Leyendas

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La bella criatura es lo que anhelo

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La bella criatura es lo que anhelo.

Su sangre de luna corre por su cuerpo,

y eso la hace mía.


Sé que mi abuela, cuando era pequeña, me entretenía con sus historias, esas que aún hoy recuerdo... Aunque no todas, eso es cierto.

Recuerdo que me hablaba de criaturas mágicas y fantásticas, cuyo aspecto era muy diferente al nuestro. Seres con cuerpos cubiertos de flores resplandecientes, de todos los colores, cuyos cuerpos eran como tallos o incluso troncos. Al caer la noche, las flores que los rodeaban se cerraban, y no volvían a abrirse hasta el amanecer siguiente. Pero estas flores no eran mera decoración o camuflaje, cada una poseía un poder, o más bien, una habilidad. Eran capaces de curar heridas con su polen, lanzar ataques mágicos a través de esporas y comunicarse con la naturaleza para obtener información sobre su entorno. Sin embargo, estas criaturas eran, en esencia, inofensivas. Vivían recluidas en el bosque y evitaban cualquier contacto con otros seres.

Para ser sincera, siempre me fascinaron sus historias. Aunque sentía una atracción especial por las más terroríficas, esas que mi abuela siempre intentaba evitar, pero yo insistía en escuchar con una mezcla de miedo y curiosidad. Sabía que existían criaturas peligrosas, y esa era una de las razones por las que mi abuela siempre me regañaba cuando me aventuraba demasiado cerca del límite del bosque. Sin embargo, a medida que crecí, comencé a creer que no eran más que leyendas, producto de la imaginación de una anciana que buscaba protegerme del mundo exterior.

Sin embargo, en aquel amanecer silencioso y pesado, comprendí que tal vez esas leyendas e historias no eran solo eso. Nunca las vi con mis propios ojos, y August no era precisamente espeluznante. Pero tampoco era un amigo imaginario. Si él existía como fantasma, quizás el resto de las criaturas de las que mi abuela me hablaba también eran reales. Ya no podía ignorar lo que mis propios ojos habían visto, ni lo que mi piel había sentido. Sería de necia intentarlo.

Uno de los motivos por los que no quería salir de la habitación era para no encontrarme con ese ser con cuernos. Si seguía allí... Si realmente existía, no podría enfrentarme a esa realidad. No estaba preparada.

Estiré mi cuerpo al ponerme de pie, observando la ventana y el cuaderno en el escritorio. Lo tomé entre mis manos y decidí ocultarlo en la estantería, detrás de una pila de libros. Si alguien lo veía, sería como si estuviera husmeando en mi mente, en mis recuerdos. Prefería mantenerlo oculto.

Deslicé el pestillo de la puerta con cuidado, la abrí lentamente, provocando un chirrido que rompió el silencio absoluto del pasillo. Todo parecía tranquilo, así que me aventuré hacia las escaleras, descendiéndolas con cautela. El crujido de los escalones bajo mis pies me delataba, pero en ese momento, la curiosidad superaba el miedo.

Sangre de luna (Primera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora