Dos días más tarde, Elena sugirió que fuéramos los cuatro a la fiesta Dirty de Razzmatazz para superar mi bache, así bautizó mi drama con Álvaro. Los miércoles toda la zona de Marina se llenaba de jóvenes de todas las edades y condiciones sexuales para disfrutar de una sesión de música de petardeo. Era de las pocas noches en la que se podía escuchar a Katy Perry y seguidamente a Miki Núñez. Era de las pocas fiestas en la que podías salir de fiesta siendo homosexual en un ambiente hetero y te respetaban. Por ese motivo, Razzmatazz no era nuestra primera opción si tenías un amigo gay, a menos que fuera miércoles.
Nada más entrar nos recibió una gran sala pintada de negra con flashes de luces de muchos colores, bolas de discoteca colgadas del techo y un pequeño escenario en la que había dos bailarines vestidos con solo el bóxer de cuero. La sala tenía dos plataformas para que las personas que se prestasen, pudieran bailar y ser avistadas por los demás asistentes. En la parte superior había una galería que rodeaban la sala.
Dos cañones de humo cubrieron a todo el público de la planta baja en la que estamos. «Que le den a Álvaro, esta noche he venido a disfrutar», me dije. Un chico, de aspecto nórdico, ojos azules, muy delgado y alto, no dejaba de mirarme mientras tomaba un sorbo de su vaso. Me contorneé al ritmo de la música mientras bailaba con mis amigos, sin dejar de mirarle a los ojos.
Pasado unos minutos se acercó a mí y me sonrió satisfecho. Me dejé ir y le comí la boca con ansiedad. Seguimos bailando, poco a poco fuimos cortando distancias y acabé restregándome encima de él. Sentí cómo nos pusimos cachondos, de repente él se giró, dándome la espalda, y restregó su apretado culo sobre mi bulto que en ese momento empezó a luchar por salir del pantalón.
Fuimos de camino a los baños. Detrás de la barra había unas escaleras que descendían un piso en el que únicamente se encontraban los baños. Eran de color rojo, con puertas metálicas plateadas. Nos encerramos dentro, su mirada brillaba mientras me comía la polla, me sentía excitado y furioso. No logré entender por qué me sentía de esa forma. Tras una buena mamada, el chico se giró y me descubrió su terso culo. El chico arqueó la espalda, dejando su ano al descubierto.
—Fóllame —me suplicó jadeando.
Le introduje el miembro lentamente, a la segunda penetración comencé a acelerar violentamente. Le agarré de los hombros para poderle introducir toda mi polla en su interior. Sin venir a cuento, durante los jadeos que soltábamos en ese metro cuadrado, empecé a llorar. Me sentía culpable por hacer eso, me sentía que estaba engañando a Álvaro. Yo quería estar haciendo eso con el chico del que seguía enamorado.
La culpabilidad que se adueñaba de mi cabeza en ese instante era proporcional a la violencia sexual que descargaba sobre ese chico, al que me importaba poco no saber ni su nombre. Cuando llevábamos un buen rato fingí correrme para salir de ese cubículo. A toda prisa me vestí y salí en busca de mis amigos.
Me pasé cuarenta minutos cruzándome grupos, parejas, despedidas de soltera... No veía a mis amigos en la pista de baile y atravesar el gentío era misión imposible. Ascendí por las escaleras hasta la galería, tampoco estaban allí. Un chico se me acercó y me comió la boca sin venir a cuento, me dejé llevar, cerré los ojos. Buscaba el tacto de Álvaro, su calor, pero no lo encontré. Me aparté y seguí subiendo a la terraza exterior. En esa terraza ornamentada por algunas bombillas y jardineras, se escondían todos los fumadores de la sala.
Encontré a Elena besando a Jon y a Jordi mirando el teléfono móvil al final.
—¿Qué hacéis aquí?
—Hemos salido para que nos dé el aire, hacía mucho calor ahí dentro.
Al rato regresamos a la pista, nos comprometimos a salir cuando terminara la fiesta. Salté, canté a pleno pulmón la canción de K!ngdom que me sabía y me obligué a disfrutar al máximo esa noche. Deseaba volver a estar feliz. Y al toque de las tres, se encendieron las luces de emergencia. La fiesta había terminado y las personas desfilamos poco a poco por la salida de camino a la calle.
—¿Os apetece caminar hasta Vila Olímpica y vemos el amanecer frente al mar? —preguntó Jon.
—Aún quedan cuatro horas para eso —dijo Jordi.
—A mí me haríais feliz si me pudiera comer un durum de camino a la playa —les dije rendido.
Aceptamos. Nos sentamos en un modesto restaurante de paredes vestidas con azulejos blancos y un mostrador pintado del mismo color. El pobre hombre cocinándonos a las tres y media de la madrugada no tardó en dejar nuestro pedido sobre la mesa. Se notaba que éramos los únicos que habíamos terminado esa noche en ese pequeño lugar.
—¿Cómo te lo has pasado esta noche Henry? —preguntó Elena con una mirada ensombrecida y acariciándome la mano.
—He follado con un tío que seguramente estaba de Erasmus en la ciudad —le comenté—, pero me he sentido mal porque me ha parecido que estaba engañando a Álvaro.
—Es normal Enric, las rupturas no se arreglan en dos días, si no no habría discos de Adele —dijo Jordi.
—Yo te recomendaría que te tomaras un tiempo de reflexión —dijo Jon—. Álvaro fue tu primer amor y es normal que duela, pero no vayas buscando en otros tíos lo que sentías con él. No es justo para los demás chicos, ni para ti, porque te harás más daño que bien.
—Yo discrepo —dijo Elena—, si por mí fuera me los follaría a todos para olvidarme de Álvaro.
—Bueno, ahora mismo me siento derrotado y furioso —les expliqué—, no sé si me siento con fuerzas de conocer a otra persona. Me he sentido muy mal esta noche con ese chico.
Después de cenar bajamos la calle de la Marina, una avenida muy ancha en la que culmina con la sombra de dos imponentes sombras, los edificios de la torre Mapfre y la del Hotel Arts. Proyecté en esas oscuras siluetas la sensación proporcional de culpa que me rodeaba.
Entre risas y con la complicidad de estar rodeado de mi familia, vimos el cielo llenarse de un azulado eléctrico, luego naranjas, más tarde rojizos y finalmente, el sol apareció rompiendo la calma del horizonte. En mi cara sentí el aire fresco chocar en mi faz. Sentí en ese instante que pasara lo que pasara, siempre podía contar con ellos, la familia que elegí.
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Dime algo para quedarme
RomanceEnric, un joven con una vida tranquila y predecible, nunca imaginó que un encuentro casual con Álvaro cambiaría su mundo para siempre. Desde el primer momento, el magnetismo de Álvaro despierta en Enric sentimientos y deseos que jamás había experime...