Lejos de la verdad

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El frío calaba hasta los huesos mientras corría tras ella, mis pies se hundían en la nieve, resbalando sobre el hielo traicionero

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El frío calaba hasta los huesos mientras corría tras ella, mis pies se hundían en la nieve, resbalando sobre el hielo traicionero. Caí una y otra vez, pero la desesperación me impulsaba. Finalmente, mi mano se extendió y rozó la esquina de su capa negra. Un tirón suave la detuvo, obligándola a girarse.

—Mamá... —supliqué entre sollozos, aferrándome a la esperanza de que esta vez se quedara.

Pero su mirada, tan intensa como siempre, me atravesó. Con un movimiento brusco, tiró de la capa, haciéndome caer al suelo helado. La voz de mi abuela nos llamaba desde la casa, sin embargo, yo me negaba a rendirme.

—Déjame, vuelve con tu abuela —dijo con frialdad, intentando reanudar su camino.

Desesperada, me lancé de nuevo hacia ella, agarrando su capa con ambas manos. Esta vez, no me soltó. En cambio, su mano se alzó y me golpeó con fuerza en la mejilla, enviándome al suelo con un grito ahogado. El dolor físico se mezclaba con la angustia en mi pecho. La miré con los ojos llenos de lágrimas, suplicando en silencio, pero las palabras se negaban a salir.

—No quiero que vengas conmigo, ¿me oyes? No te quiero cerca, monstruo. —Sus palabras, afiladas como cuchillos, me atravesaron el corazón.

Un sollozo escapó de mi garganta, un sonido ahogado y gutural que resonó en el silencio helado. La palabra «monstruo» se clavó en mi mente, repitiéndose una y otra vez como un eco macabro. ¿Era eso lo que veía en mí? ¿Un monstruo?

El frío se intensificó, adormeciendo el dolor en mi mejilla. A través de las lágrimas, vi cómo su rostro se contraía, una mezcla de ira, desprecio y... ¿miedo? Pero la máscara de frialdad volvió a cubrir sus facciones, borrando cualquier rastro de vulnerabilidad. Se dio la vuelta y se alejó, su figura negra perdiéndose en la ventisca como un fantasma vengativo.

Me quedé allí, tirada en la nieve, sintiendo cómo la esperanza se desvanecía como el calor de mi cuerpo.

De repente, la escena se transformó. Ya no era aquella niña indefensa; ahora era yo, con mi edad actual, de pie frente a las tumbas que se alzaban detrás de la casa. Una sensación de inquietud me embargaba, como si una fuerza invisible me llamara a descubrir un secreto oculto.

Mientras recorría con la mirada cada lápida, un llanto desgarrador me heló la sangre. El sonido parecía provenir de las sombras que danzaban a mi alrededor, pero no lograba identificar su origen. De pronto, el llanto volvió a resonar, esta vez más cerca, más claro. Emanaba de una de las tumbas.

Una fuerza irresistible me impulsó a actuar. Sin pensarlo, me arrodillé y comencé a escarbar en la tierra. La nieve había desaparecido, reemplazada por un barro frío y pegajoso. Mis dedos se llenaron de heridas, pero la urgencia me impedía detenerme.

Entonces, en un abrir y cerrar de ojos, la escena cambió de nuevo. Una canasta de mimbre, con un bebé recién nacido en su interior, descansaba sobre la tumba. El llanto del bebé me sacó de mi trance. Me acerqué a la canasta con cautela, y al apartar la manta que lo envolvía, descubrí una pequeña criatura de pelo blanco como la nieve y unos ojos rosados que brillaban en la oscuridad. Un escalofrío me recorrió la espalda al leer el nombre bordado en la manta: Lyralia.

Sangre de luna (Primera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora