Capítulo 13

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Las vacaciones de primavera estaban a la vuelta de la esquina. En mi interior sentía la presión de elegir si pasarla con mis amigos, mi familia o mi nuevo novio. Qué raro se me hacía llamarle así, pero desde esa noche en la discoteca, Álvaro se había convertido en mi mejor amigo, lo siento por Jordi y Elena.

Hasta entonces, habíamos visto medio universo MARVEL, aunque la mitad de las escenas yo tenía los ojos cerrados y mi lengua jugueteando con la de Álvaro en su sofá. Después de varias citas, amaba que Álvaro se despertara tan alegre que me hiciera reír con unas breves cosquillas, besos en la nariz y algún elogio puesto en perfecta sintonía con el momento.

Álvaro siempre me contaba lo que le había sucedido cada tarde en el trabajo antes de irnos a dormir. Como aquella vez que sufrió una incómoda situación en la que un compañero suyo se le había declarado en una de las pausas o la presión por realizar llamadas más cortas y mil cosas más.

En la mayoría de las citas que teníamos, Álvaro tenía que invitarme, esto de no tener trabajo se había convertido en un problema que había que solucionar. Hasta el verano no iba a volver a trabajar en el teatro y no es que se pagara muy bien, así que mandé el currículum en diferentes lugares.

Después de pasar otra tarde repartiendo currículums, me reuní con Elena y Jordi para ir a la bolera. A mitad de partida y ración de patatas de bastón que flotaban sobre un charco de ketchup, recibí una llamada.

—¿Enric? —se escuchaba la voz de una chica al otro lado, parecía joven.

—Sí, dígame —le respondí curioso—. ¿Con quién hablo?

—Soy Diana, pero me puedes llamar Didi, soy la encargada de la panadería Mirko de Gràcia. Estuviste el lunes dejando tu currículum en el local —me contaba la voz del otro lado de la línea.

—Eh, sí, ¿qué puedo hacer por ti, Didi? —le dije extrañado.

—Estaría interesada en hacerte una entrevista de trabajo para que pudieras empezar en unas semanas. Mi compañera Alba se marcha y busco alguien que haga su turno hasta el cierre. ¿Te interesaría?

—¡Por supuesto! ¿Cuándo hacemos la entrevista? —le respondí muy interesado y feliz de haber encontrado un trabajo en tan poco tiempo.

La llamada se alargó diez minutos más con detalles que no eran importantes para mi historia, hasta que...

—¿Alguna vez has trabajado en un bar? —preguntó de manera incisiva.

—Emmm... No. ¿Es un problema?

—La verdad es que sí, necesitaba alguien que ya hubiera hecho alguna vez de camarero. Mira, tomo tus datos y te llamo más adelante si sigue la vacante libre, ¿vale?

Colgó sin esperar una respuesta de mi parte.

—¿Cómo esperan que tenga experiencia si apenas he terminado la carrera? —lamenté.

Al verme desanimado, Elena pidió a gritos una nueva ronda de cervezas y de patatas con ketchup.

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—Al fin hemos llegado —dijo Elena mientras se peleaba con el giro de la cerradura de esa casa vacacional—. Puta llave, ¡me cago en su maldita estampa!

—Déjame a mí, paciente aventurera —Jordi le arrebató las llaves y abrió la puerta con un ávido movimiento de muñeca.

Delante de nosotros había un gran comedor a dos alturas y al fondo un gran ventanal que se alzaba del suelo hasta el techo de la casa y que ofrecía increíbles vistas a la montaña del Gran Encantat. Ese día el pico aún presentaba una cima emblanquecida por la nieve que se resistía a fundirse con las primeras temperaturas primaverales dela temporada.

Dime algo para quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora