Capítulo 27

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La luz anaranjada de las farolas incandescentes se mezclaban con el alba, que se colaba por la ventana del balcón de la habitación de Albert. Me desperté cuando sonó la alarma del teléfono móvil, eran las cinco y media de la mañana. Tenía un pijama que no olía a mí y el brazo de Albert sobre mi cintura. Me giré para encontrarle, tenía la cara relajada, las pestañas permanecían caídas, respiraba con lentitud.

«Qué atractivo es Albert cuando duerme», pensé.

Le besé en la frente, me volvía girar y salí de la cama cuidadosamente, para no despertarlo. Cuando ya estaba de pie, frente a la cama, se giró, dejándome la espalda a la vista, arrugando la almohada en la cabeza.

Salí del piso procurando no hacer ruido con la puerta. Bajé las escaleras, la luz azulada inundaba el patio de luces. Cerré el portón de madera tras de mí y llegué a la puerta de la tienda en menos de tres minutos.

—¡Buenos días, Enric, qué madrugador has sido esta mañana! —me dijo Mario mientras sacaba un manojo de llaves para subir la persiana.

—El metro a esta hora es muy veloz —le dije.

Mientras estábamos acabando de reponer las estanterías, sentí la vibración del teléfono en mi bolsillo. Era Albert: «Buenos días Henry, espero que hayas dormido bien esta noche. Me lo he pasado realmente bien contigo». Sonreí y guardé el móvil en el bolsillo nuevamente. El día siguió sin nada que destacar. Al salir de trabajar quedé con mi chupapijapandilla. Nos sentamos en una terraza de plaza Osca.

—He conocido a alguien —les conté emocionado.

—¡Enséñame fotos, ya! —dijo Elena abalanzándose sobre la mesa para agarrarme el móvil.

Les mostré la foto de perfil que tenía Albert en WhatsApp.

—Es mono —dijo Elena, decepcionada.

—Tía, es guapo, vale que no es Álvaro, pero tiene una mirada muy dulce —dijo Jordi.

—Tiene algo, lo reconozco, pero pensaba que te interesaban más fibrados —dijo Jon.

Se acercó el camarero a tomarnos nota, un chico joven, tendría unos dieciséis años, delgado, de ojos marrones y de rasgos asiáticos, parecía nervioso cuando llegó a nuestra mesa. Antes de tomar nota, sentí su mirada clavarse en mí.

—¡Ejem! —carraspeó Jordi un poco molesto—, yo quiero una clara bien fría.

Al pobre chico se le cayó el bolígrafo al suelo de los nervios, todos lo vimos.

—Eh, sí —dijo mientras recuperaba el bolígrafo—, una clara.

—Nosotros dos quintos —dijo Elena.

—Yo un té frío —le dije.

El chico me regaló una sonrisa tímida mientras anotaba en su pequeña libreta mi pedido. Al regresar, Elena tenía que soltar la obviedad.

—Henry, a ese chico quiere que le hagas temblar las piernas —dijo Elena.

—¡Cállate! —le dije enrojecido—, pobre chico.

Regresó con una bandeja metálica. Dejó las botellas de cerveza en el centro de la mesa, la copa con la cerveza y limón de Jordi delante de él, y mi té helado vino acompañado de un trozo de papel. Indeciso, lo agarré, lo abrí y vi el dibujo de dos cisnes en forma de corazón y un mensaje: «Me llamo Koji, me has parecido muy guapo».

—¡Se nos casa la muchachaaaa! —gritó Elena, a lo que se giraron las personas de las otras mesas.

—¡Me cago en tu vida! —le dije molesto mientras le agarraba del brazo para que regresara a pegar su culo a la silla de metal.

Dime algo para quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora