Manos a la obra

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Llevaba días organizando la sala de mi abuela, entrando y saliendo de su habitación para guardar sus pertenencias y quedarme con lo que me fuera útil

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Llevaba días organizando la sala de mi abuela, entrando y saliendo de su habitación para guardar sus pertenencias y quedarme con lo que me fuera útil. Siempre había dicho que ese espacio debía pasar a ser la habitación de la siguiente umbra, y ahora me pertenecía. Era una sensación extraña rebuscar entre sus cosas, como si en cualquier momento fuera a aparecer para regañarme por mover sus preciados objetos. Pero a pesar de la melancolía, me reconfortaba saber que estaba cumpliendo su deseo, que estaba siguiendo sus pasos. La sala se iba transformando poco a poco en mi propio espacio, un lugar donde podría ayudar a otros como ella lo había hecho durante tantos años.

Pronto volvería a abrir la consulta, siguiendo los pasos de mi abuela. Lo único que cambiaría sería el color de mi pelo. Ya había elegido el tono: un pelirrojo claro, el mismo que mi abuela lucía en su juventud. Prefería empezar así, sin asustar a los pacientes con mi verdadera apariencia. Quizás, cuando hubiera ganado su confianza, podría mostrarles mi verdadero ser.

—Eso no —dijo Ryu, señalando los vestidos que sacaba de mi armario—. Te quedarían bien.

Los miré, sorprendida, porque eran de cuando mi abuela era joven. Eran elegantes, pero también un poco atrevidos para mi gusto.

—¿Tú crees? —pregunté, insegura.

—Sí, lo creo —afirmó Ryu con una sonrisa.

Me había estado ayudando a llevar las cosas de mi abuela y de mi madre al garaje. Recordaba que la abuela decía que no daba buena suerte guardar los objetos de los muertos como si fueran a volver, que solo los anclabas a esta vida.

—¿Ya se lo has dicho al ángel? —preguntó Selene, señalando a Ryu mientras paseaba por la habitación.

Había intentado averiguar por qué Selene seguía aquí, pero ninguna de las dos lo sabía. Era frustrante, aunque me ayudaba mucho con los preparativos de la consulta. A veces, su forma de moverse y hablar me recordaba a mi abuela.

Negué con la cabeza en respuesta a su pregunta.

—¿Y por qué no? —insistió Selene.

—Porque no —susurré, levantando una caja y colocándola sobre la cama.

—¿Con quién hablas ahora? —preguntó Ryu, mirándome con curiosidad.

—Con Selene —respondí, señalándola.

—Ah, vale —dijo encogiéndose de hombros.

Al parecer, Ryu se había acostumbrado rápidamente a la presencia de Selene, aunque Arion seguía mostrándose incómodo y desconfiado. Actuaba como si Selene fuera peligrosa para mí, cuando yo la veía todo lo contrario. Ella me había ayudado y guiado en momentos difíciles.

Selene, percibiendo la llegada de Arion, puso los ojos en blanco y desapareció sin decir palabra.

En ese momento, escuché los pasos de Arion subiendo las escaleras. Lo primero que hizo al entrar en la habitación fue mirar a Ryu, quien se marchó sin decir nada. Les había preguntado si pasaba algo entre ellos, pero ambos lo negaban.

Sangre de luna (Primera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora