Capítulo 44

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Subimos por las Ramblas pasadas las once de la noche con unos helados que habíamos comprado en una famosa heladería que había cerca del Liceo.

Álvaro se pidió un cucurucho de helado de panettone con sirope de chocolate y adornado con almendras caramelizadas. Yo tenía una tarrina pequeña de helado de yogur, bañado con dulce de leche, pequeños cubos de bizcocho de chocolate y algodón de azúcar.

—¡Joder, qué bueno está mi helado! —dijo Álvaro lamiendo el borde del cucurucho—, ¿quieres probarlo? —dijo entregándomelo.

—Claro —le pequé un mordisco con los labios, disfruté del delicioso y suave sabor del panettone en mi boca. Mientras, Álvaro ya se había adueñado de un trozo de bizcocho de chocolate de mi tarrina—. Me sorprende que no conocieras esta heladería.

—He pasado cientos de veces por delante, pero con esta decoración parece una juguetería, más que una heladería.

—Y qué haces ahora con tu vida, Álvaro —le pregunté curioso.

—Pues encontré trabajo en una sala de conciertos, ¿te suena el Sidecar? —me dijo.

—La verdad es que no —le confesé.

—Está en la plaza Real, el dueño es muy majo y a veces me deja cantar con la banda —dijo orgulloso.

—¿Sabes cantar? —le dije bromeando, rozando el coqueteo.

—Con estos labios sé hacer muchas otras cosas bien, aparte de hacerte una mamada —dijo, a lo que sentí avivar algo en mi entrepierna.

Nos quedamos en silencio. Hacía poco que habían pasado el equipo de limpieza municipal, por lo que el suelo reflejaba, a modo de espejo, las ramas de los plataneros pelados de ese invierno que apenas comenzaba.

—Henry, tengo que confesarte algo —dijo con un tono serio, sin dejar de mirar a su cucurucho.

—¿De qué se trata? —le dije preocupado por ese arranque de sinceridad repentina.

—Sé que me has dicho que sales con un chico, que todo te está yendo bien, pero tengo que confesarte que cuando te vi en el salón el otro día, sentí que no había pasado el tiempo entre nosotros. Sigo enamorado de ti —se quedó mudo, yo también.

—Álvaro, sentí muchas cosas bonitas a tu lado. Tengo claro que al ser mi primer amor, siempre vas a estar en mi corazón como un clavo ardiente del que no me podré desprender jamás. Pero... —Álvaro alzó la mirada afligida sobre la mía—, pero el universo no quiere que terminemos juntos. No es nuestro momento. Si se da la ocasión en el futuro, podríamos intentarlo, porque no he olvidado lo que me hacías sentir.

Vi, a través del rostro de Álvaro, su corazón romperse en mil pedazos. Pero sorprendentemente esbozó una sonrisa de oreja a oreja. Hizo amago de esconder sus emociones, lo que en jerga psicológica se llama somatizar. Por supuesto que entendía lo que le ocurría por la mente en ese momento, porque yo también lo sentía con la misma intensidad.

—No tienes por qué hacer ver que no pasa nada. Siento que estés sufriendo con todo esto —me sinceré.

—No pasa nada, Henry, es culpa mía. Cuando vuelvas a estar libre, ten por seguro que volveré a intentarlo —dijo seguro de sí mismo.

—Me parece perfecto —dije alegre, por dentro escondí la necesidad de besarle nuevamente. Todos mis pensamientos pasaban por sus manos, le amaba, tan desesperadamente como impulsivamente. «Álvaro, quiero sincerarme contigo y decirte que sigo enamorado de ti y a pesar de todo y de todos, no he podido olvidarte».

Cuando llegamos a la plaza Cataluña, Álvaro y yo sentimos que nuestra cita de reencuentro había llegado a su fin.

—Bueno —le dije—, ya estamos aquí.

—¿Cómo volverás a tu casa? —me preguntó.

—Cogeré la línea verde hasta plaza del centro.

—Muy bien, avísame cuando llegues.

Acercó su cara a la mía. Me quedé petrificado, olí de nuevo el delicioso aroma de su piel, sus labios me besaron la mejilla. Me quedé embobado viendo esos ojos verdes tan de cerca nuevamente. Mi piel recordaba a Álvaro y los pelos se me pusieron en punta.

Álvaro me besó la segunda mejilla. Quise inmortalizar el calor que me producía en mi piel sus labios carnosos. «Quédate un segundo más así», le supliqué en silencio.

—Bueno, lo dicho —dijo cortado—, que pases una buena noche.

—Igualmente —logré decir.

Álvaro se giró, ahora me daba la espalda. Sentí a mi corazón golpearme fuerte en mi pecho. «¡Por favor, Álvaro, gírate y dime algo para quedarme! ¡Dime que 'todo va a salir bien', algo!». Mis piernas no respondían, mi cabeza sabía que me iba a meter en un jardín peligroso, alguien iba a salir perdiendo y tenía todas las papeletas de que ese alguien iba a ser yo.

Álvaro avanzó un par de pasos más cuando sintió un obstáculo que le atrapaba su brazo izquierdo, se volvió para ver qué le frenaba. Era yo. Un segundo más tarde y sin mediar palabra alguna, nos lo dijimos todo.

Nos confesamos el amor que se mantenía vivo dentro de nosotros y lo dejamos salir a la superficie. Sentí respirar nuevamente después de estar meses viviendo bajo la superficie del mar. Su mano revoloteaba con los mechones de mi nuca, mi lengua entraba juguetona dentro de su boca. Le agarré su cabeza con cuidado y deseo, lo sentía vivamente como la última vez que estuvimos juntos, desnudos, en su cama de Sarriá.

Sentí una lágrima que no era mía, en mi mejilla. Sus dientes me mordieron el labio inferior, como deseaba que lo volviera a hacer. Todo parecía no importar a nuestro al rededor, los demás transeúntes pasaban a nuestro lado sin importar ese momento de felicidad que sentíamos.

De golpe, Carles. Su nombre retumbó en mi cabeza, a lo que abrí los ojos como si hubiera vivido una pesadilla. Álvaro pareció preocuparse de ese repentino gesto.

—Debería irme —le dije.

—¿Ha pasado algo? —me preguntó preocupado.

—No puedo hacer esto, no debería haber ocurrido nada de esto —le confesé.

—Ambos lo deseábamos —me respondió Álvaro empezando a molestarse.

—Lo sé, y sí, es cierto, pero no puedo hacerle esto a Carles.

Sin decir nada más, le abracé y me despedí con un beso en la mejilla. Me disculpé con él por jugar con sus sentimientos, pero los míos ahora me pesaban como una gran carga. Bajé las escaleras como una corriente de aire y escapé de ese encontronazo con Álvaro.

Dos minutos después, mientras esperaba a que llegara el tren, recibí un mensaje de Álvaro.

Álvaro

Si quieres, nada de esto último ha ocurrido para nadie.

Por favor, no te vayas de mi vida por esta tontería.

Enric, por favor.

Guardé el móvil en el bolsillo y me quedé en silencio con mis pensamientos.

Dime algo para quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora