Las hojas secas susurraban al deslizarse por el suelo, mis manos, manchadas de tierra, aún goteaban el agua que acabábamos de usar. Sentía mis rodillas hundirse en la tierra húmeda del huerto, bajo un cielo encapotado que amenazaba con lluvia.
—La mandrágora es mejor plantarla en esta época, Circe —comentó mi abuela, hundiendo la pala en la tierra—. Venga, presta atención.
Asentí, aunque mi mente divagaba. Sabía que mi abuela deseaba que aprendiera todo lo que ella sabía, pero me resultaba difícil concentrarme mientras el viento agitaba las copas de los árboles.
Al plantar las semillas, un escalofrío me recorrió la espalda. Levanté la vista y allí estaban, las cinco umbras que siempre acompañaban a mi abuela, reunidas en nuestro jardín.
—Quédate aquí —dijo mi abuela, acariciando mi mejilla antes de acercarse a ellas, limpiándose las manos en el delantal.
Las umbras me observaban con intensidad, como si hubiera hecho algo mal. Sus miradas... parecían llenas de odio, como si mi sola presencia fuera una molestia. Comenzaron a hablar en susurros, aunque a veces alguna alzaba la voz. No dejaban de mirarme, y supe que el tema de conversación era yo.
Entonces mi abuela se giró, y sus ojos... reflejaban una profunda tristeza. Algo habían dicho que la había afectado. Pasaron largos minutos, sus susurros arrastrados por el viento. Finalmente, las umbras se marcharon al unísono, arrastrando sus capas oscuras.
Mi abuela permaneció inmóvil, con la cabeza gacha y los labios apretados. Luego se acercó a mí, intentando esbozar una sonrisa.
—No puedes seguir con esto, Circe.
—¿No? —pregunté, sacudiendo mis manos, confundida—. ¿Lo he hecho mal?
—No es eso, mi niña, es que... No podrás hacerlo en el futuro. Esto es algo exclusivo de las umbras.
No entendí. Durante años, me había repetido que sería como ella, que yo era una umbra.
—¿Qué quieres decir? ¿No seré como tú?
—Nunca podrás serlo.
—¿Ni siquiera si lo hago bien?
Sus manos tomaron las mías con ternura.
—No es tu trabajo, nunca lo será. No puedo enseñarte más.
En mi mente, solo rondaba la idea de que había cometido un error. Quizás estaba demasiado sucia, o no había plantado bien las semillas, o tal vez había podado mal...
—Me prometiste que lo haríamos juntas... —Un dolor agudo me atravesó el pecho, como si me hubieran traicionado—. ¿Por qué no? Puedo mejorar, quiero ser una umbra como tú.
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Sangre de luna (Primera parte)
FantasySe yergue ante mí. Su voz, un susurro en la oscuridad, promete protección. ―Si yo te he encontrado ―advierte―, ellos también lo harán. Mi abuela me dio unas directrices claras: No abrir la puerta si ella no se encontraba en casa. No dejar entrar a...