Había ido a hacer la compra porque, conforme los días pasaban, la nevera se iba vaciando inexorablemente. También me detuve en la tienda de Mirek para abastecernos de sangre. Ahora, tanto Circe como yo bebíamos de allí, evitando la necesidad de salir a cazar animales y obteniendo un suministro más conveniente y seguro.
Cuando aparqué el coche y abrí el maletero, me sorprendí al ver la cantidad de bolsas que había acumulado. Tendría que hacer más de un viaje... o no. Con un gruñido de esfuerzo, las cogí todas de golpe y me dirigí hacia la puerta de la casa. Tras forcejear un poco con el peso, logré abrirla.
—¡Fierecilla, he llegado! —chillé, cerrando la puerta con el pie—. ¡Te he comprado regaliz rojo del que tanto te gusta!
Me acerqué a la mesa del comedor, pero las bolsas se me resbalaron de las manos al ver una mano pálida e inerte sobresaliendo desde la sala. Solté todo de golpe y corrí hacia allí, mi corazón latiendo a mil por hora.
Circe yacía en el suelo, inconsciente, su rostro pálido y su cuerpo inmóvil.
Me arrodillé a su lado, palpando su pulso con desesperación. Un hilo débil de vida latía bajo su piel fría. Un alivio momentáneo me inundó, pero fue rápidamente reemplazado por una ola de pánico. ¿Qué le había pasado? ¿Qué había hecho?
A su alrededor, encontré un caos de objetos esparcidos: frascos vacíos, hierbas machacadas, una daga ensangrentada.
—Circe... —susurré, levantándola del suelo en mis brazos—. Circe, por favor, ¿qué has hecho, fierecilla? No, no... No me hagas esto.
La dejé en el sofá con delicadeza. Su respiración era débil pero constante, lo cual me dio un atisbo de esperanza. Sin embargo, no podía ignorar la evidencia que me rodeaba. Volví a la sala, buscando cualquier pista que me ayudara a entender qué había sucedido.
Una botella de cristal yacía en el suelo, intacta. La recogí con manos temblorosas y olí su contenido. Un aroma familiar, pero inquietante, me golpeó las fosas nasales. Había hierbas secas en su interior, algunas las reconocí: belladona, mandrágora... Mi corazón se aceleró. ¿Qué había hecho Circe? ¿Qué clase de brebaje había preparado?
Volví a su lado, la angustia atenazando mi corazón. Me arrodillé junto al sofá, suplicando en silencio que estuviera bien, que abriera los ojos. Acaricié su rostro con ternura, mi mano temblorosa rozando su piel fría.
—Fierecilla, venga, despierta... —susurré con voz quebrada—. No me hagas esto... No me asustes y despierta, por favor.
Pero ella permanecía inmóvil, su respiración superficial y su pulso débil. El miedo me atenazaba, la incertidumbre me paralizaba. ¿Qué había hecho? ¿Qué clase de veneno había ingerido? No podía perderla, no ahora que finalmente la había encontrado.
Me levanté de golpe, la urgencia de la situación impulsándome a actuar. Corrí hacia el teléfono de la pared y marqué el número de la tienda de Mirek. En ese momento, él era la única persona en la que podía confiar, la única que podría ayudarme a salvar a Circe.
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Sangre de luna (Primera parte)
FantasySe yergue ante mí. Su voz, un susurro en la oscuridad, promete protección. ―Si yo te he encontrado ―advierte―, ellos también lo harán. Mi abuela me dio unas directrices claras: No abrir la puerta si ella no se encontraba en casa. No dejar entrar a...