Presencia desconocida en el hospital

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Ava se sentía atrapada en una pesadilla que se retorcía entre realidades borrosas y oscuros temores. La decisión de casarse por conveniencia en poco tiempo la sumía en una confusión que la abrumaba más y más, pero a la vez ese acontecimiento parecía posponerse por una u otra razón.

«Es que... ¿Acaso no conviene que se haga esta unión o qué me querrá decir el universo?», ese pensamiento era algo que la consumía por dentro.

Las imágenes tergiversadas, una tras otra, se entrelazaban en su mente, dejándole poco tiempo para analizar lo que ocurría. Vio a su familia, sus rostros tan queridos, en especial el de su madre. Para la joven, sus miradas reflejaban la decepción que ella sabía que sentían por aquella elección abrupta.

Su padre, Jeremy, era la razón más grande por quien se había lanzado a los brazos de un señor adinerado desconocido y aquello le hacía sentir un nudo en la garganta; añoraba que saliera bien de su enfermedad, sabía que con dinero podía luchar por su recuperación.

De pronto, su padre caminaba hacia ella, se veía sano, como antes solía ser y pronunció un sinnúmero de palabras ininteligibles para la joven, pero el mensaje que le dejó fue claro:

"Ten mucho cuidado, nada es lo que parece".

Esa advertencia resonó en su mente y Ava anhelaba comprender de quién o de qué debía cuidarse exactamente ¿De sus compañeras de trabajo que la odiaban? ¿De la ex novia de su prometido? ¿De su suegra? O... ¿Acaso del mismo Daniel Busch? Incluso podría ser que, de sí misma.

La opresión en su pecho se intensificó, pero no tuvo tiempo para desentrañar sus pensamientos. Frente a sus ojos, se materializó Daniel, ese hombre mucho mayor que ella que no le atrajo a primera vista, pero a la vez tan enigmático, detallista y cariñoso, y que al mismo tiempo parecía guardar secretos importantes que se rehusaba a compartirle.

—Daniel... dime lo que ocultan tú y tu familia —exigió Ava, agobiada por la confusión.

El señor Busch, en lugar de responder, bajó la mirada y se alejó un par de pasos de ella, sumiéndola en un escalofrío de temor.

De repente, Ava despertó de forma abrupta, con la respiración agitada, seguida de una gran sensación de pesadez y un dolor punzante en su cabeza, todo entremezclado con el recuerdo de esa pesadilla persiguiéndola. En definitiva la realidad y los sueños se entremezclaban en un torbellino de emociones confusas que hicieron a la joven quererse levantar de un tirón, pero el dolor intenso de algo en su brazo la hizo gritar, para darse cuenta de que un canalizador estaba prendido de su muñeca.

—Mierda... lo que me faltaba —musitó Ava entre dientes, porque un hilo de sangre comenzó a surcar su antebrazo.

A tiempo alguien abrió la puerta, se trataba de una enfermera que abrió grandes sus ojos en cuanto vio a la joven despertarse y se apresuró a ir más cerca de ella.

—Dios mío, señorita Ava, has vuelto en sí... —dijo la enfermera, que era tan delgada y alta— ¿Qué has hecho con el canalizador? ¿Intentabas huir, eh?

—Para nada —dijo Ava, con la voz entrecortada—. Solo no sabía dónde estaba.

—Traeré al doctor, no te muevas —sentenció casi como un regaño y Ava asintió nada más, mientras arrugaba la nariz y apretaba los ojos al sentir el dolor de la muñeca.

La enfermera revisó el suero y el canalizador para limitarse a limpiar el rastro de sangre con premura. Luego de eso, salió como un rayo de ese cuarto, para traer de inmediato al doctor, quien llegó presuroso también, cosa que sorprendió a Ava.

«¿En qué hospital estaré? Nunca los enfermeros, mucho menos los doctores son tan amables cuando se trata de atender a alguien... Lo he vivido con mi padre», pensó Ava y de manera involuntaria frunció el ceño.

Amor en números rojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora