jamás la había visto tan pensativa, lo que hacía que no me atreviera a preguntarle. Entró Jon por la puerta, se quedó mirando a Elena a lo lejos, dos segundos después, apartó su mirada de él y Jon desfiló rendido hacia el fondo del aula. Giré la cabeza siguiendo cada movimiento de Jon, viendo la frialdad de Elena que contrastaba ciertamente con su fervor habitual cuando ambos amantes se encontraban.

Deduje, sin mucho esfuerzo, que el motivo por el cual Elena estaba fría y distante era por Jon. Algo había ocurrido ese fin de semana y empecé a hilar posibles hipótesis en mi cabeza como un espía de las películas que le gustaban ver a mi madre los domingos tumbada en el sofá junto a un vaso de vermut helado.

—¿Va todo bien con Jon? —le pregunté con preocupación.

—No —dijo Elena.

—Buenos días, hoy hablaremos de Adam Smith —anunció el profesor, apenas entraba por la puerta del aula.

—¿Qué ha pasado? —insistí a Elena en un tono tan bajo que solo lo podrían haber escuchado los perros.

—Henry, cariño, hablemos mejor después —soltó Elena.

—Smith era un pensador escocés que consideraba que los sentimientos se debían anteponer frente las normas y los ideales nacionalistas —iba explicando el profesor frente a su audiencia joven que no entendía mucho, pero que se encargaban de anotar cada palabra en sus apuntes.

—¿Quieres hablar de ello? —volví a preguntar a Elena.

—Cállate, que si me pierdo en este pavo, lo sufriré cuando llegue el examen —replicó.

—Ustedes, los del fondo —el profesor nos llamaba la atención, toda el aula nos miraba—, ¿puedo ayudarles en algo?

—Eh, no, discúlpeme profesor Calvet —le dije, mientras sentía que se encendían mis mejillas por la presión del momento.

El profesor siguió con su presentación, dejé que pasaran unos minutos.

—¿Qué ha hecho Jon? —insistí.

Dime algo para quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora