Capítulo 23

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—Bienvenido Enric, me alegro de que hayas podido venir con tan poco tiempo —me dijo con una voz áspera por la edad—. Yo soy Mario y este es mi nieto Albert.

Señalaba a un chico tímido que se escondía detrás del mostrador mientras organizaba cajas para regalos y bolsas de plástico. Al darnos la mano sentí electricidad en la mirada de Albert. Sus ojos marrones chocolate con leche y su pelo negro como la noche me provocaban una confianza inexplicable.

Paseé por los dos pisos de esa tienda de juguetes, perfectamente decorada como un palacio de cuento de hadas, conociendo a varios de mis nuevos compañeros. Analizando cada una de las diferentes zonas. Esa juguetería tenía desde peluches y disfraces, hasta juguetes, material escolar y elementos de coleccionismo.

Alrededor de las nueve y media de la mañana y con un sueño que me hacía tambalear por las escaleras, ya habíamos descargado tres palés del reparto. Se avecinaba la temporada de bañadores y toallas y, creedme, al abrir una de las cajas las toallas provocaron un alud de tal magnitud que tuvieron que rescatarme. Todos se rieron, yo estaba sorprendido. Mario nos organizó por turnos para ir a desayunar antes de que abriéramos puertas.

Albert y yo nos quedamos en el sótano, que a su vez servía de almacén, poniendo las alarmas a todas las toallas con el famoso disco de plástico y un punzón que me había llegado a pinchar alguna vez que metía la mano en el recipiente donde lo tenían guardados.

—¿Cuánto hace que te dedicas a esto? —le pregunté.

—Este será mi sexto año, creo, es la tienda de mi abuelo y algún día me tocará heredarla —me dijo orgulloso—. ¿Alguna vez habías trabajado en una tienda de juguetes?

—La verdad es que no —le comenté—, si te digo la verad, este es mi primer trabajo.

—Lo harás muy bien —dijo mientras colocaba un montón de toallas en una repisa.

Al intentar alzar las toallas por encima de su cabeza, su camiseta azul oscura cedió y pude ver una cadera perfecta y el lado derecho de la V que se les marca a los chicos delgados. Sentí calor en mi interior, pero me detuve, ese iba a ser mi primer trabajo y no iba a ceder a mis instintos.

—¿Enric, podrías ayudarme? —me dijo esforzándose para acabar de situar las últimas sobre la repisa más alta.

Me acerqué a él, empujé las toallas y mientras hacía el esfuerzo junto a él, pude oler su aroma varonil y al champú anticaspa de limón que me gustaba. Bajé los ojos hacia los suyos, vi que se había quedado embobado con mis labios. Me resultaba incómodo y a la vez excitante esa situación, pero después de Álvaro, no estaba preparado para conocer a nadie más hasta que no me doliera hacerlo.

—Albert y Enric, os toca hacer el descanso, dejad a Nadia y Verónica que se ocupen de las toallas que faltan por preparar—dijo la voz de Mario desde su pequeño despacho.

Albert y yo fuimos al vestidor y cogimos las chaquetas. Salimos al Portal del Ángel y torcimos por Canuda. Ahí había un bar muy envejecido con una barra cuadrada, rodeada por sillas y un par de clientes madrugadores haciendo un café. La barra era completamente metálica, las paredes eran blancas y con grandes espejos en las paredes para aparentar amplitud inexistente. Tenía la mitad de sus bocadillos anunciados en tres idiomas para los turistas que se dejaban caer y fotografías de pésima calidad plastificadas, al lado del precio indicado en euros pintados con marcador negro.

—¡Hombre Albert! ¿Qué te pongo hoy? —dijo enérgicamente un hombre bajito, de aspecto delgaducho, con un tupido bigote, pero con una camisa blanca impoluta y un chaleco azul cielo que le hacía brillar la sonrisa con la que saludaba a todos.

—Buenos días, Juanito, pues lo de siempre, un zumo de naranja y un bikini —dijo mientras se dejaba caer en una silla.

