Capítulo 40

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A la mañana siguiente, me encontré a Carles sentado en el aula con una gran figura naranja de papel que rápidamente agarró para presentármelo. Era un zorro de papiroflexia de color naranja con mejillas blancas y las patas pintadas con rotulador negro, al igual que el hocico de la nariz.

—Buenos días —le dije sin dejar de observar la belleza de ese elemento de papel—, ¿qué es esto?

—Es para ti —dijo orgulloso como un niño cuando le dan las notas y todo sale aprobado.

Lo tomé con sumo cuidado, me fijé en cada pliegue, tan perfectamente doblado que hacía que el animal fuera fácilmente reconocible.

—Muchas gracias, es impresionante Carles —le dije satisfecho, besándolo en la mejilla.

—Representa lo que me haces sentir cuando estoy contigo, Henry, cada vez que me besas. Me siento que vivo libremente y que cada momento juntos es una aventura que querría vivir una y otra vez —dijo Carles pasando el dedo sobre una oreja de papel.

Me fijé en los detalles de su boca mientras recolocaba sus lentes y me abalancé sobre sus labios con mucho cariño. Se escuchaban los aplausos de nuestros compañeros, algunas risas y comentarios de felicitación del estilo «¡Vivan los novios!».

—¡Qué asco, homosexuales, iros a un hotel! —dijo Elena a mis espaldas mientras se acercaba.

Nos reímos, me giré y le mostré orgulloso el preciado animal, como si se tratase de un trofeo. Elena cambió por completo su cara, se iluminó.

—Henry, ya sabes que no me gusta convertir a los tíos homosexuales en heteros, pero me lo pones difícil —dijo Elena.

—No te pases, que Henry y yo estamos saliendo —dijo Carles—, y me niego a devolverlo a la otra acera.

—¡Coño, ya era hora! —dijo Elena celebrándolo—, Henry, no quería decirte nada, pero las putas del Camp Nou han pedido que dejes a los solteros en paz, que les quitas el trabajo.

—¡Serás gilipollas!

Me reía mucho de las tonterías que se le ocurrían a Elena, pero esta vez me volví a Carles y volví a besarle.

Acto seguido nos sentamos juntos, puse el zorro de papel cuidadosamente frente a mí en la mesa. La clase empezó, no sin antes recibir un reconocimiento por la belleza del animal de papel por parte del profesor.

—¿Haces algo esta noche? —preguntó Carles.

—¿Después del trabajo? —le pregunté, a lo que respondió con un gesto acompañado con la cabeza—, no lo sé, ¿te apetece que vayamos a cenar?

—Elige el sitio —me respondió desafiante.

A las nueve y media de la noche salía de la redacción y ahí estaba Carles, refugiándose de la lluvia bajo un paraguas de color azul y las lentes humedecidas, aguantando el tipo y con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Por qué no has pasado a esperarme en la salita de espera? —le dije preocupado.

—No quería molestar a la chica de la recepción, seguro que tiene mucho trabajo, como para aguantarme.

—Vanesa ha aguantado a cada tipejo que se cree famoso que hasta le resultarías agradable de tratar.

—Gracias —dijo algo tocado, pensaría que le estaba atacando—, ¿dónde me llevas?

—¿Te gustaría cenar en una pizzería? —le solté orgulloso.

Subimos la calle Joaquín Costa, en una esquina, cerca de la ronda de Sant Antoni, había un modesto restaurante de pizzerías sicilianas. Las paredes estaban descubiertas con la piedra oscura de la antigua bodega que antes habitaba esos bajos.

Dime algo para quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora