Temores

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Daniel se levantó con lentitud para quedar sentado y se dirigió a Ava con calma, mientras que Natalia, don Manuel y doña Daniela se retiraron un momento a petición de él, para dejarlos a solas en la sala de cuidados intensivos. El buscó tomar sus manos y le sonrió con ternura, notando la tensión en el rostro de Ava.

—Ava... ¿Todo bien? Puedes confiar en mí. Dime qué es lo que te preocupa.

—Es que, de verdad me alegra poder volver a hablar contigo, pensé lo peor en estos días que estuviste en coma todo por tratar de protegerme. Sentí que... te perdía —dijo Ava y sintió como el calor subía desde su pecho hasta su rostro, tiñéndolo de carmín.

Daniel rió por lo bajo y la siguió viendo con una sonrisa.

—Yo también sentí que te perdía en ese accidente, yo no analicé, implemente quería que salieras ilesa y pude darme cuenta de muchas cosas —afirmó Daniel sin dejar de fijar su mirada en ella.

Ese acto era el que la hacía temblar por dentro. Ava tragó grueso mientras sentía su corazón palpitar muy fuerte.

—Y... ¿de qué te diste cuenta? —logró preguntar la joven.

Daniel abrió la boca para hablar, pero Ava por inercia comenzó a acercarse al rostro de él. Ella se moría por probar sus labios una vez más, hasta que la puerta se abrió de golpe y Natalia entró dando pasos torpes provocados por la fuerza gravedad y de un tropezón, pero sin caerse, ya que estaba agarrada de la manecilla de la puerta, a lo que se sobresaltó y sacudió su blusa y falda formal.

—Hermana... ¿qué pasa? —preguntó Daniel, entre dientes.

—¡Oh! Lo siento, hermano... Ava. Es que estaba verificando que nadie los molestara y entonces el viento quería abrir la puerta y... —se excusó Natalia, con una gota de sudor surcando su sien.

Daniel levantó una ceja y Ava la observaba mientras tapaba su boca, porque le dio mucha gracia que Natalia fuera de esa manera tan peculiar.

—Si de verdad no quieres que nadie nos moleste, deberías alejarte de la puerta tú también —espetó Daniel, con el ceño fruncido—. Ya... sal de aquí.

—Sí, eso... olviden mi presencia y que esto pasó... continúen en lo que estaban —comentó Natalia entre risas nerviosas y con último vistazo hacia adentro de la habitación al fin cerró para alejarse.

—Debes disculpar a mi hermana, a veces es así de molesta, pero es buena gente —dijo Daniel— ¿En qué estábamos?

—Sí, claro, bueno pues verás, así es como me siento...

Ava, mientras seguía con aquel sentimiento de inseguridad e intentó expresarle todos sus miedos acerca de asumir esa responsabilidad en la empresa sin tener la formación académica adecuada.

—Y eso no es todo, Daniel... Tú realmente no te has fijado como la gente me ve, en verdad a muchas personas no les agrado para nada. Algunos parecen no estar a favor de que yo esté allí. El día que me tocó sola no querían acatar mis peticiones, mucho menos tomarme en serio —dijo la joven con la mirada hacia abajo.

—Ava, ¿de quienes se trata? Te pido que me lo digas, porque hay de quien te traten mal. Se las verán conmigo —dijo Daniel, con determinación—. De verdad no me di cuenta de esa situación, a veces soy un ciego y las cosas pueden pasar en mis narices.

Daniel miró con frustración hacia el techo blanco y Ava negó con la cabeza.

—No deseo perjudicar a nadie diciéndote nombres en concreto. Esas personas necesitan sus empleos, solo te cuento mi situación porque existe y es por eso que no me siento bien para asumir la presidencia de la empresa.

Amor en números rojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora