No había vuelto. Supuse que no se atrevía, quizás consciente de que no lograba conciliar el sueño por las noches. O tal vez se había cansado de acecharme. ¿Me molestaba eso? Podría volver a mi vida normal, seguir con mis planes y metas sin nada que me perturbara en el camino. Esto se quedaría como una mala pesadilla que, con el tiempo, seguramente olvidaría.
El demonio no se había ido, seguía en la planta baja. Dos días habían pasado desde su entrada triunfal. Se encargaba de salir para vigilar el exterior, hacía compañía a mi abuela y de vez en cuando comprobaba si yo estaba en casa. Ninguno de los dos iniciábamos conversación, ¿para qué? Todo pasaría, él se marcharía y volveríamos a ser mi abuela y yo, como antes. Era lo único que deseaba.
Por supuesto, la imagen del supuesto vampiro no abandonaba mis pensamientos. Cada vez que lo evocaba, mi mente se inundaba de señales de alerta. Un ser que se alimenta de sangre, que solo osa salir de noche o se transforma durante el día para ocultarse de la luz solar. Con una mirada tan seductora que puede hipnotizar a cualquiera que se cruce en su camino. Un maestro de la manipulación, peligroso y letal. Un asesino.
Tenía un aspecto capaz de seducir a cualquiera. Una mirada que te hacía creer que era él quien estaba en peligro, despertando una mezcla de lástima y miedo en tu interior. El poco tiempo que tuve para mirarlo a los ojos fue suficiente, era como si no tuviera nada en su interior. Vacío y aterrador a la vez. Y yo, como una idiota, le había permitido entrar al único lugar seguro que conocía. Ya no solo me ponía en peligro a mí, sino también a mi abuela. Ella no merecía pagar por mis errores, no era justo.
Al salir de la habitación, todo estaba en silencio. Nada en la planta baja, nada en las otras habitaciones. Mi abuela no había dejado de hacer lo suyo, seguía oliendo a hierbas quemadas por toda la casa. Nunca le pregunté para qué eran, simplemente lo veía como algo normal como un ritual de los suyos. Seguramente tenía que ver con las criaturas. Si estas entraban con su permiso, no sería extraño que quisiera proteger su hogar.
Observé las escaleras en silencio, mi reflejo se encontraba en el espejo de al lado, pero enseguida dejé de mirarme y comencé a bajar. No había nadie, ni un alma. En ese momento suspiré, por fin, un poco de tranquilidad, esa que tanto anhelaba. Estaba deseando retomar mi vida y preocuparme por cosas más simples. Entonces escuché el sonido de un coche, concretamente de las ruedas aplastando las piedras de la entrada. Caminé hacia la ventana, aparté la cortina y vi que se trataba de Wyatt. Una sonrisa tonta apareció en mis labios junto con el pensamiento de «ha venido por mí, nos ha echado de menos».
Pasé la mano por mi pelo y esperé a que se acercara a la puerta. Escuché sus nudillos golpear la madera suavemente. Contuve la respiración y me acerqué lentamente a la puerta. Esta chirrió al abrirse y ambos nos encontramos frente a frente.
—Wyatt —dije con una sonrisa que no pude contener—. No te esperaba.
Él se pasó la mano por su cabello castaño, despeinándolo aún más, y me dedicó una sonrisa que me hizo sentir un cosquilleo en el estómago. Llevaba ropa deportiva, lo que confirmaba mi sospecha: había estado en ese gimnasio del que tanto me hablaba en clase.
ESTÁS LEYENDO
Sangre de luna (Primera parte)
FantasySe yergue ante mí. Su voz, un susurro en la oscuridad, promete protección. ―Si yo te he encontrado ―advierte―, ellos también lo harán. Mi abuela me dio unas directrices claras: No abrir la puerta si ella no se encontraba en casa. No dejar entrar a...