Intrigas no aclaradas

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Allí en la oscuridad de la oficina en la temprana noche, Ava, con las manos por completo heladas y temblorosas, y con el corazón queriendo salir de su pecho, se encontraba tecleando y analizando cada archivo que albergaba aquel oscuro computador.

«Esto es inaudito... con razón las facturas no tenían el aval de Daniel... Es evidente que Karen se traspasó cantidades de dinero a una cuenta de la supuesta empresa que ella maneja ¿O él consintió tal cosa? —un escalofrío recorrió la espalda de Ava— ¡Me rehuso a pensar esto! Se que cuando hable con él todo se aclarará y al fin las cosas caerán por su propio peso».

Como pudo, la joven abrió su correo y traspasó cada documento para que esa evidencia quedara en un lugar seguro. Pronto apagó el computador y lo colocó en una esquina de la oficina, donde no estuviera expuesto a cualquier mirada. No sabía si hacía bien o no, solo hizo lo que sintió en el momento de desesperación.

Sin pensarlo dos veces, y después de analizar que tardó varias horas en hacer esa labor, Ava salió con premura de la oficina de presidencia y no sabía si su corazón acelerado podría resistir más de la angustia que sentía.

Al llegar a la calle, levantó la mano para detener la limusina que se aproximaba y, con gestos acelerados, ordenó a la conductora que se dirigiera hacia el hospital. La conductora, percibiendo la urgencia en la voz y el rostro de su jefa, asintió y aceleró el vehículo.

El trayecto se tornó agónico, el tic tac del reloj parecía retumbar en sus oídos, cada segundo que pasaba se sentía como una eternidad. Ava se aferraba al asiento con las manos crispadas, su mente revoloteaba entre pensamientos angustiantes, su corazón latía desbocado y la preocupación le agobiaba cada vez más.

«¡Maldita sea, apresúrate!», esas palabras eran las que Ava ansiaba gritarle a la conductor, pero ella misma se negaba a espetar tal cosa, sería injusto para Mercy.

Cada semáforo en rojo se convertía en un obstáculo que la hacía sentir aun lejana del lugar en el que ansiaba estar, que era al lado de Daniel. A pesar de los esfuerzos de la conductora por llegar lo más rápido posible, el camino se extendía como un laberinto interminable, aumentando la angustia y el nerviosismo de Ava.

—Estamos a una cuadra, señorita Ava —anunció Mercy, sin dejar de ver el camino nocturno.

—Gracias, Mercy —dijo Ava, sin darle más detalles de lo que estaba aconteciendo y el por qué cambió su destino luego del trabajo en la empresa.

«Dios... solo espero que me dejen entrar», eso era lo único en lo que la joven podía pensar en esos momentos, mientras Mercy aparcaba en un lugar exclusivo para la clase social alta.

Ava bajó de la limusina, indicándole a Mercy que la esperara, que no tardaría. Con el corazón latiendo con fuerza, Ava irrumpió en el hospital, con la urgencia reflejada en cada paso que daba. Su respiración era agitada y su cabello estaba un poco revuelto por el ajetreo y la tensión que sentía.

Las enfermeras levantaron la mirada a verla, notando que su atuendo, a diferencia de su semblante y de su peinado, estaba impecable y además el distintivo anillo de compromiso parecía brillar con luz propia.

En cuanto Ava recuperó el aliento frente a las enfermeras, se dispuso a hablar con sus manos juntas

—Por favor, necesito ver al señor Daniel Busch —imploró con voz apresurada, mientras mostraba su identificación de Interstellar Company.

Una de las enfermeras asintió al ver la veracidad del documento y también notó que la fina vestimenta llevaba el logo de la compañía. Pronto la joven de blanco la encaminó hacia donde estaba Daniel y le indicó el camino hacia la sala de cuidados intensivos.

Amor en números rojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora