Vampiros

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Ni siquiera sabía con exactitud dónde estaba mirando

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Ni siquiera sabía con exactitud dónde estaba mirando. Mis pies se hundían en la nieve, el aire frío acariciaba mis mejillas con su suavidad característica. La copa de los árboles se movía de forma tan simétrica que llegaba a hipnotizarme. Aunque, siendo sincera, yo miraba más allá. Intentaba comprender esa voz que aumentaba su intensidad noche tras noche, la que ahora me despertaba asustada y empapada en sudor. La que me hacía gritar de miedo y paralizaba mi cuerpo hasta el punto de hacerme temblar. Ya no se trataba solo de una voz inofensiva que conocía mi nombre; era una pesadilla, algo inhumano que me controlaba desde dentro.

No podía darle sentido, nadie más la escuchaba; parecía surgir desde el interior de mi cabeza. Por eso, comencé a temer que me hiciera perder la cordura, que poco a poco me descontrolara hasta no ser yo misma. Había intentado mil formas de distraerme de ella, de evadirla, de dejar de escucharla... Pero siempre regresaba con más fuerza, con más rabia. Seguro que esto fue lo que llevó a alguna sangre de luna a terminar con su vida; nadie podría soportar un tormento así durante tanto tiempo. Cuanto más anhelaba el silencio, más estridente se volvía. Lo peor era que cada vez que miraba hacia los árboles, sentía que alguien me observaba, que alguien me acechaba.

Intenté investigar más sobre las criaturas. Sobre todo, sobre los vampiros. Sobre Arion. Siempre creí que se alimentaban de sangre humana, pero él desmintió mi teoría. Ya no se trataba solo de sangre, sino también de carne cruda, carne arrancada a sus presas, probablemente humanas o animales. Con el tiempo, se habían adaptado a cazar a estos últimos, ya que los humanos se volvieron cada vez más difíciles de alcanzar. Aunque aún quedaba algún vampiro que se alimentaba de carne y sangre humana. Solo de pensarlo se me ponían los pelos de punta, el estómago se me revolvía y solo podía imaginar a él devorando a una persona, clavándole sus colmillos hasta arrancarle la carne. Intenté sacar esa imagen de mi cabeza, pero resultaba prácticamente imposible.

La luz del sol los quemaba. Se recuperaban casi al instante. Pero podían morir si quedaban expuestos durante mucho tiempo. Ardían, según Arion. Por la forma en la que me lo contó, supe que él lo había presenciado con sus propios ojos. Y me preguntaba cuánto dolor había sufrido hasta darse cuenta de que no podía salir a pleno sol.

Las formas de matar a un vampiro no son sencillas. Pueden ser eliminados por el sol, mediante decapitación, extrayéndoles el corazón, veneno... Y también existen plantas cuya savia es letal para ellos. Una de estas plantas es el velo infinito, cuya leyenda se remonta a una mujer que deseaba proteger a sus hijos de los ataques vampíricos. Fusionando varias raíces, surgió esta planta.

Sus tallos delgados sostienen hojas translúcidas, tejidas como velos etéreos y salpicadas con patrones plateados. En la cima de cada tallo, flores en forma de campana con un brillo plateado. Aunque son hermosas, su belleza es engañosa, ya que su savia es mortal para los vampiros. Si esta savia entra en contacto con su sangre o incluso si la ingieren accidentalmente, sufren una agonía extrema hasta la muerte. No hay cura conocida para su veneno. Se rumorea que las umbras poseen esta planta en su poder, sugiriendo que la mujer que la creó era una poderosa umbra y no lo sabía.

Sangre de luna (Primera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora