Llegué al lunes con los ojos tan hinchados que una lágrima más me irritaría las córneas. Me sorprendí por mis pintas, más parecidas a un zombi que de una persona viva, cuando me vi reflejado en el cristal de la puerta principal de la facultad. No quería venir, no quería apenas que me vieran en ese lamentable estado. Sabía que caería sobre mí cientos de preguntas de gente a la que le importo y a la que le importa que sea su tema candente de la semana. Evité todo el fin de semana el móvil. Es más, apenas lo cargué desde la pasada madrugada, cuando llevaba desde el sábado apagado por falta de batería. Al encenderlo esta mañana tenía decenas de mensajes de mis amigos, pero ninguna de Álvaro. Ni una sola llamada se había dignado a hacerme.
Crucé el pasillo del edificio casi arrastrando mis pies por los azulejos negros del suelo. Me senté en mi sitio de siempre, contemplé fascinado el silencio del aula. Me despertó interés el aleteo de un pajarito que revoloteaba en una rama al otro lado de la ventana del aula. Vi la hora en mi portátil, había llegado cuarenta minutos antes de empezar la clase.
Escuché mi respiración pausada tomar protagonismo sobre el silencio de ese espacio. Pasado un rato vi entrar a mis compañeros, Berta parecía que quisiera hablarme cuando se me acercó con una mirada compasiva. Le hice un gesto con la cabeza y se sentó en frente sin soltar sílaba. Elena y Jordi entraron más animados que el resto. Elena se sentó a mi lado, parecía molesta por no haberle respondido a sus mensajes.
—Mira Jordi, este es el ejemplo de cuando tus amigos se enamoran, porque dejan de hacerte caso y solo piensan con la polla —dijo con retintín, dándome la espalda y señalándome con la mano.
Empecé a llorar nuevamente, me tapé con los brazos en cruz y echando la cabeza sobre la mesa. No pude evitarlo. Jordi hizo un gesto a Elena para que dejara de decir tonterías y se fijara en mí. Tardó un segundo más en entender que algo no iba bien, sentí como calculaba formas de romper el hielo, de encontrar palabra alguna para darme apoyo.
—Enric —dijo su voz en un tono muy dulce.
—Necesito salir de aquí, lo dejo todo —dije mientras recogía mis cosas y me procedía a salir por la puerta—, odio mi vida.
Me escabullí velozmente del aula. En ese momento Jon entraba esbozando una sonrisa, le golpeé con el hombro involuntariamente cuando pasé por el marco de la puerta. Elena y Jordi venían detrás de mí vociferando. Montamos una escena sin buscarlo, yo solo quería volver a mi cama, pero ellos no paraban de hacerme preguntas gritándome por la espalda. Todos los alumnos, a quienes jamás había visto, se giraban para vernos. Escuché grupos de chicas cuchicheando sobre nosotros, «¿qué cojones sabrán de mí?».
—¡Enric, por favor, regresa al aula! —dijo Jordi.
—¡¿Ha pasado algo con Álvaro?! —replicaba Elena.
Cuando me cansé de aguantar ese circo que mis amigos estaban montando a mi costa, cuando yo solo quería pasar desapercibido, lo solté.
Cuando estás roto por dentro y sientes que tu vida se desmorona, no te importa nada más que tu dolor. No evalúas el riesgo de decirle según qué a las personas que se preocupan por ti y sí, esta es una de esas veces en las que me arrepentí mucho de haber traicionado la confianza de mis amigos.
—¡Dejadme en paz! —espeté con toda la ira que tenía—, Elena, yo jamás quise venir a hacer políticas. ¡Esto es una gran mierda, vine por ti! Y sí, Álvaro y yo hemos cortado, porque el muy hijo de la gran puta estaba casado y me ha usado como a un insignificante amante, hasta que su marido nos pilló follando en su cama. Jordi me alegro de tu despertar sexual, pero me aburre cada vez que me cuentas el cómo y con quién follas. ¡Os odio!
Y así, como un huracán que destruye todo cuanto habías construido, mi vida oficialmente se había roto, ahora por mi culpa.
Lejos de ver odio en su mirada, Elena supo leer entre líneas, se giró para ver a Jordi.
—No te lo ha dicho a ti, ¿lo sabes verdad? —le dijo mientras le pasaba el brazo por detrás de sus hombros.
Me quedé paralizado, todo mi cuerpo temblaba. Se acercaron, nos fundimos en un abrazo a tres bandas o lo que es lo mismo, hicimos un sandwich. Me desmoroné en el centro de ese abrazo. Me sentí muy alegre de que entendieran que les fui cruel porque sentí que la vida me había arrebatado mi primer amor de la peor manera posible. Tenía mucha ira en mi interior golpeando sobre todas las cosas que había logrado, todo lo que quería, a todos a los que me querían, pero por encima de todo, odiaba a Álvaro Méndez.
ESTÁS LEYENDO
Dime algo para quedarme
RomanceEnric, un joven con una vida tranquila y predecible, nunca imaginó que un encuentro casual con Álvaro cambiaría su mundo para siempre. Desde el primer momento, el magnetismo de Álvaro despierta en Enric sentimientos y deseos que jamás había experime...