El hallazgo

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Con el corazón a mil y la imborrable imagen de lo que acababa de ver, Ava comenzó a hacerle señas a la conductora, las palabras no querían salir de su garganta, pero al fin pudo decir con aflicción lo que pensaba en forma de una orden bastante pesada para venir de la joven.

—¡Mercy, estaciona aquí, estaciona aquí ahora! —exclamó Ava a la conductora, mientras respiraba fuerte.

La conductora se sobresaltó con la aflicción en la voz de su jefa y dio un frenazo que casi la hace chocar con otro vehículo. Ava se agarró del asiento lo más fuerte posible, pero agradeció que Mercy no le reclamara algo, sino que buscó el lugar propicio donde aparcar.

—En verdad te lo agradezco, Mercy, te mereces una muy buena propina al final del día —elogió Ava a su conductora de pocas palabras—. Espérame aquí, no tardo.

Ava descendió de la limusina y cruzó la puerta de la cafetería, envuelta en una atmósfera rústica y acogedora; jamás había entrado a ese lugar. La madera pulida le daba un toque hogareño y el aroma del café recién molido se impregnaba en el lugar.

Los ojos de la joven divisaron un menú y como nadie al parecer la escoltó al interior del lugar, Ava aprovechó para escabullirse mientras cubría su rostro de manera parcial hasta que por fin encontró la mesa donde se encontraba doña Daniela con aquella mujer a quien culpaba de muchas de sus tragedias en sus planes con Daniel.

«Quiero saber qué rayos se están diciendo esas mujeres, porque, ¿acaso doña Daniela no escuchó la acusación que hice de Karen­? ¡Pero qué incrédula, Dios mío! No sé qué está pasando, pero necesito enterarme de todo y tener evidencia», se dijo Ava, mientras sacaba su celular para activar la grabadora de audio en cuanto lograra acercarse lo suficiente.

Ava se sentó justo detrás de la mesa donde las dos mujeres se encontraban reunidas. Ava se acercaba y al notar que las dos conversaban como susurrando, se maldijo internamente, pero antes de que se le pudiera ocurrir algo más y al elevar su celular, por el reflejo vio la escalofriante mirada de ambas, viéndola justo a ella, lo que hizo que Ava se sintiera descubierta y más nerviosa que antes.

Doña Daniela, en lugar de mostrarse sorprendida, como Ava pensó que era lo más lógico, lo que hizo fue esbozar una sonrisa amable, de esas que ya conocía muy bien.

—¡Ava, querida! Pero qué grata sorpresa verte por acá, ya te hacía rumbo a tu casa —exclamó con cierta energía inusual y extendió una de sus manos para llamarla—. Por favor, siéntate aquí, estábamos por pedir té, puedes pedir algo si gustas.

Ava entreabrió la boca, sin saber qué expresión se veía en su rostro, pero juraría que Karen tenía un gesto de quererse reír de ella, lo cual despertó en la joven un sentimiento de enojo, pero más de incomodidad; le dieron unas ganas casi incontenibles de salir huyendo de ese lugar, pero se contuvo.

En lugar de demostrar como se sentía realmente, con una sonrisa Ava se acomodó en la silla frente a doña Daniela. Sus ojos se desviaron por un instante hacia la mesa contigua y se encontraron con Karen, quien lucía una sonrisa forzada mientras saboreaba su té helado.

—Ava... —saludó Karen para llamar la atención de la joven—. En serio que ha sido una casualidad verte aquí ¿Cómo has estado?

—Pues... he estado bien —asintió Ava con una cortesía forzada, intentando ocultar su incomodidad y las ganas de gritar, alegar por qué estaba hablándole tan amable después de todo lo que le había dicho en el pasado—, gracias por preguntar.

Ava no le esquivó la mirada a Karen y el silencio repentino hizo que el aire en la cafetería se tornara un tanto tenso, pero doña Daniela intervino con rapidez:

Amor en números rojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora