Cuando era niña, mi abuela me daba libros repletos de leyendas, páginas llenas de criaturas, animales y seres fantásticos. Me sumergía en ellos durante horas, y ahora, en mi desesperación, creí que la información que necesitaba estaría ahí... Pero no encontraba nada que coincidiera con lo que ella describía, no existía. Por más que buscara y rebuscara, nada. Los demonios ni siquiera eran como los retrataban.
Había vaciado mi estantería, repasado cada libro, vuelto a buscar por si había pasado por alto alguna página. Al final, derrotada y exhausta, acabé sentada en mi escritorio, intentando reparar con celo mi cuaderno roto. Debía unir aquellos bocetos antes de perderlos, eran lo único que me mantenía anclada a la cordura.
—Con lo bonitos que eran... —La voz profunda y melodiosa del vampiro me sobresaltó, sacándome de mi ensimismamiento. No había oído la puerta abrirse, pero allí estaba él, su presencia llenando la habitación con una mezcla de peligro y encanto—. No sé si con celo lo arreglarás —dijo, observando mis manos temblorosas mientras intentaba unir los fragmentos del cuaderno.
No entendía cómo le daban tanta libertad. Mi abuela confiaba demasiado pronto en la gente... ¿criaturas?
Quise ignorarlo, pero un olor peculiar me revolvió el estómago. Estaba hambrienta.
—Déjalo y vete —musité sin mirarle, una parte por miedo y la otra por vergüenza.
Escuché la puerta cerrarse, pero al girarme, él seguía allí, con una bandeja en las manos. Se acercó al escritorio y la depositó, apartando mis bocetos.
—Debes comer, y no me iré hasta que lo hagas —dijo con una voz firme pero suave—. Debo asegurarme de que sigas con vida... Al menos hasta que acabe el día, mañana ya veremos.
Intenté ignorar su provocación, parecía ser su única forma de comunicarse.
—La leyenda es mucho más extensa.
Levanté la mirada, su reflejo me devolvía la mirada desde el cristal de la ventana. ¿Venía a contarme lo que ya había oído? No, gracias.
—Me da igual —respondí con frialdad, intentando ocultar el temblor en mi voz.
—Ignorarlo no hará que desaparezca, Circe. No puedes ignorar tu naturaleza por más que quieras o te esfuerces.
Cerré los ojos con fuerza, intentando bloquear sus palabras, preguntándome en qué momento había decidido que la vida de ese ser peligroso valía la pena.
—Yo no soy eso... Es imposible —dije con un hilo de voz, aunque en el fondo sabía que durante muchos años me había sentido fuera de lugar, como si algo faltara en mí. Como si no llegara a sentirme completamente humana, y al mismo tiempo, diferente a mi abuela—. Una leyenda no cambiará nada.
—Tu sangre es capaz de matar a todas las criaturas que existen, incluida a mí —dijo, y sus palabras resonaron en la habitación como una sentencia de muerte—. Beber tu sangre me mataría. En cambio, si estoy herido, me salvaría.
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Sangre de luna (Primera parte)
FantasiaSe yergue ante mí. Su voz, un susurro en la oscuridad, promete protección. ―Si yo te he encontrado ―advierte―, ellos también lo harán. Mi abuela me dio unas directrices claras: No abrir la puerta si ella no se encontraba en casa. No dejar entrar a...