Expectativas y prejuicios en la mesa

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En cuanto los Busch se levantaron de sus asientos y se adelantaron hasta el comedor, Daniel, notando la incomodidad de Ava, puso una mano en su espalda en un gesto de apoyo silencioso, aunque ella realmente se había sobresaltado, era obvio que sus nervios estaban alterados.

—No te preocupes, cariño —susurró en voz baja—. Lo estás haciendo genial. Sigue así y te ganarás el cielo, lo juro.

Ava asintió con nerviosismo, intentando controlar sus emociones. Ella observó como los sirvientes, a una distancia prudencial comenzaron a moverse, guiándolos hacia el comedor principal de la mansión. El ambiente parecía más tenso que nunca, y Ava podía sentir las miradas de los Busch sobre ella mientras avanzaban.

El comedor era una obra maestra de elegancia y lujo. La mesa estaba decorada con detalles exquisitos, y los cubiertos de plata brillaban bajo la luz tenue que los ventanales filtraban.

—Tu lugar es aquí, niña —indicó doña Daniela.

«Ja... Niña, ¿eh?», pensó Ava. Sin duda aquella palabra la había ofendido un poco, más por la forma en que se la había dicho.

El dedo de ella señaló un asiento junto a Daniel en un lugar destacado de la mesa. Mientras todos tomaban asiento, Ava se seguía sintiendo observada y evaluada por los ojos críticos de la familia Busch. Los minutos parecían eternos mientras los platos eran servidos y se iniciaba la conversación.

Ava se sentía inquieta mientras observaba el meticuloso servicio de los sirvientes que llevaban la ensalada que parecía ser de remolacha por el color distintivo, también notó otros ingredientes caramelizados y no pudo ignorar el queso de buena calidad cortado en trocitos. Debía aceptarlo ¡Era muy apetecible!

El aroma que emanaba del plato era simplemente delicioso, y su estómago comenzó a rugir sutilmente, recordándole lo hambrienta que estaba. Tragó saliva nerviosamente, consciente de que no había tenido una comida adecuada en todo el día y que necesitaba mantener la compostura en esta reunión crucial.

«¡Maldita seas, Ava! Contrólate o esta gente te va a masacrar con sus burlas y ahí sí, pasarás a la historia», pensó, mientras se cercioraba que nadie se hubiera dado cuenta del bochornoso ruido famélico.

Mientras los sirvientes presentaban el platillo con una sincronía increíble, mantuvo su mirada fija en la ensalada, tratando de ignorar la intensa mirada de doña Daniela, que parecía escrutarla con atención, y la cálida sonrisa de Daniel, que buscaba tranquilizarla.

Ava sabía que este almuerzo no solo era una prueba de sus habilidades culinarias, sino también una prueba de su capacidad para adaptarse a este mundo de lujo y sofisticación al que estaba siendo introducida.

Respiró hondo e intentó recordar todo lo que la señorita Franklin le había enseñado. Tomó los cubiertos dispuestos ante ella con delicadeza y precisión, siguiendo la línea perfecta que formaban sobre el mantel de lino blanco.

Observó atentamente el plato de ensalada antes de dar su primer bocado. Aunque estaba nerviosa, se esforzó por mostrar la misma gracia y elegancia que había practicado en su lección de etiqueta.

Mientras degustaba la ensalada, Ava notó que la mirada de doña Daniela se suavizó ligeramente, lo cual le dio un respiro. Parecía que su manejo de los cubiertos y su comportamiento al fin estaban cumpliendo con las expectativas de la señora Busch. Ava se concentró en saborear el platillo, tratando de disfrutarlo a pesar de la tensión que sentía en el ambiente.

Un gesto de complicidad de Daniel, quien le guiñó un ojo, logró arrancarle una sonrisa tímida pero genuina a Ava. Era reconfortante saber que él estaba a su lado, apoyándola en esta experiencia tan abrumadora.

Amor en números rojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora