Capítulo 37

29 5 6
                                    

Salí de una entrevista de trabajo en una pequeña redacción de un medio digital. El puesto era de redactor. No pagaban mucho, porque apenas habían comenzado, pero me gustaba, ya que iba a hacer entrevistas, escribir crónicas y locutar para un pódcast. La entrevista me la hizo un chico con aspecto robusto, muy amable y simpático, con un nombre que ni siquiera podría recordar, a menos que la repitiera veinte veces y de seguro, en todas lo diría mal.

Al salir a la calle nuevamente, recibí un mensaje de Carles.

Carles

¿Te apetece hacer algo increíble?

En veinte minutos llegué a la salida de Sagrada Familia de la línea lila, ahí estaba reposado sobre la barandilla un Carles sonriente, guardando sus auriculares en su estuche. Nos besamos fugazmente, sus manos me agarraban con sumo cuidado mis mejillas.

—¿Qué plan tienes en mente? —le pregunté.

Sonrió satisfecho nuevamente, sus ojos se tornaron hacia la Sagrada Familia. Le miré extrañado.

—Antes que nada, quisiera darte una cosa.

Sacó de su bolsillo un ramo de flores hechos con Post-It, de varios colores. Tres flores, azul, rosa y amarilla, unidos por un uno de verde.

—¡Qué preciosidad! —le dije sorprendido.

—No me gusta regalar flores vivas, porque su sitio es el campo, pero me parecía bonito regalarte un ramo de flores para celebrar que hoy tenías una entrevista.

—Me dirán algo pronto —le conté ilusionado.

—Estoy seguro de que sí, sino, habrán perdido la oportunidad de sus vidas.

Nos saltamos la larga fila de turistas que esperaban su turno para acceder al templo, Carles mostró dos entradas y subimos los pocos escalones de la fachada de la Pasión. Las columnas inclinadas aguantaban la estructura de cinco torres, cientos de figuras de piedra representaban una crucifixión.

—¿Te has fijado en ese bloque de piedra de tres por tres con números? —dijo Carles.

—Sí —le dije mientras me centraba en ese trozo de piedra con números grabados.

—Representa la perfección matemática, sumes los valores en la dirección que quieras, siempre te dará treinta y tres —me contó—, puedes probar las trescientas diez combinaciones posibles que quieras que nunca cambia el resultado.

—¡La edad de Cristo! —le dije maravillado, mientras contaba las filas y columnas, ciertamente siempre daban el mismo resultado.

Cruzamos las inmensas puertas de oro, en su interior, la basílica tenía una planta de cruz latina, treinta y seis columnas de enormes dimensiones se cruzaban en la parte alta formando un bosque de secuoyas. Enormes margaritas de piedra situadas en el techo resaltaban con la infinidad de colores que se creaban con el paso de los rayos del sol por las enormes vidrieras que chocaban sobre la superficie del suelo y rebotaban hacia arriba.

—La Sagrada Familia es una obra maestra —dijo Carles—, todo lo que ves tiene un significado para los católicos. Antoni Gaudí diseñó las columnas de la Sagrada Familia para simbolizar la subida de los santos al cielo y la bajada de los ángeles a su encuentro. ¿Ves esas cuatro columnas marcadas con símbolos?

—Sí. —Me fijé en unas inscripciones de piedra.

—Representan a los cuatro evangelistas, el resto son una representación de los doce apóstoles, a las quince ciudades españolas con arzobispos, los cuatro obispados catalanes y los cinco continentes del mundo.

—Increíble —me quedé maravillado de su mente—, ¿cómo sabes todo esto?

—Mi madre es la arquitecta jefe de las obras de la Sagrada Familia —dijo orgulloso—, en un mundo dominado por hombres que es la arquitectura y en muchas otras disciplinas más, me siento orgulloso de que mi madre la tuvieran en cuenta para alzar la obra de uno de los iconos de la arquitectura catalana.

—Soy fan de Carmen —le dije.

Carles dejó de buscar en cada detalle del techo y se centró en mí.

—¿Sabes que es lo mejor de ser el hijo de la arquitecta? —me dijo con una sonrisa juguetona, terminando con un dulce beso en los labios.

—Muéstrame a ver —le dije.

—Ven —agarró mi mano, corrimos hacia una puerta pequeña, al empujarla se mostraba una escalera de caracol con barandillas gruesas de piedra.

Subimos a toda prisa por las escaleras, nuestras risas sonaban con eco a lo alto de la escalera. Parecía interminable, a mitad de camino Carles paró en seco, se giró y nos besamos con mucho mimo, entre jadeos se dirigió a mi nuevamente.

—Lo que vas a ver es el mejor tesoro que tiene Barcelona, y no lo ha visto nadie, excepto los que trabajan en la obra.

La escalera se iba contrayendo cuanto más subíamos. De golpe vi una luz aparecer, era Carles que abría una puerta nuevamente. El aire entraba golpeando las paredes, revoloteando mi pelo, cerré los ojos por el golpe de luz. La mano de Carles me ayudó a subir el último escalón. Al salir, tuvimos una vista predilecta de las torres de cerca, el aire era ensordecedor, el cielo estaba despejado.

—Es increíble —le dije asombrado.

—Actualmente, hay catorce torres, en el futuro habrá dieciocho, cuando se abra la tercera puerta, la de la gran escalinata. Cada una simboliza a un apóstol, o un evangelista, y recientemente han puesto símbolos en las puntas para marcar quién es quién —añadió.

—¿Podemos estar aquí? —le dije preocupado.

—La gente normal no, pero le pedí a mi madre que nos dejara acceder. Están avisados que íbamos a estar aquí.

Cruzamos un pequeño puente que unía a otra torre, en su interior había un gran espacio vacío.

—Esta es la torre de María, la segunda más grande, la más grande será la de Cristo, que esperan terminarla pronto. En este espacio vacío pronto llegarán las campanas y las instalarán para que llenen el espacio.

—Por eso los huecos de las ventanas siguen abiertas, sin cristales —le dije fijándome en las decenas de pequeñas aberturas en las paredes.

—Henry —dijo Carles, abrazándome—, me gustas. Creo que está claro que así es desde que te vi en clase el primer día. No quiero presionarte con todo esto para que me digas que tú también sientes lo mismo. Soy consciente que tu pasado no ha sido fácil, pero esperaré lo que haga falta para que cuando estés preparado, podemos ver a dónde llega esto.

—Gracias.

Le besé con mucho cariño, frotándome la mano en su cabellera rizada oscura. Mordiéndole el labio, a lo que Carles dejó soltar un gemido de sorpresa. Pude notar mucha comprensión en sus palabras y me sentí implicado en eso que estaba surgiendo.

Regresamos por donde nuestros pasos nos habían llevado, bajando por la misma torre por la que habíamos ascendido a ese increíble espacio abierto. Seguimos hablando, paseando por los diferentes espacios, visitamos a la cripta, todo era increíble, cada elemento, cada punto de luz, había sido diseñado para crear atmósferas diferentes.

Carles iba vomitando todos los detalles que conocía de la obra, seguramente cansado de escuchar a su madre, era un guía excelente y yo me quedé en silencio embobado de todo lo que su cabeza era capaz de maravillarme.

Dime algo para quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora