Criatura extraña

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Mis ojos se posaron en la manzana roja que sostenía en mi mano, luego en el montón perfectamente ordenado sobre la encimera

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Mis ojos se posaron en la manzana roja que sostenía en mi mano, luego en el montón perfectamente ordenado sobre la encimera. Volví a mirar la manzana en mi mano. Algo se me escapaba, algo debía hacer con ella y no recordaba qué. Sentía ese cosquilleo en mi mente, esa sensación de que algo importante se me olvidaba. No lograba descifrarlo, era frustrante.

La olí, la dejé sobre el mármol y la contemplé como si fuera a revelarme su secreto. Respiré hondo, aparté los mechones de mi pelo y sentí cómo mis ojos se llenaban de lágrimas. De repente, una mano sobre mi hombro me hizo saltar del susto. Todas las manzanas cayeron al suelo, chocando entre sí.

—Perdona —murmuró Ryu, agachándose para recogerlas.

Lo ayudé rápidamente y las dejé como pude. Estaba demasiado frustrada como para intentar ordenarlas de nuevo.

—¿Estás bien? —preguntó, cruzándose de brazos.

Sus cuernos habían reaparecido, al parecer podía hacerlos aparecer y desaparecer a voluntad.

—Sí —respondí, evitando iniciar una conversación. Ya tenía suficiente con mis propios pensamientos.

Observé sus pies cubiertos de barro. Parecía que desconocía el concepto de los zapatos y llenaba la casa de huellas. Aunque a mi abuela no parecía importarle, supuse que yo tampoco debía darle importancia.

Tomé otra manzana y me dirigí al fregadero para lavarla, sintiendo la mirada de Ryu sobre mí. Al parecer, no tenía nada mejor que hacer que observarme. ¿Acaso las criaturas sobrenaturales tenían aficiones? La idea me resultaba curiosa.

—Tus heridas han sanado muy bien —comenté, mirándolo a través del reflejo del grifo—. Supongo que ha sido obra de mi abuela.

—Supones bien. Tenía ventaja, solo era un cuervo al que golpeé con una rama. Se fue volando, o eso intentó, pero sé que lo herí.

Quizás por eso no había regresado, porque estaba herido. ¿Estaba sintiendo empatía por una criatura que podía matarme? ¿Qué me estaba pasando? No, no debía sentir eso. En cualquier momento, el cuervo podría volver para vengarse, para acabar con su presa. Lo último que debía sentir era empatía por una criatura de la noche.

—Me alegro —mentí, consciente de que no lo hice bien. Mentir no era mi fuerte.

Di un mordisco a la manzana y me giré para ver que Ryu seguía allí, cumpliendo al pie de la letra la orden de mi abuela. Era extraño observarlo. Sus ojos eran enormes, de un color llamativo pero cargados de sentimiento. Su pelo blanco caía sobre su frente en ondas cegadoras. Sus cuernos, ahora sin musgo, mostraban los anillos que los rodeaban hasta la punta afilada, capaz de atravesar cualquier cosa.

Tenía un cuerpo delgado pero tonificado, seguramente debido a su constante movimiento.

—Es la primera vez que me miras sin miedo —comentó, esbozando una media sonrisa.

Sangre de luna (Primera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora