El encuentro

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—¿Acaso siempre tiene que darme un susto, señor? —dijo doña Rosaura, mientras se llevaba la mano al pecho porque a quien menos esperaba ver era a Daniel Busch.

Daniel sin permiso tomó la mano de la señora y le dio un beso en el dorso de la misma, acción que la dejó paralizada pero reaccionó a tiempo para quitar su mano aun con los ojos bien abiertos.

—Doña Rosaura... suegra, le juro que no era mi intención, pero debía venir lo antes posible —dijo él, mientras terminaba de recuperar el aliento y clavaba su mirada en la perpleja joven que estaba justo atrás de doña Rosaura.

Daniel parecía agitado y miles de dudas pasaron por la mente de Ava, quien no podía creer verlo allí y de aquella manera tan extraña. Doña Rosaura se hizo a un lado porque en definitiva había notado el par de miradas intensas

—Ava, necesitaba verte... ven conmigo, por favor —Daniel extendió su mano hacia la joven, quien no dudó y lo tomó de la mano.

El corazón de Ava se aceleró y sabía que no era por miedo ni ansiedad... era dicha pura que brotaba al ver al hombre del que estaba enamorada y a quien deseaba poder decirle todo lo que sabía.

—Demos un paseo, hoy es un día importante, ¿sí? —inquirió Daniel y Ava asintió para sonreír, sabía que era la última oportunidad que tenía para hablarle y desenmascarar a Karen, pero, ¿cómo lo haría sin ser descubierta?

Mientras tanto, doña Rosaura miraba la escena con una sonrisa que intentaba ocultar. Se pasaba la mano para asentar su cabello y carraspeaba con sutileza, hasta que la voz de su hija la hizo sobresaltar un poco.

—Mamá... vendremos después del evento de compromiso, es decir, en la noche, ¿sí? Tenemos muchas cosas que hacer y el tiempo es oro —fue lo que Ava alcanzó a decirle a su madre.

Doña Rosaura le dio su bendición a su hija y la vio desaparecer de la mano de aquel hombre que sabía era aun un enigma, pero esta vez pudo sentir tranquilidad y por primera vez sintió paz de alguna manera que no se explicaba. Con ese sentimiento llenando su pecho, cerró la puerta y deseó lo mejor para el futuro de su adorada Ava.

—Espero que la vida al fin le sonría a mi hija...

(...)

El sol de la tarde bañaba la plaza, reflejando un ambiente cálido y acogedor. Daniel, quien vistiendo su inusual atuendo informal se veía de lo más cómodo, caminaba por el lugar sin soltar a Ava ni un segundo y con una sonrisa que iluminaba su rostro. Sus ojos reflejaban alegría y la joven supuso que era por haber dejado atrás los días de hospital y estar al aire libre después de tantas semanas.

El lanzó n suspiro liberador y comenzó a hablar:

—Ava... ¡Por fin estoy fuera de esas malditas paredes de hospital! ¿No te parece excepcional, mi amor? Y de nuevo podemos estar solos tu y yo —comentó Daniel con una amplia sonrisa acompañada por aquella barba de días, esa que le hacía volver a su aspecto descuidado.

—Claro, claro... —dijo Ava, intentando sonreír, no deseaba ser tan obvia en la desesperación que la aturdía, pero así mismo sabía que debía encontrar la manera.

Ava, sin dejar de seguir aquel paso presuroso por la acera, se inclinó lento, mirando a Daniel con un atisbo de nerviosismo. Una mezcla de emociones se reflejaba en su rostro, aquella indecisión que se entrelazaba con una necesidad de decirle lo que ardía en su pecho y en su mente.

La mirada furtiva de Ava y la manera en que desviaba su atención mostraban una cierta incapacidad para expresarlo, sabía que la estaban vigilando, podía sentirse observada a cada segundo. De hecho, ya había divisado a Alicia, quien los seguía de cerca. Estaba segura de que habían muchos más.

Amor en números rojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora