Capítulo 34

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En septiembre los reencuentros se producían en cada pasillo, en cada aula, hasta en los baños de la facultad. Este iba a ser nuestro segundo año de carrera y se respiraban nervios e ilusión. Los cuatro jinetes del apocalipsis cruzaron juntos la puerta del aula 26A. Un aula mejor que las que les quedan a los alumnos de primer curso, condenados a estar en las aulas más oscuras, que casi parecen almacenes. Nuestra aula era grande, con ventanales en dos de las cuatro paredes, recién pintadas, con mesas nuevas y amplias y sillas, no bancos.

—Este año voy a ir más tranquila.

—Eso espero, Elena, el año pasado lo sufrimos todos, tu montaña rusa emocional —dijo Jordi.

—Si fueras mujer entenderías lo que sufrimos, gilipollas —dijo Elena en un tono muy elegante, incluso el improperio del final.

—¿Habéis visto la cantidad de compañeros nuevos? —dijo Jon—, hay algunos que no han pasado primero.

—Espera, ¡¿y Berta?! —dijo Elena buscándola en cada rincón del aula.

Justo en ese momento entraba una Berta vestida de blanco con una camiseta de tirantes que le marcaban sus grandes dotes, un pantalón tejano, unos zapatos de tacón que seguro que costaban más que lo que habría ganado trabajando en la tienda un año entero y un bolso enorme de color rosa palo.

—Chicos, me alegro de veros —dijo Berta refiriéndose a nosotros—, a casi todos.


Su mirada repasó de arriba a abajo el semblante de Elena.

—Te vamos a rebautizar como hemorroides —dijo Elena con toda la calma—, porque no te la esperas y te produce rabia tenerlas.

—Veo Elena que has sufrido mucho en esta vida callejera. ¿No te puedes permitir un cojín en el trasero?

—Si tuviera aquí un cojín, lo usaría para ahogar tus sueños y evitar tu sufrimiento —sentenció.

En ese acalorado rifirrafe entre ambas, me quedé viendo entrar a nuestros nuevos compañeros. Hubo especialmente uno que me llamó la atención. Era un chico alto, con una nariz puntiaguda, gafas grandes de pasta, cejas gordas y negras a conjunto con el pelo liso. El chico se había sentado tres filas por delante de nosotros, no parecía tener amigos, al menos en este aula, por lo que se sentó tímidamente y sacó su libreta y un bolígrafo a la espera de que empezara la clase.

—Bienvenidos alumnos de segundo curso, soy el profesor Marc Castilla, y os daré fundamentos de política.

Las dos horas de clase sirvieron para conocer las diferentes formas de avaluación, entrar en materia y saber lo que era completamente sabido por todos, iba a ser una materia aburridísima. Toda la ilusión del reencuentro murió en ese preciso momento.

Al salir de nuevo al pasillo, Elena y Jon fueron corriendo a la copistería de la facultad para imprimir unos papeles, Jordi y yo nos fuimos a esperarles en la cafetería, tomando algo. Nos sentamos en unas mesas que estaban libre en el centro del comedor.

Mientras Jordi sorbía de su café ardiendo, yo removía los polvos de cacao en mi vaso de leche. Estábamos hablando, bueno, Jordi hacía un monólogo atropellado sobre sus vacaciones familiares en Mallorca. A veces le ocurre que no sabe iniciar una historia y poderlo entender es complicado hasta que recapacita y te pone, al fin, en situación. Poco a poco se nos acercó con sigilo el misterioso chico de gafas.

—Hola, he visto que somos compañeros en teoría política, soy Carles —dijo estrechándonos la mano.

—Él es Enric, pero le llamamos Henry, yo soy Jordi, encantado.

—Encantado —dijo Carles mientras tomaba asiento—, poneros las pilas, Castilla es el peor profesor de la universidad, sin duda. El año pasado suspendió a casi toda la clase.

Dime algo para quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora