Era como si pudiera revivir la escena de aquella noche: ella, paseándose por el comedor, aferrándose a los muebles como si no pudiera sostenerse en pie, mirando a cada instante la puerta, esperando el regreso de su madre. Yo no abría la boca, consciente de su profundo rechazo hacia mí. Aunque no me hubiera importado ayudarla, aunque fuera solo a subir las escaleras, no hice nada. Solo la observé pasearse con gemidos de dolor, sujetándose el vientre y susurrando cosas ininteligibles.
Galena no tardó en aparecer. Soltó lo que llevaba en las manos y corrió con ella escaleras arriba. Iba a nacer esa noche, un mal presagio, una umbra solía nacer de día. Sus gritos resonaban por toda la casa, haciéndola temblar. Mientras tanto, yo miraba el fuego, sabiendo que debía irme cuanto antes. No me querría cerca con un bebé en casa, para ella era peligroso y estaba segura de que haría daño a su hija. Entonces aún no sabía que sería niña, pero estaba claro, todas las umbras tenían solo hijas...
Siempre me dijo que me mantendría alejado, que no me acercaría a su recién nacido ni lo vería. Pero eso cambió.
Un silencio sepulcral se apoderó de todo, un silencio como nunca antes había experimentado. Mara chilló, pero no de dolor, sino de rabia. Una rabia que me erizó la piel. El grito fue desgarrador, de los que te aterraban.
No dejaba de gritar, grito tras grito. Malas palabras, el sonido de cosas cayendo con fuerza... Pensé que algo había salido mal, no había escuchado ningún llanto, quizá había muerto al nacer. Hasta que vi a Galena bajar con algo envuelto entre sus manos, algo demasiado pequeño. Mara seguía enfurecida en el piso de arriba, pude entender lo que decía: no quería verla, no quería saber nada de ella. Creo que se tiró al suelo, porque escuché cómo caía sobre la madera.
No me atreví a preguntar, observé a Galena entrar en su sala de curaciones y pude verla de reojo, unas pequeñas manos moviéndose. Y unos ojos rosados, imposibles de ignorar incluso en la oscuridad.
En ese momento, ni siquiera recordaba las leyendas de la sangre de luna, y si lo hacía, mi mente se negaba a conectarlas. Al final, la había visto nacer y crecer a la distancia, como su sombra. Ella no sabía que estaba detrás de los árboles o subido a ellos mientras recogía semillas del suelo. Ni siquiera que me alegré cuando trepó a un árbol por primera vez, como si fuera mi propio logro y miró alrededor buscando a alguien que le alabase por ello. Desde la distancia, no era más que una humana, una criatura inocente en peligro por ser nieta de una umbra. Demasiado bella para esas horribles criaturas, demasiado inocente para enfrentarse a ellas... No sabía con quién estar enfadado. Si con Galena por ir en contra de la naturaleza, porque sé que Mara suplicó que la matara, lo escuché. O con la misma naturaleza que había decidido castigarla.
El trabajo de Galena no era tan solo curar a las criaturas, sino también mantener el equilibrio del mundo. Si nacía un ser aberrante que pudiera representar un peligro, su deber era poner fin a su existencia.
Aquella noche no lo hizo, era su deber. Sabía que habría consecuencias al no hacerlo y no le importó en absoluto. Y yo me encariñé de una niña que recogía las hojas rotas del suelo para unirlas mientras hablaba sola, ajena al destino que la esperaba.
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Sangre de luna (Primera parte)
FantasiSe yergue ante mí. Su voz, un susurro en la oscuridad, promete protección. ―Si yo te he encontrado ―advierte―, ellos también lo harán. Mi abuela me dio unas directrices claras: No abrir la puerta si ella no se encontraba en casa. No dejar entrar a...