—¿Y a tu amigo? —dijo mientras se fijaba en mí.

—Yo tomaré un Cacaolat caliente y otro bikini —le dije dubitativo.

—¡Marchando! —dijo Juanito mientras empezaba a preparar el pan de molde sobre la plancha.

—¿Háblame de ti, Enric, de dónde has salido? —dijo Albert posando su cabeza sobre el brazo izquierdo.

—Pues no sé, soy Enric —empecé—, estoy estudiando ciencias políticas. Elegí la carrera porque estaba a media hora de casa y si me iba a decepcionar, al menos que me pillara cerca.

Reímos, aunque era cierto en parte, la otra excusa era pasar más tiempo con Elena.

—¿Y Enric tiene pareja? —dijo con una mirada de cazador.

—Tenía, hasta hace un mes, se llama Álvaro y parecía que íbamos a ser la pareja perfecta —me dije mientras sentí que empezaba a sudar por la espalda, fingí tener el control de mis emociones—, pero todo se fue a la mierda cuando apareció su verdadero marido.

—¡No jodas! —dijo sorprendido—, perdóname, Enric, no quería hacerte revivir el dolor. ¿Estás mejor?

—Sí, espero que con este trabajo pueda tener la cabeza ocupada el tiempo que no estoy en clase —le conté.

Juanito regresó con las bebidas, en su segundo viaje a la plancha, trajo consigo dos platos de porcelana con nuestros sándwiches de jamón y queso derretidos. Comimos en silencio, vi a Albert mirarme intentando forzar una sonrisa de empatía. Yo le devolví la sonrisa con otra, mientras en mi interior surgían preguntas que me hubiera gustado que Álvaro hubiera respondido a estas alturas.

Regresamos a la tienda, dejamos las chaquetas y me puse la camiseta azul oscuro delante de Albert. Ambos salimos a la vez a la parte visible de la tienda, él se dirigió hacia la caja y yo me pegué a Verónica mientras aprendía a atender a los clientes. En los ratos muertos, me contaba el procedimiento para hacerlo de la manera adecuada. Me presentaba, uno a uno, los personajes de las películas o series que aparecían impresos, representados o sus disfraces, para poder ubicarlos si algún cliente nos preguntaba por ello.

—Enric, apréndete de memoria las franquicias y a sus personajes cuanto antes —me aconsejó—, la realidad es que vas a atender un montón de padres perdidos que no tienen ni idea de nada de lo que les gusta a sus hijos y les servirás de grata ayuda.

En las primeras horas de la mañana apenas habían entrado unas treinta personas, la mayoría se habían escapado de sus almuerzos para comprar un regalo urgente para sus hijos o para el amigo de sus hijos. Mientras no pasaba nada, nos entreteníamos ordenando las perchas de los disfraces por tallas y poniendo bien los juguetes en sus estanterías.

—Bueno Enric, creo que estás preparado para atender solo a los clientes, te dejo el walkie talkie para que puedas comunicarte con Nadia en el almacén —me dijo mientras me entregaba el aparato en la mano—, yo salgo en diez minutos, a ti te quedan dos horas más, cualquier cosa pregunta a Albert, el chico que hay en caja.

Verónica ya había salido de la tienda cuando Albert aprovechó para salir a ordenar unas repisas, yo me acerqué para entablar conversación. Mientras los dos estábamos ordenando los productos de una princesa de hielo, Albert habló en voz baja.

—¿Cómo te va el primer día? —cogió una percha con un disfraz para ver bien la etiqueta.

—Va bien. Verónica me ha enseñado muy bien, no es tan complicado —le dije orgulloso.

—Me alegro —dijo satisfecho mientras regresaba a la caja porque un cliente con una cesta bastante llena se acercaba para ser atendido.

Cuando terminó mi primer día sentí que el trabajo iba a ser facilísimo y que mis compañeros eran super simpáticos y mi nuevo jefe, Mario, se pasó diez minutos antes de irme para preguntarme si todo había resultado de mi agrado. Me sentía cómodo en esa juguetería.

Dime algo para quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora