Las criaturas solares queman más que brillan

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Nada

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Nada. Seguíamos sin encontrar una solución. Mirek y yo habíamos probado innumerables métodos, todo a espaldas de Circe, por supuesto. Infusiones de hierbas, antídotos experimentales, rituales arcanos... nada parecía surtir efecto. Solo conseguíamos provocarle malestar, náuseas, ataques de risa incontrolable, llanto desconsolado... Pero nada parecía capaz de devolverle su verdadera esencia, de liberar su mente de las garras de la poción.

La frustración me carcomía, la desesperación amenazaba con ahogarme. Pero no podía rendirme, no mientras Circe siguiera atrapada en esa prisión de carne y hueso, alejada de su verdadero ser. Tenía que seguir buscando, tenía que encontrar la clave para liberarla, aunque eso significara poner mi propia vida en peligro.

A veces la miraba y un deseo irrefrenable de discutir con ella me invadía, de decirle cualquier tontería con tal de provocar una reacción, de despertar a la Circe que conocía. Y lo intenté, en más de una ocasión, pero su respuesta siempre era la misma: «Ryu, ¿por qué te enfadas? ¿He hecho algo que pueda molestarte?». Una respuesta dulce, comprensiva, pero que me desarmaba por completo. La Circe que yo conocía me habría mandado al diablo sin pensarlo dos veces, con esa expresión de desdén que tanto añoraba en esos momentos.

Era demasiado dulce, demasiado frágil... Y cuánto detestaba esa faceta suya tan vulnerable, tan expuesta. Añoraba su fiereza, su espíritu indomable, su capacidad para desafiarme y ponerme contra las cuerdas. Sin embargo, había algo que despertaba mi curiosidad, que me intrigaba... Tenía la extraña costumbre de dejar la puerta entreabierta al bañarse, no como una invitación, sino como si esperara a alguien que no era yo. En una ocasión, sumergida en un mar de espuma, la vi pasar un dedo por sus labios, con una expresión de confusión, como si no comprendiera sus propios impulsos.

Aunque supuse que no sería nada, que quizás solo jugaba consigo misma... Sí, eso era posible. Lo importante era que estaba controlada, no hacía nada sin preguntar, como si en el fondo intuyera que podría ser peligroso. Y eso era un alivio, aunque Mirek y yo la observábamos de vez en cuando como si fuera un espécimen bajo estudio, buscando cualquier indicio de su verdadera naturaleza.

Ya no le daban arcadas al ver sangre... Un detalle que me confirmaba la gravedad del problema. Porque no, no se había acostumbrado a ella. Y ahora, a punto de cumplir veinte años, tampoco eso ocurriría. La poción había alterado algo más profundo en su ser, algo que iba más allá de sus instintos y aversiones naturales.

—¿Cómo vas? —pregunté, asomándome para ver cómo limpiaba la sala.

—Bien, termino y me doy un baño —respondió, con la voz un poco apagada.

—La comida ya está lista —le informé, tratando de animarla un poco.

—Pues solo me cambio de ropa —dijo, con un atisbo de sonrisa en los labios.

Vi que en su mano estaba de nuevo el anillo de Arion.

—¿Y ese anillo? —pregunté creyendo que podía haber recordado algo.

Sangre de luna (Primera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora