De nuevo me estaba ocurriendo, volvía a tener esos sueños extraños. Me veía a mí misma, separada de mi cuerpo, mientras este comenzaba a moverse. No podía hacer nada, era como mi propia sombra, condenada a seguirme.
Comencé a bajar las escaleras, mis ojos abiertos de par en par, mis pies descalzos tocando la fría madera. Me dirigía hacia la puerta principal, un acto que nunca antes había realizado en mis sueños. Normalmente deambulaba por la casa, a veces volvía a dormirme en el sofá... Estos paseos nocturnos se habían convertido en una especie de pasatiempo onírico, pero nunca había traspasado el umbral de la puerta, como si no existiera. Hasta ese momento. Y lo más aterrador era que no podía controlar mi cuerpo para detenerlo.
Me tapé los oídos, yo, no mi cuerpo, intentando bloquear el sonido de una voz que me llamaba. Mi yo sonámbulo cruzaba el umbral de la casa, obedeciendo a ese susurro insistente que repetía mi nombre sin cesar. Intenté resistirme, pero el susurro resonaba en mi mente, persiguiéndome hasta el exterior. Vi mis pies descalzos pisar las piedras del camino, sintiendo el dolor en cada paso, pero incapaz de detenerme. El susurro se clavaba en mis entrañas, una melodía macabra que me arrastraba hacia lo desconocido.
Cerré los ojos con fuerza, intentando despertar, pero solo conseguí aumentar mi frustración. Me acercaba al bosque, y a pesar de ir despacio, estaba a punto de cruzar la línea que mi abuela siempre me había prohibido. Pisar algo afilado me causó una herida profunda en el pie, casi haciéndome perder el equilibrio. Me observé, llena de rabia e impotencia. Gritarme a mí misma era inútil, ni siquiera podía tocarme.
Justo cuando sentía que la oscuridad me arrastraba por completo, apareció ese cuervo, el mismo que me había estado acechando durante días y del que no podía escapar. Descendió del cielo y, justo antes de tocar el suelo, se transformó en aquella criatura de la otra noche, el hombre con la herida en el brazo. El mismo que, si no me había matado antes, podría hacerlo ahora, en este estado de vulnerabilidad.
El terror me paralizó. Cerré los ojos con fuerza, esperando lo inevitable. Me abracé a mí misma, tensa y expectante, mientras mi corazón latía desbocado en mi pecho.
Entonces sentí sus manos en mis piernas, recorriendo mi cuerpo y levantándome del suelo. Abrí los ojos, desesperada por ver qué hacía con mi yo dormido. Mis manos espectrales tocaron mis propios brazos donde las suyas descansaban, y pude sentir su contacto como si fuera tangible.
Observó mis pies ensangrentados, pero no hizo nada. Comenzó a caminar conmigo pegada a su cuerpo hacia el interior de la casa, dejando atrás el bosque. No podía creer lo que estaba sucediendo, era el sueño más extraño que había tenido. Parecía tan real... Pero era imposible que pudiera verme fuera de mi cuerpo, y que ese ser no me hubiera... hecho lo que fuera que iba a hacerme.
Entró en la casa en completo silencio, como si yo no pesara nada en sus brazos. Subió las escaleras con cuidado, para que mi abuela no lo oyera, pero era un sueño, eso no podía pasar.
ESTÁS LEYENDO
Sangre de luna (Primera parte)
FantasiSe yergue ante mí. Su voz, un susurro en la oscuridad, promete protección. ―Si yo te he encontrado ―advierte―, ellos también lo harán. Mi abuela me dio unas directrices claras: No abrir la puerta si ella no se encontraba en casa. No dejar entrar a...