Capítulo 16

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Hacía rato que el alba se adivinaba por los ventanales del comedor, cuando unos pasos se acercaron a mí. Su mirada compasiva cruzó el marco de la puerta. Arlet se había sentado a mi lado en el sofá.

—¿Has podido dormir algo, Henry? —preguntó Arlet con un tono tímidamente esperanzador. Le respondí con un movimiento de cabeza—. Seguro que Álvaro saldrá de esta, tú nos has hablado que es un chico fuerte, me apuesto lo que quieras a que hoy lo será. Lo que le ha pasado ha sido la mayor mierda que he escuchado, pero tienes que confiar en él.

—La verdad es que no sé como saldrá de esta, Arlet, no esperaba que algo así fuera a pasar. —Pude coger fuerzas y mirarle al fin a los ojos—. Lo quiero con todo mi corazón.

Y cuando creí que no me quedaban lágrimas que soltar, un nuevo llanto surgió de mis adentros. Arlet me abrazó, sentí su corazón latir, yo solo podía sollozar. En mi cabeza aparecía, como en un plano secuencia de cine, la preciosa sonrisa de Álvaro tras nuestro primer beso, el beso apasionado después de nuestra primera vez, la sonrisa confiada en el volante, regresando de las vacaciones y nuestro beso bajo el agua.

Estuvimos abrazados un buen rato, Arlet consideraba que todo lo que estaba en sus manos para hacerme sentir mejor, era sentirla a ella. Lo consiguió. En ese momento noté mi móvil vibrar sobre la mesita del comedor. En la pantalla apareció un extenso número, solo podía ser del hospital. Lo cogí.

—¿Es usted Enric? —dijo la reconocible voz de la doctora del turno de noche.

—Sí —le admití con un aplomo tan inestable que podía derrumbarse ante cualquier brisa.

—Álvaro se ha despertado, está bien, ha preguntado por usted hace media hora. Si todo va bien, por la tarde lo subiremos a planta y podrá visitarlo —dijo orgullosa.

Sentí un alivio inconmensurable en mi interior, todas esas horas en vilo me habían dejado muy agotado. Empecé a sentir mi musculatura destensarse, dejando una sensación de agujetas que me hacía dolerme todo el cuerpo.

—Le veo después, dígale que tengo muchas ganas de verlo. Muchas gracias, doctora —le dije después de escuchar los detalles de la noche de Álvaro en la UCI.

Al colgar, Sandra apareció sacando la cabeza por el pasillo, se había despertado. Nos felicitamos, mi madre me sugirió dormir un poco antes, pero sentí mi adrenalina recorrer por mis venas y lo que me apetecía era salir y comprarle algo para su estancia en aquella habitación hospitalaria. Llamé a Elena y posteriormente a Jordi, quienes me acompañaron por la el centro comercial de L'illa para ver qué encontrábamos.

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—Menudo susto habrá sido para todos lo del accidente —dijo Jordi mientras cruzábamos frente de los diferentes escaparates—. ¿Qué te han dicho?

—Sufrió un golpe severo en la cabeza, pero que ya ha despertado bien, después de tres reanimaciones —le comenté.

—¿Y si le traes flores? —me sugirió Elena.

—No, al final, se pudren en nada y es un estorbo de llevar cuando sales del hospital.

—¿Y si le compramos chocolates? Aunque no sé si le han prohibido algo de la dieta, por lo del golpe y esas cosas.

—¿Y si le compramos un peluche? —replicó Elena.

—He pensado en compararle unos auriculares, por si se aburre, que pueda escuchar música y desconectar del aburrimiento que es estar en la cama todo el día —argumenté.

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Después de comer en casa, mi madre y Arlet quisieron acompañarme al Clínic, esta vez les pedí que me dejaran solo, quería verlo y, si estaba bien, yo no iba a necesitar su apoyo. Tampoco quería que la primera vez que lo vieran fuese estirado en una camilla. Así que con mi regalo en mano, salí de casa una hora antes, me podía el ansia de poderlo ver, la ilusión de respirar aliviado.

Al llegar, me dirigí al mostrador de información, un señor mayor me atendió muy amablemente, me dijo que me dirigiera por la escalera C. Subí al tercer piso y entré a la habitación 104. Después de seguir las indicaciones, solo me quedaba abrir la puerta 104. Respiré profundamente antes de hacerlo. Al ceder, vi una sonrisa muy reconocible. Álvaro había terminado de comer el yogur y lo estaba depositando vacío en su bandeja.

—Hola amor —dijo con su voz relajada, me sentí aliviado.

—Hola Álvaro, ¿cómo te encuentras? —le respondí mientras dejaba la chaqueta y la bolsa de papel con los auriculares en una silla situada al lado de su cama.

—Bien... jodido —me respondió mientras hacía una risita algo forzada—. Me han pedido que no mueva mucho la cabeza.

—Sé que el menú de hospital tiene fama de ser de los mejores del mundo, pero ¿te apetecería que al salir de aquí, cuando sea, volvamos a retomar la gira de restaurantes juntos? —le dije sin esconder una sonrisa, a lo que él tampoco pudo esconder.

Me hizo un gesto con la mano para que me sentara a su lado, encima de la cama. Alzó el brazo para que me pudiera estirar a su lado, cuando estábamos pegados aliento con aliento.

—Por supuesto —vi la comisura de sus labios contraerse, sus ojos verdes brillar y yo, verme reflejado en ellos.

—Te quiero —le solté.

—Yo también te quiero Henry —respondió—, y te agradezco mucho que vinieras anoche. Pude escuchar tu monólogo de la UCI, aunque no sé si fue un sueño lo que sentí. Pero te pido perdón por no haber llegado a la cena con tu familia, entero —rio tímidamente.

—Cállate, idiota, no sabes lo feliz que estoy ahora de verte bien.

Nos fundimos en un beso, jugamos con nuestros labios antes de introducir la lengua, sus manos me cogían por la cadera, yo le acaricié la cara. Me quedé a su lado toda la tarde hasta que se hizo de noche.

Antes de irme, jugamos al enfermero y al paciente, ya que esa estancia se prestaba a ello y le ayudé a cortar la ensalada de tomate y queso en porciones más pequeñas para que pudiera comer cómodamente, el segundo era pavo a la plancha y patatas al horno. Compartimos el postre, que era gelatina sin azúcar. ¡Qué mala que estaba!.

Dime algo para quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora