Epílogo

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Dos meses después...

En un hotel de lujo ubicado en una isla privada, con una esplendorosa vista al mar y al exterior lleno de flora tropical, se encontraba una pareja disfrutando de la agradable sensación de intimidad. Allí no había nada ni nadie que interfiriera aquel momento lleno de amor y pasión.

La habitación estaba iluminada por los rayos del sol, esos que casi anunciaban el mediodía, pero no cabía duda que la pareja de enamorados no deseaba salir aun de aquel refugio que era exclusivo para los dos.

Un par de batas blancas estaban tiradas en el suelo de la entrada de la ducha y sobre la mesa que aun estaban las bandejas del rico desayuno que Daniel y Ava habían compartido hacía un par de horas.

Dentro de esas cuatro paredes resonaban los sonidos de palabras melosas, besos húmedos y gemidos en distintas intensidades.

La pareja de cónyuges enamorados estaba embelesada en su momento, sin importarle lo sudorosos que ambos se encontraban, ya que llevaban la tercera sesión del día y parecían hacer el amor como si su vida dependiera de ello; estaban insaciables.

El permanecía acostado y aprisionaba la desnudez de su fina cintura, aferrándose a ella como si fueran a arrebatársela en cualquier momento. También podía detallar el compás de sus grandes y redondos pechos con el movimiento que ejercían sus caderas que se movían en círculos, de manera magistral; sin avisar nada una de sus manos necesitó de masajear uno de ellos, lo cual dejó salir un gemido de la joven.

En realidad, Ava no se había dado cuenta lo experta que se había vuelto en tan poco tiempo, ni cual loco de placer volvía al hombre al que le entregaba su cuerpo. Ella, con sus ojos cerrados, su boca abierta y su castaño cabello desordenado, se encontraba deleitada, cabalgándolo con el frenesí recorriendo su cuerpo, ya era la tercera vez que era sacudida por un fuerte orgasmo, pero eso solo la dejaba con deseos de más.

—Así, mi amor, no vayas a detenerte —gruño Daniel, quien seguía disfrutando con la vista que tenía desde abajo y con la cálida sensación de su estrechez.

—No pretendía hacerlo, cariño. Soy adicta a tí —musitó Ava, entre jadeos y aceleró sus lascivos movimientos que provocaron un fuerte gemido por parte de su amado, que no pudo evitar salir de ella para cambiar la posición en la que estaban.

Ava se sobresaltó, pero comprendió los movimientos de Daniel y ella misma se puso de rodillas sobre la cama, dándole la espalda y se aferró a la almohada para sentir como su interior era satisfactoriamente llenado una vez más con ese miembro que la hacía gritar de placer.

Así estuvieron unos minutos más, disfrutando de aquella posición que era la favorita de los dos, para luego sin previo aviso Ava sintiera como, en medio de un palpitante orgasmo más, era llenada por la semilla de Daniel y así los dos cayeron exhaustos uno a la par del otro y sellar ese momento con un profundo beso.

Ambos aun jadeantes, con sus flequillos empapados de sudor, encontraron sus miradas. El color azabache y el avellana hacían una poderosa colisión que nada ni nadie podía destruir.

Daniel llevó su mano hacia el rostro de Ava, lo acunó con dulzura y la atrajo hacia sí para darle un tierno beso en la frente.

—Te amo muchísimo, mi amor —dejó salir aquellas palabras que hicieron estremecer a Ava.

—Yo te amo mucho más, Daniel —respondió Ava, entre sonrisas y no pudo evitar morderse el labio inferior, aun el placer hacía estragos en su cuerpo.

—¿Te gusta este lugar para que fuera nuestra luna de miel? —inquirió Daniel, con aquella sensual sonrisa que derretía a Ava.

La joven suspiro y miró hacia arriba en señal de duda.

Amor en números rojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora