Capítulo 41

21 4 10
                                    

Ese fin de semana la Fira de Montjuïc se llenaba de cientos de curiosos, amantes de las viñetas y gente disfrazada de personajes japoneses que yo no tenía ni idea de quiénes representaban. En la fila, esperando a poder a entrar, había chicos de todas las edades, alguna chica también, grupos de gente que en su día a día se resumía en la marginalidad de las aulas y nosotros.

—¿Qué cojones hacemos aquí? —preguntaba Elena.

—Carles nos ha invitado, agradécelo que al menos aquí te desean —le dije señalando con mirada a tres babosos adolescentes que estaban mirando de reojo los tributos de Elena.

—Vosotros, dejad de mirarme las tetas. Si empezáis a comportaros como tíos y no como babosas, hasta podríais conseguir un par de estas —dijo agarrándose las tetas y dándoles la espalda.

Uno de los chicos, con el pelo graso y acné muy pronunciado, no dejaba de babear por ella, haciendo risitas y compartiendo bromas machistas para complacer a sus colegas. Elena aguantó poco el tipo, en cuanto volvió a comentar lo guapa que era, le estampó tal bofetón que retumbó en toda la fila. El chico cayó de espaldas al suelo, sus amigos tragaron saliva, tenían claro que podían ser los siguientes.

—Que os quede claro, por gente como vosotros, las tías tenemos miedo de volver solas a casa. Aguantamos vuestras estupideces día sí y otro también y estoy hasta el coño de aguantar a niñatos como vosotros cuyas familias no os han enseñado a respetar a una mujer —dijo furiosa—, vuelves a hablar de mi físico, sin mi permiso, y la ambulancia deberá practicar la reanimación contigo.

—No serás capaz —el chico la retó en un esfuerzo inútil de crecerse ante los amigos que le acompañaban.

—Ponme a prueba —dejó caer Elena.

El chico se acobardó y tiró de sus amigos para salirse de la fila. El resto de los asistentes, que habían permanecido callados, aplaudieron a Elena.

—A veces me das miedo —le dije.

—No iba a matarle, estaba acojonado. De hecho, me sorprende que no se haya meado encima —dijo orgullosa.

—Tengo a la mejor novia del mundo —dijo Jon orgulloso.

—Que no se te olvide —replicó.

Al acceder al recinto ferial, cientos de puestos blancos mostraban largas colecciones de cómics, póster, camisetas, figuras de personajes, todo tipo de productos. Encontré colecciones enteras de los animes que emitían en la televisión. Pasamos por una muestra de ilustraciones de artistas españoles y noveles. Algunos eran increíbles.

—En diez minutos dará comienzo el concurso de baile K-Pop en el escenario central.

—¿Vamos a verlo? —dijo Carles.

Aceptamos, la verdad es que lo único que nos parecía interesante había sido ver a un chico cachas con el torso desnudo y plumas en los brazos, las vistas eran merecedoras de todos los cumplidos que Elena me susurraba.

Vimos un par de grupos de adolescentes que no lo hacían nada mal, pero cuando entró en escena el tercer grupo, no podíamos creer lo que estábamos viendo. El grupo estaba replicando una coreografía de una banda de chicas. Entre las bailarinas amateurs estaba Jordi. Sí, nuestro Jordi estaba bailando en una perfecta ejecución, un baile que contaba con algún salto acrobático.

—¿Alguien sabía que Jordi bailaba K-Pop? —pregunté al aire.

—Yo sí lo sabía —dijo Carles—, lo vi ensayar cerca de Glorias y me contó que se presentaban hoy a esta competencia.

—La verdad es que se mueve bien el maricón —soltó Elena.

Tras el número, el público estalló en un fuerte aplauso, la verdad es que el nivel de su grupo había dejado a los asistentes estupefactos. Nos sentimos orgullosos de Jordi, pero nos molestó un poco que no nos hubiera contado que lo hacía. Al bajar del escenario fuimos a saludarle y felicitarle.

Mientras seguían desfilando otros grupos sobre el escenario, me excusé para ir al baño. Cuando entré, fui directo a un cubículo y me encerré. Al salir, me pasé por algunos puestos más, de repente escuché mi nombre en mi espalda.

—¿Henry?

Esa voz...

Sus ojos verdes volvieron brillantes cuando dibujaba una amplia sonrisa. Me eché a sus brazos con toda la ilusión de volverlo a ver otra vez.

—¡Álvaro! —dije incrédulo—. Pero... ¿cómo... qué haces aquí?

—Yo también me alegro de verte de nuevo —dijo riéndose de felicidad.

Me separé de su cuerpo para inspeccionar. No estaba tan fuerte como la última vez que nos vimos en su piso, tenía una barba de tres días y alguna arruga, se le notaba una piel descuidada.

—¿Estás bien? —le pregunté preocupado.

—Sí —dijo cansado—. Me he mudado, he cambiado de vida y he dejado atrás a Pablo.

—Así que se llamaba Pablo, tu marido —le dije con sarcasmo.

—Nunca fue mi marido —dijo Álvaro—, la historia es mucho más confusa de lo que puede parecer, deja que te lo explique —dijo acercándome su móvil para que anotara de nuevo mi número en su agenda.

—Vale —le dije ilusionado.

—Si te apetece, te escribo y nos tomamos un café pronto y te lo cuento todo —acepté —. Henry, te pido perdón por todo el daño que te he hecho, cuando pasó todo eso, Pablo me rompió el teléfono y como no te había pedido tu nombre de usuario de Instagram, no pude encontrarte y escribirte nuevamente.

—Debería regresar con mis amigos —le dije, preocupado por que Carles me pillara hablando con Álvaro.

—De acuerdo, pero tomemos un café, por favor —suplicó Álvaro,

—Vale, mañana por la tarde en la cafetería que hay en rambla Cataluña con Mallorca, te espero a las cinco —le dije.

Dime algo para quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora