Arion logró llevar a Circe arriba, su figura frágil estaba aferrada a él como si buscara refugio. Yo, paralizado por el dolor, no tuve fuerzas para seguirlos. La imagen de su desesperación, de su intento desesperado por negar la realidad, me había dejado sin aliento.
Un silencio sepulcral se apoderó de la casa, amplificando el vacío que se había abierto en mi interior. Las preguntas se agolpaban en mi mente, como un enjambre de abejas furiosas que buscaban una salida. El dolor, una bestia salvaje, arañaba mis entrañas, intentando escapar. Galena había muerto, así, sin más, dejándonos a todos sumidos en la más profunda oscuridad.
Mis manos temblorosas limpiaron las lágrimas que surcaban mi rostro, incapaces de contener la incredulidad y el dolor que me abrumaban. Ella había sido como mi madre, lo dio todo por mí... No se merecía haber muerto así, no se merecía haberlo hecho sola y pagaría por ello.
—La he dejado en su cama —musitó bajando las escaleras—. Está destrozada.
Asentí sin mirarle, ocultando mis lágrimas como si no pudiera llorar por ella.
—¿Cómo estás? —Su pregunta me sorprendió, un atisbo de preocupación genuina en su voz.
No pude responder. Las palabras se me atragantaban en la garganta, incapaces de expresar el tormento que me consumía. ¿Quién habría sido capaz de cometer semejante atrocidad?
—Solo quiero encontrar a quien le ha hecho esto —mascullé, transformando mi dolor en una rabia fría y afilada—. Nada más.
La sombra de Arion se cernía sobre mí, un recordatorio de su repentina aparición y de la oscuridad que parecía seguirlo.
—Pude oler su sangre a bastante distancia, cuando llegué... Ya era tarde. Lo intenté, intenté reanimarla. —Su voz, quebrada por la emoción, transmitía una sinceridad que no pude ignorar—. Juro por todos los dioses que jamás se me ocurriría hacerle daño, no a ella, no por Circe. Lo sabes.
Sí, lo sabía. En el fondo de mi ser, sabía que Arion era incapaz de semejante crueldad. Pero el dolor y la confusión nublaban mi juicio, haciendo que la rabia se aferrara a cualquier resquicio de duda.
—Lo sé.
El silencio se instaló de nuevo, pesado y denso como la niebla. Cada tic-tac del reloj parecía resonar en mis oídos, marcando el tiempo que ya no podíamos recuperar.
Me levanté de la silla con un movimiento brusco, me acerqué al reloj y lo arranqué de la pared. Lo apreté entre mis manos, sintiendo su frío metal y el débil temblor de sus manecillas. Con un rugido de frustración, lo lancé contra la pared, donde se hizo añicos en una explosión de cristales y engranajes. El silencio que siguió fue absoluto, roto solo por el eco de mi propia respiración agitada y el goteo de la sangre que brotaba de mi mano, herida. No quería seguir escuchando como pasaba el tiempo, como la vida se escapaba sin remedio.
ESTÁS LEYENDO
Sangre de luna (Primera parte)
FantasySe yergue ante mí. Su voz, un susurro en la oscuridad, promete protección. ―Si yo te he encontrado ―advierte―, ellos también lo harán. Mi abuela me dio unas directrices claras: No abrir la puerta si ella no se encontraba en casa. No dejar entrar a...