Inevitable sinceridad

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Ava frunció el ceño, por lo general su madre siempre estaba allí. A lo mejor estaría buscándola y sin tener razón de ella. Lo más terrible era que no tenía su celular y que temía que cayera en manos de doña Daniela o de alguien más.

«Maldita sea, debí irme al hospital de nuevo, pero ya no hay vuelta atrás», se dijo Ava, mientras buscaba la manera de entrar a su casa.

Pronto encontró una ventana mal cerrada y aquella fue su oportunidad para poder ingresar, aunque el dolor de cabeza y uno que otro mareo hizo la tarea más difícil, lo que hizo que cayera al otro lado de un sentón y un quejido de dolor salió de su garganta.

«Pero, ¿dónde se encontrarán todos? Al menos mi mamá, ella debería estar aquí», dijo entre sus pensamientos, mientras caminaba sintiendo lo helado del piso limpio.

Sin pensarlo dos veces revisó las habitaciones, pero como ya era evidente no había nadie allí. Entró a su habitación y ¡oh!, como la había extrañado, en realidad prefería estar mil veces en su hogar que pasar el tiempo en el insípido ambiente de un hospital. Con ese pensamiento se desplomó sobre su cama, aquella que no era del todo suave, pero que le reconfortaba más que cualquier cosa en el mundo en esos momentos.

Mientras sus ojos se posaban en el techo, la cabeza de Avase llenó de pensamientos. Las preocupaciones por su familia, la imagen de su padre en el hospital luchando contra su enfermedad, el tormento de no haber estado allí para él en esos días, todo se convirtió en una carga más pesada. La culpa la invadió por no haber podido visitarlo, envuelta en esta confusión con el falso compromiso que la alejaba de las cosas verdaderamente importantes.

«Al parecer yo planeo las cosas y todo sale al revés», refunfuñó Ava, sintiéndose miserable y vacía.

Y en medio de ese caos mental, la imagen de Daniel Busch emergió como un destello repentino. Las preguntas resonaron en su cabeza. ¿Por qué había intervenido de esa manera para protegerla? ¿Por qué importaba tanto su vida para él si no eran nada más que dos personas en una situación más que falsa? Sentimientos encontrados de gratitud y desconcierto se apoderaron de ella, sumiéndola en un sueño profundo y lleno de interrogantes.

De pronto ya no se encontraba en su cama, sino en ese lugar de sombras en el que la figura de Karen una vez más se hacía presente para robarle la poca tranquilidad que había logrado tener.

—Vaya, vaya, vaya —rió la mujer—, pero si aquí está la arpía impostora que solo finge ser algo que no es para poder ser alguien en la vida ¡Qué lástima me das, eres repugnante!

Ava tembló por dentro con aquellas palabras.

—No es solo por mí —respondió Ava en un hilo de voz—. En realidad todo lo he hecho por mi familia y aunque no lo creas también quiero ayudar a Daniel.

Karen frunció el ceño y se acercó peligrosamente a ella.

—No te atrevas a pronunciar su nombre, si tú no sabes qué es el amor, no amas a nadia, no lo amas a él... amas lo que puedes obtener de él, en cambio nadie podrá amarlo como yo ¿entiendes?

—¡¿Y tú que sabes de mis sentimientos?! Si lo amo o no eso no te importa... —el corazón de Ava se aceleró con lo que acababa de decirle—, pero tú intentaste matarnos y esto lo sabrán todos. No descansaré hasta desenmascararte —amenazó Ava, con la respiración agitada.

La risa estridente de Karen le heló los sentidos a Ava, aquellas carcajadas poco a poco se convertían en un lamento, luego en un llanto. Ava intentaba alejarse, pero algo la tenía paralizada.

—¡Cállate ya, Karen! ¡Déjanos en paz! —gritó Ava, mientras se agarraba la cabeza con desesperación y se acuclilló, porque los llantos eran imparables.

Amor en números rojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora