Secretos Enterrados

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Ordenaba las especias según las indicaciones de Galena

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Ordenaba las especias según las indicaciones de Galena. Había descuidado un poco su almacén y me ofrecí a ayudarla, como solíamos hacer en el pasado. Se suponía que una criatura como yo no debía tocar nada de una umbra, pero ella confiaba en mí. Siempre había desafiado las prohibiciones que la vida le había impuesto, incluso la de quedarse conmigo cuando era un bebé. Sabía que se había enfrentado a las demás umbras, argumentando que yo solo era un niño indefenso. Nunca le pregunté cómo lo logró, temiendo la respuesta. Esa mujer era capaz de cualquier cosa con tal de proteger a los demás.

—¿Queda canela?

—Poca, pero aquí hay otro lleno. —Le señalé el que ya había colocado en su lugar.

Continuó machacando hierbas en el mortero, liberando un aroma intenso que llenaba el aire. La observé mientras añadía pequeñas flores secas y las trituraba con movimientos precisos. Todo lo hacía a mano, siempre. Se tomaba su tiempo para que cada ingrediente quedara perfecto. Noté el temblor en sus manos, el cansancio en su rostro. Me preocupé por su estado, nunca la había visto así. Siempre irradiaba energía, como si tuviera de sobra para compartir.

—¿Qué me observas tanto? —murmuró con una sonrisa familiar.

Negué con la cabeza, pero no pude evitar preguntar:

—¿Te encuentras bien, Galena?

Se detuvo, apretó los labios, marcando las arrugas de su rostro, y me miró fijamente.

—Las umbras somos capaces de percibir cuando algo va mal. Se nos cala en los huesos, como un veneno. —Suspiró y se acercó a la mecedora de la esquina, dejándose caer con un crujido—. También es la edad, Ryu. Soy mayor para muchas cosas ya. Ojalá tuviera la energía de antes.

Dejé los frascos en la mesa para prestarle toda mi atención.

—Las umbras viven muchos años. —Intenté infundirle esperanza.

Se rio, mi expresión le causaba gracia.

—No tantos como crees. Han sido muchos años trabajando, y eso te agota.

—¿No crees que sea por...? —No quería decirlo en voz alta, temiendo que atrajera lo que fuera que la preocupaba—. Ese sentimiento que has mencionado.

Un silencio se instaló entre nosotros. Se pasó las manos por su cabello canoso, pensativa.

—¿Me prometerías algo, Ryu?

—Por supuesto.

No lo dudé ni un segundo. Haría cualquier cosa que me pidiera.

—Si me llega a pasar algo algún día, prométeme que protegerás a Circe de todo mal. Que te asegurarás de que este sea su hogar, aunque yo no esté. Ella debe de quedarse y continuar el linaje, es su deber, lo sabe desde el día que nació.

Sus palabras me dejaron sin aliento. No por el hecho de que sonaran a despedida, sino porque no sabía si sería capaz de cumplir esa promesa.

—Para eso aún queda mucho, y seguro que Circe se habrá marchado, ¿no era lo que querías?

Sangre de luna (Primera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora