Capítulo 17

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—¿Así que mañana le dan el alta? —pregunta Elena mientras nos dirigíamos de camino a casa.

—Dicen los médicos que no muestra ninguna fractura en las cervicales ni tampoco en la cabeza, lo cual es un milagro —le expliqué—, viendo la magnitud del accidente.

—La verdad es que es un milagro —decía Jordi mientras parecía fingir una madurez inusual—. ¿Cómo se encuentra él?

—La verdad es que está bien, me ha ayudado toda la semana a estudiar economía española en su habitación —les conté animado—, dice que a pesar de ser un absoluto aburrimiento, era mejor que ver la televisión.

Asentimos los tres. Nos despedimos de Jordi que se iba en tranvía al centro comercial y Elena y yo empezamos a descender por la boca de metro de Palau Reial. Hablábamos de lo mal que llevaba las asignaturas del segundo semestre y veía su futuro haciendo tres o cuatro recuperaciones en julio, cuando se asomó Jon por la espalda.

—¿De qué habláis vosotros dos? —preguntó risueño.

—De lo mal que lo lleva Elena este semestre —le conté, vi cómo me fulminaba con la mirada.

—No te preocupes, princesa, esta tarde te llamo y repasamos todo hasta el día del examen —le dijo antes de darle un beso en la mejilla.

A Elena hay dos cosas que no le gustan de los hombres, una es que le besen los pasos por los que ella camina, y la otra es que no sepan como comerle bien un coño. Por suerte para Jon, solo tenía que ser menos pelota y más macho alpha, según me ha contado Elena.

—Jon, ¿por qué no me acompañas a comprar un billete de metro? —le dije para que se apartara de Elena un segundo.

—Dime, Henry —abrió la conversación Jon.

—Jon, tío, te lo digo como colega y porque eres un tío de puta madre para mi querida Elena, pero deja de ser tan calzonazos —le hablaba mientras fingía tener otra conversación, porque Elena nos seguía a lo lejos con la mirada.

—¿Crees que la estoy perdiendo? —mostró preocupación al fin.

—Obviamente, Jon, a Elena si no eres un tío cani, rudo o deportista, no entras en su fantasía sexual —le comenté con sinceridad—, ella se ha tragado Cincuenta sombras de Grey pensando que los tíos son como Jordi ENP.

—Veré qué puedo hacer —me afirmó con resignación. Ambos giramos y regresamos con Elena al centro del vestíbulo.

—Pues parece ser que aún me quedaban días con este billete —le dije fingiendo ser un poco despistado.

Por la tarde Álvaro estaba solo mirando la ventana y agarrando un cuentagotas que colgaba de un soporte de metal.

—¿Molesto? —pregunté mientras cerraba con cuidado la puerta detrás de mí.

Álvaro se giró y esbozó una amplia sonrisa. Me acerqué a mi chico.

—Veo que salvo este rasguño en la mejilla, no hay rastro del accidente —le dije mientras le pasaba las yemas de mis dedos sobre la herida.

—Será que tú me has cuidado demasiado bien esta semana, viniendo a verme cada tarde —me decía mientras me abrazaba.

Nos fundimos en un beso lento y como siempre me hacía, terminaba mordiéndome el labio inferior.

—Me han dicho que mañana podré salir —me dijo Álvaro al separar nuestros labios, le miré a los ojos, vi una mirada juguetona en ella—, y he pensado que me apetece despedirme de esta habitación cumpliendo una fantasía que tengo.

Como disfrutaba que me sugiriera hacer esas cosas, sentía mi corazón latir al borde del colapso, me parecía una horrible idea, nos podían pillar los enfermeros en cualquier momento. Álvaro notó mis nervios, así que se sentó en la cama otra vez, estirado, descubrió su enorme erección debajo del bóxer. Me relamí los labios mientras me acercaba a él.

Me senté sobre su miembro, después de quitarme los pantalones, Álvaro empezó a comerme la boca muy intensamente. Yo gemía, mientras él recorría mi espalda hasta adentrarse por debajo de mi bóxer. Sentí las manos de Álvaro apretarme mis glúteos, yo jadeaba en su oreja, su lengua me lamía el cuello, sentí todo mi cuerpo sentir esa excitación como si fuera la primera vez.

Le empecé a morder el cuello, escuchaba la respiración de Álvaro incrementarse. Paró en seco, a lo que pare con extrañez, preocupado por si había escuchado a alguien cruzar la puerta. En ese momento Álvaro se humedecía el dedo índice, en cuestión de segundos sentí hundirse dentro de mi ano.

Saqué un condón de la mochila, aun con la camiseta puesta, cabalgué su enorme miembro, contorneé mi cintura para que pudiera sentir cada pared de mi esfínter. Álvaro se apresuró para llegar al clímax, por miedo a ser descubiertos, me agarró fuerte de la cintura y me golpeó con cada penetración que parecía el ritmo de un percusionista profesional. Sentí la habitación temblar como en un terremoto, el cuentagotas ir de un lado a otro, yo ahogar mis gemidos para no traspasar las paredes. Disfrutaba ver la cara de placer de Álvaro, cerrando los ojos, echando la cabeza hacia atrás. Toda nuestra musculatura se tensaba hasta que Álvaro terminó, yo seguía empalmado sobre su barriga, a lo que me empezó a masturbar con el brazo, presionando ligeramente y jugando con el dedo gordo en mi prepucio.

Cinco minutos después estábamos ambos riéndonos de lo que habíamos hecho en esa habitación de hospital, sin apenas percatarnos que la ventana no tenía bajada a cortina y que los vecinos de enfrente pudieron haber disfrutado de esa escena porno sin suscripción. Estábamos felices, sudados, recuperando el aliento.

Media hora más tarde entraba una enfermera muy joven, sin dejar de sonreír, echándonos miraditas de reojo y sin decir nada, tocó la medicación que entraba por el cuentagotas y se fue por donde había venido sin cruzar palabra alguna.

—¿Nos habrá escuchado? —le pregunté a Álvaro.

—Seguro que sí —me respondió con un tono irónico—, gimes tan fuerte que hasta los sordos creen que han recuperado la audición.

Le pegué un golpe con un cojín y reímos.

Dime algo para quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora