Los límites de la muerte

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Había aceptado para poder salir de aquellas cuatro paredes que me rodeaban

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Había aceptado para poder salir de aquellas cuatro paredes que me rodeaban. No iba a ser un viaje muy largo, tan solo al centro del pueblo y volver, pero para mí ya era más que suficiente.

Abrí el armario para coger los palos de regaliz rojos, guardé el paquete en el bolsillo de mi pantalón y caminé hacia la entrada para abrigarme. Cogí el gorro, oculté todos mis mechones dentro y lo estiré bien para que no pudieran salirse. Seguidamente la chaqueta y las botas de montaña. La nieve había cesado, mas, el suelo seguía cubierto.

—¿Tienes la lista? —preguntó mi abuela mientras mordía el regaliz con fuerza.

Di unos golpes en el bolsillo del pantalón.

—La llevo.

—Debes de tener cuidado, dile que eres mi nieta, Mirek te conocerá nada más entres, lo sé, pero igualmente... Su mente ya no es la que era.

Asentí sin rechistar.

—¿Cómo era la tienda?

—Hace esquina, es imposible que te confundas.

Volví a asentir. Iba a ser la primera vez que hacía un recado de umbra, al menos así es como lo llamaba ella. Me acababa de enterar que existían tiendas especializadas donde vendían semillas, pócimas, hierbas... Todo lo que podrías imaginarte. Siempre creí que era algo que se intentaba ocultar, algo que no mostrarían a simple vista, pero al parecer les daba un poco igual el resto de las personas. Supongo que nadie entraría a una tienda que desprendía un olor extraño, al menos así me la imaginaba, como el cuarto de mi abuela. Oscura, sin ventanas, sin luz, solo todo desordenado y demasiadas cosas como para encontrar algo en específico.

—¿Nos vamos? —preguntó Ryu.

—¿Y Arion?

—Está fuera.

No podía irme sola, aunque desde un primer momento no puse ninguna pega, negar que pudiera asustarme lo que había ahí fuera era de ser estúpida. A todo el mundo le da miedo lo desconocido, sobre todo si te puede dañar.

Caminé hacia el coche, alguno se había ocupado de quitar la nieve de encima. Seguidamente, me senté en el asiento del conductor. No sé cómo, pero de repente Arion apareció en la parte de atrás, asustándome y poniendo esa sonrisa ganadora en sus labios. Me miró con aquellos ojos grisáceos y se acomodó. Luego Ryu se sentó de copiloto.

Vi a mi abuela en el portal con una sonrisa real, se despidió de nosotros con la mano y entró antes de marcharme. Salí de la propiedad enseguida, comencé a estirar mis dedos y mis piernas, sentaba tan bien cambiar aquella vista.

—¿Qué te has puesto en la cabeza? —preguntó Arion por detrás—. ¿Es una moda? Dime que no, por favor.

—No, solo... Es para que no se me vea el pelo.

Soltó una carcajada que intentó disimular.

—Arion... —Le cortó Ryu.

—¿Se lo dices tú o se lo digo yo?

Sangre de luna (Primera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora