En agosto Barcelona se respira diferente, se celebran las fiestas mayores en los principales barrios de la ciudad. Pasabas de vivir en una insípida calle, por una sacada de los libros de Harry Potter, otra que simula un jardín de dimensiones épicas, en Alicia en el País de las Maravillas o temas más simples como países y culturas diferentes.
Salimos de fiesta por Sants, después de recorrer las trece calles decoradas, nos quedamos en una cuya temática era Venecia, son su canal y góndola a tamaño real con materiales reciclados.
Bajo la cúpula de bombillas, la orquesta tocaba temas atemporales de verbena. Víctor poco a poco empezó a abrirse más dentro del grupo, siempre iba pegado a Jordi. Era un chico bastante tímido, pero no podía juzgarle, en el otro extremo estaba Elena, quien podía soltar un: «Mierda, se me ha movido la tira del tanga y tengo medio labio atrapado» y no sentir vergüenza.
La noche transcurría tranquila, era cierto que durante el verano había llegado a quedar con algún chico para follarlo en su coche, en el mirador de Collserola, en la piscina de un niñato rico que había sido abandonado por su padre y su amante y en la sauna de vapor del gimnasio con un tío cachas del que ni me preocupé por su nombre. No me sentía culpable, necesitaba descargar y olvidarme nuevamente de Álvaro.
Cuando pensaba que iba a salirme con la mía, vi clavados en mí esos malditos ojos verdes. Entre las sombras de las parejas que bailaban a golpe de chachachá, Álvaro estaba con su cazadora, su penetrante mirada triste y una cara de asombro de haberme encontrado entre la multitud.
—Mira quién está ahí —le dije a Jordi señalando a Álvaro con el dedo.
—¿Vas a ir a por él?
Me fui acercando a él. Cada paso que daba, cada pareja que me cruzaba, sentía la fuerza que ejercía como un imán sobre mí, que me impulsaba a él. Todo rastro de la rabia que me había producido se había esfumado, su mirada lo decía todo. No necesité decirle nada, ambos conocíamos nuestros cuerpos y suponía que él entendería cuánto lo había echado de menos. Nos besamos, pasó la mano sobre mi mejilla, llorábamos, sentí una lágrima suya caer en mi mejilla. Nuestras lenguas se cruzaban y enredaban con muchísima efusividad. Lo agarré más fuerte sobre mí, olí su colonia nuevamente. Lo prensé hacia mi cuerpo, necesitaba recordar lo que fue la sombra de nuestro último encuentro.
—Te he echado de menos —dijo en un susurro mientras leía sus labios a pocos centímetros de mí.
Regresé a sentir sus labios contra los míos. Él me alzó con sus brazos y me aferré a su cuerpo como un koala a una rama de árbol. Después de ese emotivo encuentro, deseaba presentarlo a mi grupo de amigos para contarles que todo volvía a ser como antes. Mientras estiraba su mano, noté que Álvaro permanecía inmóvil. Por más que tiraba de él, no lograba mover su cuerpo.
Lentamente, el espacio empezó a girar a nuestro alrededor, desvaneciéndose con el sonido de la alarma del móvil que se llegaba a fusionar con la música de la orquesta. Abrí los ojos, me desperté en mi habitación con una sensación de pesadez bastante habitual desde que tenía sueños con Álvaro. La luz del verano se colaba por debajo de las cortinas, hacía calor.
No quise escuchar a mi subconsciente, pero la verdad es que tenía claro que había algo que me seguía llamando de él. Hay libros de autores orientales que lo llaman el hilo rojo del destino, en mi caso pienso que de trata de una cadena, porque hiciera lo que hiciera, únicamente lo quería hacer con él.
Puse a reproducir una canción melancólica de la playlist de siempre, y mientras jugaba con las yemas de los dedos sobre el cojín, hacía un esfuerzo por recordar el suave tacto de su piel. Algo tenía que hacer, pero necesitaba recuperar a Álvaro. Busqué su contacto, pulsé el botón con forma de teléfono verde y me lo pegué a la oreja. Sentía mi corazón latir como nunca por debajo de la camiseta del pijama. «Este número ha sido dado de baja, por favor, vuélvalo a intentar en otra ocasión», mi esperanza se había roto por dentro.
Abrí Instagram, busqué su perfil, me iba el corazón a mil, vi que la última publicación hacía por lo menos cuatro meses que había sido publicado. Sentí el temor de que no le llegara mi mensaje de desesperación. «Esto te pasa por haber sido gilipollas, Enric», me dije a mí mismo. Le escribí un mensaje.
Enric
Hola
No pasó mucho tiempo antes de que apareciera el primer tic gris, pero el segundo no llegaba. Pasaron tres minutos de reloj y todo seguía igual. Mi mensaje no sería recibido. Apagué la pantalla nuevamente y seguí unos minutos más encerrado en mi habitación.
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Dime algo para quedarme
RomanceEnric, un joven con una vida tranquila y predecible, nunca imaginó que un encuentro casual con Álvaro cambiaría su mundo para siempre. Desde el primer momento, el magnetismo de Álvaro despierta en Enric sentimientos y deseos que jamás había experime...