Capítulo 12

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Esa mañana de martes había empezado raro, no sabría decir si se trataba por las oscuras nubes del cielo, pero Elena había llegado tarde a la primera clase, cosa poco habitual en ella, porque siempre era la que nos esperaba veinte minutos antes en la parada de metro de Palau Reial. En el descanso desapareció y nos quedamos Jordi y yo tomando café en la cafetería de la facultad, solos.

—¿Elena está rara, verdad? —le pregunté sin miramientos a Jordi.

—Hace días que desaparece, dice que tiene que ir a la biblioteca y tal, pero escucha —me dijo muy interesado—, la he visto hasta hablando con Jon.

—Pero si le odia —le respondí afirmando una obviedad.

—Ya, pues el otro día se saludaron, yo pensaba que era cosas de su astigmatismo. Vamos, Elena está perdiendo la vista —comenta Jordi.

—Y le tendremos que recordar los colores cuando no vea más que la oscuridad —me gustaba fingir tal nivel de dramatismo que las telenovelas de mi abuela Montse parecían programación infantil—. Al perro lazarillo de Elena le llamaremos Ojetes, por eso de ojos. Ahora de verdad, no me cabe en la cabeza que Elena le caiga bien, un pedante como Jon —le comenté.

—¡Jesús! —dijo Jordi con una cara tan sorprendida que tuve que girar la cabeza para ver el fantasma.

La silueta de Elena y Jon parecía indicar cómo se estaban dando un fogoso beso detrás de la cafetería.Todo gracias a un reflejo intrincado por esquina de cristales de la cafetería que daban a la pared del edificio Ilerdense. A la que caía el sol de mediodía, tenía lugar un juego de sombras chinas de las que nadie podía escapar y todos nos enteramos.

Era tan bueno el Gran Hermano que se montaba que las tres mesas de esa esquina siempre estaban ocupadas. Si un historiador se fijara en ese pedazo de historia contemporánea, relataría el bofetón del chico de cuarto que recibió de su chica cuando esta se enteró de que se follaba a su mejor amiga en los baños durante las clases. O la vez aquella en la que vimos el tropiezo del profe de derecho administrativo caerse de una forma tan patética que cuando entró al aula con media cara morada, me sentí mal por haberme desinflado a carcajadas hora y media antes.

La silueta de Jon agarrándola por la mano era prueba suficiente, la chupapijapandilla tenía que tratar este asunto. Por dentro estaba feliz de que Elena se hubiera fijado en Jon, era pedante porque Elena no paraba de repetirlo. En ese momento lo entendí todo. Desde la segunda semana del primer curso, Jon estaba siempre en la mente de Elena, con adjetivos descalificativos que escondían la admiración que sentía por él.

—Es una niñata Elena —le dije a Jordi con un tono de orgullo—. Nuestra niña está enamorada, pero como no quiso contárnoslo, nosotros no diremos nada.

—Vale —dijo Jordi.

Se separó de Jon con un movimiento brusco, parecía que tuviera prisa por escapar. Faltaban tres minutos para empezar la clase de políticas públicas, y teníamos que cruzar el césped hasta llegar al edificio principal. Lo que significaba que Elena iba a llegar tarde y nosotros también.

Empujé a Jordi para hacerlo reaccionar, salimos por el otro lado de la cafetería para no cruzarnos con ella. Pensé que elegiría el acceso por los pasillos, así que Jordi y yo decidimos bordear la facultad por la calle lateral que hacía pendiente. Una que de bajada era perfecta para ser propulsado por la gravedad al fin de semana, pero cuando llegabas por las mañanas, alcanzabas la cima asmático.

Entramos al aula justo antes que la profesora, nos sentamos en la fila del medio de siempre. Sacamos hojas para hacer apuntes cuando Berta, la pija de pueblo que estaba sentada delante de nosotros, se giró y me dijo en voz baja:

—¿Cuándo se dará cuenta Elena de que esta carrera no está hecha para ella? —dijo en su tono repelente—. Me da pena el ridículo que hace cuando los profesores le preguntan y se queda tan boba.

En ese momento sentí llamas de odio dentro de mí. Qué asco me producía Berta cada vez que abría la boca. Para poneros en contexto, Berta era una hija de un ganadero de Girona que tenía mucha pasta. A Berta le he contado tres bolsos Louis Vuitton diferentes, de los que tienen en común su clásico diseño de la L y la V superpuestas. Se creía superior a todos los de la clase y apta para opinar de ti al completo, porque en su pueblo con seis habitantes, ella había estado en las listas electorales. De verdad, en Castellar del Poblet podrían aspirar a una cabra antes que a Berta como alcaldesa.

—Berta, cariño, ¿no estás preocupada? —le dije muy interesado.

—¿Por qué debería estarlo?

—Porque después de ver Al Revés, todos comentamos que tus sentimientos se han perdido en el foso del olvido y en tu consola mental solo vive tu envidia —le respondí con mucho cinismo—. Tranquila, hemos hecho entre todos un crowdfunding para que encuentren al resto y parece ser que hasta Gloria Serra te va a dedicar un 'Equipo de investigación'.

Berta frunció el ceño y se giró lentamente hacia la clase, dándome la espalda. Sentía como me maldecía en sus adentros. Por dentro me sentía orgulloso, pero me daba lástima. ¿Será que no sabe ser una persona normal? Me daba pena que no hubiera nadie, de los sesenta que éramos en tercero de carrera, que haya sido amigo suyo. Berta conseguía caer mal, pero de verdad. En ese momento en el que estaba reflexionando, se escuchó una puerta abrirse.

—Disculpe, profesora, por llegar tarde —dijo Elena con la melena despeinada y con la frente brillante por el sudor.

—En esta facultad nos tomamos muy seriamente la puntualidad —dijo la profesora de políticas públicas—. Váyase y vuelva a mi clase cuando pueda honrarnos con su puntualidad.

La puerta se cerró. Jordi y yo nos miramos confusos. Sentí la vibración del móvil, era un chat con Elena.


Porfa, Henry, píllame los apuntes.

¿Qué ha pasado?

La gilipollas de copistería no sabía como usar la máquina y estaba imprimiendo el trabajo de políticas públicas. Cuando lo había resuelto, el datáfono no funcionaba, por lo que he tenido que ir a una sucursal bancaria a sacar dinero para pagar los dos euros con veintiséis que me ha costado.

Ufff. Tranquila, luego te los escaneo y te los mando al correo.

Gracias bichito.


La clase siguió tan lenta y contradictoriamente como siempre. La asignatura parecía tan fácil que a veces te hacía sentir que no entendías absolutamente nada y a cada pregunta que alguien hacía, la profesora se ponía tensa y te trataba como si fueses idiota, por lo que nos abstuvimos de abrir la boca.

Dime algo para quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora